El 16 de octubre, se celebra el Día Mundial del Pan, uno de los alimentos más antiguos y universales. Esta fecha, instaurada en 2006 por la Unión Internacional de Panaderos y Pasteleros, coincide con el Día Mundial de la Alimentación, establecido por la FAO en 1979. La coincidencia no es casual, sino profundamente significativa: ambas efemérides comparten un mismo propósito, el de recordar la importancia del alimento como derecho, cultura y fuente de vida.
Con esta conmemoración, se busca rendir homenaje tanto al pan en sí mismo como a quienes lo elaboran: panaderos y panaderas que, desde la madrugada, dan forma al alimento que acompaña la vida cotidiana. A través de ellos, esta jornada celebra también el arte de la panificación artesanal, que conserva los sabores auténticos y la identidad cultural de cada región.
El pan, presente en las mesas de todas las civilizaciones, es mucho más que una preparación de harina, agua y levadura. Es símbolo de comunidad, de trabajo compartido y de los lazos que unen al ser humano con la tierra. Cada hogaza cuenta una historia de manos que amasan, de oficios transmitidos por generaciones y de tradiciones que resisten al paso del tiempo.
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En la mesa mexicana, el pan ocupa un lugar especial. Aunque las tortillas suelen llevar el protagonismo, hay otros compañeros que se han ganado su sitio entre los sabores cotidianos: el bolillo y la telera. Ambos, herederos del arte panadero tradicional, son mucho más que simples acompañamientos; son parte de la identidad gastronómica del país.
El bolillo y la telera comparten los mismos ingredientes básicos —harina, agua, levadura y sal—, pero su encanto radica en los matices que los distinguen. El bolillo, de forma alargada y ligeramente puntiaguda, es famoso por su corte superior que, al hornearse, crea una costra dorada y crujiente. Su interior es suave, con un migajón ligero que lo hace ideal para rellenos generosos, como guisados, moles o la clásica torta de tamal.
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Por su parte, la telera se reconoce fácilmente por sus dos hendiduras en la superficie, que dividen el pan en tres secciones. Es más ancha y de migajón un poco más denso, lo que la convierte en una base perfecta para tortas, molletes o preparaciones donde se busca que el relleno se mantenga en su sitio.
No existen reglas sobre cuándo disfrutar uno u otro. El bolillo y la telera son panes versátiles: pueden acompañar desde unos chilaquiles al desayuno hasta una sopa caliente al anochecer. Incluso, muchos los disfrutan con un toque dulce —untados con mantequilla, mermelada o acompañados de un café o chocolate caliente—, recordándonos que el pan, más allá de su receta, es también un momento de pausa y placer.
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Estos panes, aunque nacidos de una misma masa, representan dos estilos de vida dentro de una misma tradición. En ellos se reúnen siglos de historia, oficio y sabor. Ya sea en la sencillez de una torta casera o en la mesa de una fonda, el bolillo y la telera siguen siendo testimonio del ingenio y el gusto de México por el buen pan.
LCM
