Los límites de la vida son tan inciertos para la humanidad que hemos decidido nombrarlos “muerte”. No existe una sola evidencia (una real) de qué sucede después de ese estadío. Reencarnación, cielo/infierno, incluso la nada son solo imaginarios que como humanidad hemos inventado para ahorrarnos la pena de admitir la ignorancia. Sin embargo, si después de morir pudiéramos regresar al mismo cuerpo y con los mismos recuerdos, ¿seguimos siendo nosotros? Esa es la premisa que propone Mickey 17 y, también, por la que creo que esta es la mejor película de Bong Joon-ho, al menos de sus proyectos en inglés.
Y es que la adaptación es un arte en sí mismo. Muchas veces, casi hasta por descarte, solemos identificar que las obras originales son mejores que sus réplicas en cine o televisión; porque tampoco hay que ahondar mucho en el sino audiovisual y la industria occidental como para saber que se privilegian muchas cosas que en la literatura pasan a segundo plano.
Elisa De Gortari, escritora de Himnos, Código Konami, y el reciente y maravilloso Todo lo que amamos y dejamos atrás, en entrevista con Ángel Soto, abordó un poco el tema de las adaptaciones, reconociendo que muchos autores escriben directamente pensando en ser adaptados:
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“Un libro debe ser intransferible, una experiencia que solo exista entre papel y mente. La paradoja es hermosa: cuanto menos compitas con lo audiovisual, más relevante serás.”
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Es curioso el fenómeno, porque muchas ocasiones parece que el rumbo que toman las adaptaciones en cine terminan por diluir el espíritu de la obra literaria; pero también sucede en aquellas que fueron pensadas para serlo desde un primer momento, como Ready Player One solo para poner el ejemplo más obsceno. La precisión literaria es imposible en su paso al cine o a la televisión, y en el caso de que fuera así, estas calcas tampoco podrán imprimir todo lo que la palabra escrita puede hacer. Bong Joon-ho parece ser totalmente consciente de ello.
En el caso de Mickey7 y Mickey 17, estas sirven perfectamente de analogía y espejo para entender sus diferencias, cambios y hasta sus puntos a favor. Mientras que la obra literaria es mucho más un estudio de personaje y una discusión sobre la ética en sí misma; la película toma un giro que Bong Joon-ho tomó para sí mismo, como una continuación de su trabajo, que (para nadie es secreto) siempre busca la crítica a las estructuras desiguales que sostienen el mundo: el capitalismo, la religión y el racismo.
Una es violenta y consecuente, mientras que la otra es reflexiva y pesimista, tal como Mickey 17 y 18… o 7 y 8, según de quién estemos hablando.
El trabajo de Bong Joon-ho ha tomado diferentes caminos y siempre termina convergiendo en la misma crítica. Esto no implica que sea un director limitado o u guionista perezoso, por el contrario, encontrar siempre el hilo conductor en todas sus historias, resulta enriquecedor. Su trabajo, pese a lo dispares que puedan ser sus historias, parecen continuaciones de una conversación que nunca dejamos de tener, partes de una discusión que se repiten porque su solución tiene tantas aristas como lo tiene su origen. Esa plática incómoda de sobremesa que tienes con tus tíos o con excompañeros de la universidad que pasaron de reaccionarios zapatistas a oficinistas con tendencias de ultraderecha.
En ??? (Gisaengchung / Parásitos), trabajo que le valió el Oscar a mejor director y mejor película, vemos representada la disparidad económica y social en términos muy directos, tanto visual como narrativamente, pero Bong también ha logrado trasladar esto en el terreno del thriller occidental como en Snowpierce, donde sin reparo y ante la desesperación de una vida condenada por el capitalismo y su necesidad de segregar, admite que los bebés son mejor comida que los adultos; también lo ha logrado con un bestiario propio, con analogías profundas en ?? (Gwoemul / The Host), en el que la estructuralidad de la violencia contra la sociedad obrera se ve representada en sus capacidades de supervivencia.
Ahora, en Mickey 17 tomó otras discusiones que convergen en esta charla interminable, como el fanatismo político y las figuras que se aprovechan de ella proféticamente; también de la religión y su máscara ideológica que funciona tanto como una empresa y una organización de culto. Por igual, vemos representado el abuso de las mafias hacia la clase trabajadora, que tiene que recurrir a esquemas ilegales y peligrosos, como mafias y prestamistas violentos que solo sacan provecho de la necesidad que, en teoría, también padecen. También la forma en que la ciencia y la tecnología son usadas para el beneficio de la clase privilegiada, que tiene acceso al desarrollo solo usando como carne de cañón, material de experimentación, a quienes necesitan algo que les fue negado por el estamento.
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Por ello, esta adaptación también resulta refrescante, porque ahonda en todo ello que su autor no hizo, pues estaba ocupado trabajando en sus personajes principales. Esa carga prosódica que también la volvió un éxito entre los lectores de la ciencia ficción, eliminó un camino que el director coreano encontró y para ello, evidentemente, tuvo que tomar licencias, como en vez de ser 7 resurrecciones, llevarlas a las 17; en vez de tener personajes regados para que la personalidad de Mickey se desdoblara, ceñirlos a sus realidades y dotarlos de mayor complejidad y profundidad; incluso, los cambios sobre el villano y su origen en la Tierra son añadidura de Joon-ho seonsaengnim.
