En México, hay aromas que despiertan la memoria colectiva. Uno de ellos, inconfundible y entrañable, es el del pan de muerto recién horneado. Cada octubre, las panaderías del país se convierten en templos del recuerdo: el aire se impregna de mantequilla, ralladura de naranja y ese leve perfume a azahar que anuncia la llegada del Día de Muertos. No es solo un pan; es una historia que se amasa con manos pacientes y se ofrece como ofrenda al tiempo y a la ausencia.
Redondo, suave, cubierto de azúcar, el pan de muerto representa el ciclo de la vida y la unión con quienes ya no están. Sus tiras en forma de huesos recuerdan que la muerte no separa, sino que enlaza. Y en cada miga esponjosa se esconde un gesto de amor, una conversación con los que ya no están, una forma de decir “te recuerdo” sin pronunciar palabra.
A pesar de las modas que reinventan la tradición con rellenos y coberturas, hay panaderías que siguen conservando la receta original: esa combinación sencilla y perfecta de harina, huevo, mantequilla y ralladura de naranja. Son lugares donde el pan se hornea con respeto, con tiempo, con la convicción de que las cosas más simples son también las más profundas.
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Entre esas panaderías destacan algunas que han convertido la tradición en arte.
1. Rosetta, en la colonia Roma, ofrece un pan de muerto de textura ligera y aroma delicado, donde cada bocado evoca los altares familiares.
2. En Alcázar, en la Del Valle, el sabor mantequilloso y la fragancia cítrica se mezclan con un sentimiento: el del hogar compartido.
3. Cuina, también en la Roma, honra la pureza de la receta original con una masa dorada y un toque de nostalgia que pide café o chocolate caliente al lado.
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4. Hasta City Market, con su propuesta gourmet, ha sabido conservar la esencia del pan tradicional: una miga esponjosa y equilibrada que invita a detenerse y disfrutar.
5. En La Rosenda, en Coyoacán, el pan de muerto tiene alma casera: dorado, fragante y crujiente, como si hubiera salido del horno de la abuela.
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Cada uno, a su manera, representa una misma verdad: el pan de muerto no es solo alimento, sino un vínculo. Es la memoria hecha masa, el calor de los que permanecen y la dulzura de los que partieron. En tiempos de prisa, hornear y compartir este pan es un acto de resistencia: una manera de volver al origen, de honrar lo esencial.
LCM
