James Cameron siempre ha sido descrito como un visionario, un hombre que se adelantó a su tiempo en la manera de contar historias y en la utilización de la tecnología para materializar lo que otros solo podían imaginar. Sin embargo, incluso los genios tienen momentos de duda.
Durante la búsqueda del protagonista para Terminator, un nombre llegó a la mesa de Cameron que él desestimó de inmediato: O.J. Simpson. El director pensó que nadie podría creer que Simpson fuera capaz de ejecutar asesinatos fríos y calculados; era demasiado carismático, demasiado simpático para encarnar a una máquina implacable.
Lo que durante años fue un rumor se confirmó finalmente en una entrevista que Cameron concedió a Entertainment Weekly: Simpson estuvo considerado, pero no era el hombre para aquel futuro distópico. Irónicamente, O.J. Simpson, quien más tarde sería acusado del asesinato de su esposa en un caso que mantuvo a millones frente a la televisión.
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La historia de Terminator comenzó, como tantas veces en el cine, con un sueño. En Roma, en una pensión humilde y víctima de la fiebre, Cameron tuvo una visión: un torso metálico emergiendo de un paisaje en llamas, caminando hacia lo desconocido. Esa imagen marcó el inicio de un proyecto que hoy se considera un hito del cine de ciencia ficción.
De regreso a Los Ángeles, compartió la idea con Gale Anne Hurd, con quien escribiría el guion de manera veloz y ambiciosa, a pesar de que sus expectativas eran modestas: una película de ciencia ficción de clase B. Para que el proyecto avanzara, Cameron necesitaba dirigirlo él mismo, aunque su experiencia previa como director fuera casi inexistente. Piraña 2 había terminado en desastre, y Hollywood no le otorgaba confianza. La solución fue vender el guion por un dólar a Orion, con la condición de que él estuviera al mando.
El rodaje comenzó con un enfoque práctico y austero. Inspirados por los métodos de Roger Corman, Cameron y Hurd se desplazaron por las calles de Los Ángeles, filmando de noche, aprovechando cada luz, cada locación. Cada plano llevaba la impronta de Cameron: un tono metálico, oscuro, frío, que reflejaba la obsesión del director por la historia que contaba.
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La elección del reparto fue otra prueba de paciencia y visión. O.J. Simpson quedó descartado. Linda Hamilton, que interpretaría a Sarah Connor, veía la película solo como un vehículo para mantenerse activa en la industria. Arnold Schwarzenegger, por su parte, inicialmente rechazó el papel que finalmente lo consagraría.
Su primera impresión del proyecto fue desdén: “Terminar esa basura para la que me comprometí”, llegó a decir mientras filmaba Conan. Sin embargo, tras un almuerzo que se extendió más allá de lo previsto, Cameron se convenció de que Schwarzenegger era el Terminator perfecto: imponente, maquinal, con un aura que lo separaba de la humanidad sin necesidad de palabras. Incluso frases simples como “I’ll be back” requirieron paciencia y ensayo, convirtiéndose luego en icónicas.
El estreno de Terminator en octubre de 1984 desafió todas las expectativas. Las primeras reacciones de los ejecutivos del estudio fueron escépticas, las audiencias iniciales rieron en lugares inesperados, pero la película rápidamente conquistó al público. Con un presupuesto de 6.5 millones de dólares, recaudó más de 80 millones en todo el mundo y se convirtió en la película más alquilada en videoclubes al año siguiente, cimentando la franquicia que llegaría a cinco entregas, series de televisión, videojuegos y merchandising.
Más allá de los números, Terminator marcó el despegue definitivo de dos figuras que moldearían Hollywood: James Cameron, cuyo talento para narrar con visión y tecnología cambiaría la industria, y Arnold Schwarzenegger, cuyo carisma y físico definieron una era del cine de acción.
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La película no solo rompió barreras, sino que transformó la manera de concebir los héroes y villanos en pantalla, demostrando que incluso los proyectos más humildes pueden convertirse en leyendas cuando la pasión y la visión de un creador guían cada decisión.
LCM