¿Es la misma obra o no lo es? Esta resurrección, igual pero con diferente espíritu, ¿se puede considerar la misma que la de Edward Ashton? Una vez más, la obra en sí misma encarna sus propios dilemas y nos permite ahondar más en esa discusión eterna.
Bong Joon-ho no solo adapta Mickey7, sino que lo resignifica. Su versión no es una simple réplica, sino una resurrección con un espíritu distinto, tan similar y a la vez tan diferente como su protagonista. Y hablando de su protagonista, es hora de hablar del elefante en la habitación: Robert Pattinson.
El trabajo autoral en la actuación
Tal vez es venirse demasiado arriba, pero es posible que esta sea la mejor actuación de Robert Pattinson junto a sus papeles en The Lighthouse (Robert Eggers, 2019) y Good Time (Ben y Josh Safdie, 2017) y lo es por la libertad que se le dio para la construcción del personaje, y también por el estilo narrativo de Bong Joon-ho, que gira entre la crítica, la sátira y la comedia.
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Los dos Mickeys de la película son el mismo sin serlo y para lograrlo, Pattinson no reparó en usar todos sus recursos y darle identidad propia a sus personajes, que nunca terminan por caer el absurdo, pero que sí van jugando entre los extremos de las personalidades de cada uno. Entre recursos totalmente físicos y gesticulares, pasando por los registros de voz y el léxico de cada uno, hasta la diferenciación emocional y psicológica. Es un trabajo complejo, arduo y sobre todo exquisito lo que permite creer que se trata de dos personajes y no de uno.
Resulta ya casi repetitivo decirlo, pero no hay un actor en todo Hollywood al nivel de Pattinson. Si bien existe todavía un gran número de incels que insisten en no dejar de relacionarlo con la saga de Twilight, todo el trabajo de los últimos 10 años de Robert es brillantísimo, consiguiendo papeles e interpretaciones tan diversas como únicas, tan emocionales como encomiantes.
Mickey 17 es solo una reconfirmación de su talento, y también de lo que puede hacer un actor de este nivel y tamaño cuando se le dan las herramientas adecuadas, como un guion perfectamente escrito y estructurado, y una producción firme y templada, así como la libertad para imprimirle su visión; porque eso es esta cinta, una suma de visiones autorales en sintonía con una conversación que converge en sus críticas, que serían imposibles sin el trabajo actoral y la dirección.
La espiral maldita del capitalismo
Mickey 17 no es tampoco una obra perfecta. Dista mucho de serlo, sobre todo porque pierde el ritmo en momentos puntuales, que son cosas que sirven en su obra asiática, donde no está sujeto a estrellas que necesitan -hasta por contrato- salir un tiempo determinado en pantalla; también a estudios, productores y agentes que manosean el trabajo a pesar de que estemos hablando del mismísimo Bong Joon-ho, Martin Scorsese, Steven Spielberg (aunque seguramente las manosea él mismo) o Robert Eggers.
También, en momentos se centra más en el efecto visual, algo muy del estilo del director, y pierde la narrativa, que recupera muy bien después con giros argumentales concretos y estructurados, y el tono tragicómico que tiene siempre una historia que se mueve entre el total abuso y la resistencia al absurdo de todos los personajes.
Esto está muy marcado en buena parte de su trabajo; es casi una marca de estilo aunque el purismo crítico y cinematográfico nos impulsa a catalogarlo como un error; pero es que el cine de Bong Joon-ho tiene ese dejo de visceralidad emocional y furia contenida que solo se puede experimentar en la necesidad y el abuso; una furia que no tiene nada de racional y sí todo de emocional.
Poder entablar una conversación certera a partir de su trabajo, resulta tan agradable como seguir los hilos conversacionales del cine de Tarantino, o el registro violento de la historia de Scorsese. Estamos frente a la obra de un autor que ha logrado montar un hilo conductor entre historias dispares y diversas, sin dejar de complacer a los grandes estudios y a las grandes masas.
Y es que ahí está también la espiral maldita del capitalismo, que toma y absorbe todo, incluso lo que le critica. Así como Mickey 17 intenta retratarlo de la forma más directa, también vimos a Robert Pattinson y Bong Joon-ho hacer una campaña de medios con aegyo (ternura infantilizada en la cultura coreana) y idols de Kpop involucradas.
¿Es válida esa aparente hipocresía? Por supuesto. No podemos salirnos del sistema en el que vivimos solo para tratar de hacer una crítica. Y así como de absurdo es ese reclamo de “no se puede hacer activismo desde el Starbucks” también lo es su opuesto, que busca un “purismo” de la crítica, el análisis y la protesta a estar desligados de cualquier expresión capitalista.
Tampoco es responsabilidad del arte cambiar algo o lo que sea, pero sí puede ser un catalizador del sentir de la gente, que aquí es un sentir generacional que está atorado entre las eternas crisis, falsos profetas que acaparan el bienestar del mundo, y un malestar que no hace más que aumentar, igual que las deudas, el calor año con año, y la tecnología que se suponía era nuestra aliada y ahora es nuestro reemplazo.
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