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“Hoy camino sin miedo”: Vianey Bautista, mujer trans víctima de las razzias en el puerto de Veracruz

Durante los años 80, 90 y 2000, mujeres trans como Vianey Bautista vivieron razzias violentas en Veracruz, detenidas por “vestirse de mujer”. Hoy, "La Chikimami" recuerda cómo sobrevivió a la discriminación

Escrito en VERACRUZ el

VERACRUZ, VER.- Los jueves y viernes eran los únicos días en que Vianey usaba faldas y tacones a sus 15 años. A escondidas, visitaba a las chicas trans que, durante los años ochenta y noventa —en la época de las razzias—, ejercían el trabajo sexual en el bulevar Manuel Ávila Camacho.

Según relata, las razzias significaban “sentirte prisionera en un mundo supuestamente liberal”, donde podías usar falda durante el día, pero no en la noche, porque elementos de la extinta Policía Intermunicipal de Veracruz-Boca del Río argumentaban que la Constitución prohibía que los hombres se vistieran de mujeres.

Durante las redadas sorpresivas, que buscaban capturar, encarcelar y reprimir a las mujeres trans, las chicas corrían en todas direcciones. Algunas tomaban taxis, otras se dirigían a las calles o al bar más cercano, mientras que Vianey, por su estatura y cuerpo pequeño, se escondía en una alcantarilla.

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Desde los años de 1980 hasta los 2000, el puerto de Veracruz estuvo marcado por la discriminación hacia los chicos gay y las mujeres trans, a quienes se conocía como travestis: hombres que se vestían de mujer.

Las razzias —que hasta los noventa se realizaban solo los fines de semana— eran encabezadas por la Policía Intermunicipal, que agredía verbal y físicamente a chicas como Vianey Bautista, entonces de 15 años.

Razzias: una limpieza moral

Fue José Ramón Gutiérrez de Velasco, alcalde de Veracruz de 2000 a 2004, entonces del PAN, quien en 2001 ordenó desalojar por la fuerza a las trabajadoras sexuales y a las personas sin hogar del Centro Histórico y las zonas turísticas, según explica Edgardo Gómez, secretario general de la asociación LGBTIQ+ Soy Humano.

“Las detenciones arbitrarias, conocidas como razzias u operativos, aumentaron todos los días como una ‘limpieza moral’. Bastaba con estar en la calle y ‘parecer gay’ o ‘vago’ para que la Policía Intermunicipal te detuviera y llevara al penalito de Playa Linda, donde debías pagar una fianza”, detalla el activista.

“La Chikimami”, como ahora se conoce a Vianey Bautista, lo recuerda con claridad. Explica que los policías, desde el penalito en Playa Linda, recorrían las avenidas Rafael Cuervo y Allende hasta llegar al Malecón. Luego tomaban las calles Zaragoza, 5 de Mayo, Díaz Mirón, Abasolo, Campo Amor y Bolívar para llegar al bulevar Manuel Ávila Camacho y dirigirse hacia lo que hoy es Plaza Américas.

En esas calles, asegura Vianey, “la caravana” de agentes de la Policía Intermunicipal, repartidos en un Tsuru y una camioneta tipo Padel, recogía hasta a 20 trabajadoras sexuales cada noche de razzia.

“A nosotras ya nos tocaba lo último, cuando ya habían levantado a otras. Solo nos decían ‘¡Niñas, allá va la policía!’ y volabas”, cuenta La Chikimami, ahora de 51 años.

Cuando las mujeres trans no lograban escapar, eran llevadas al penalito de Playa Linda, donde las encerraban junto a hombres y las obligaban a pagar una multa o permanecer detenidas durante 72 horas.

Sin embargo, Chikimami recuerda que había una tercera forma de obtener la libertad: “Teníamos que tener sexo con ellos para que nos dieran la ‘aviada’ (libertad) y nos sacaran por el portón, pero no por el frente, sino por donde entraban las patrullas”.

Por ello, Juan Carbajal, entonces único activista LGBT del puerto de Veracruz y dirigente de la asociación Claroscuro Gay, solicitó al ayuntamiento zonas y horarios de tolerancia para las trabajadoras sexuales, pero no obtuvo respuesta.

Vivir con miedo: la naturalidad en Veracruz

Cuando La Chikimami era adolescente, solo buscaba un espacio para expresarse. Sin embargo, al recorrer la ciudad a los 15 años, descubrió las razzias y la prostitución, una actividad que, según cuenta, la llevó al mundo de las drogas y el alcohol.

Su padre, un hombre machista en ese entonces, descubrió que Vianey se dedicaba a la prostitución a través del “periodicazo”, una sección del diario Notiver que mostraba a las personas detenidas durante las razzias.

“Ahí me sacaron varias veces. En el periódico siempre usaban frases como ‘si quieren ver a estos mujercitos o tener algo que ver con ellos, los pueden encontrar en los separos de Playa Linda’”, recuerda Vianey.

Tras aparecer en el periódico, su padre la rechazó: “Te acepto gay, pero no que te vistas de mujer”, le dijo. Su madre, en cambio, la aceptó y la acompañó cada vez que Vianey fue encarcelada.

“Era una vida horrible. La gente podrá decir: ‘Bueno, ¿y por qué seguiste vistiéndote de mujer?’. Pero fue una decisión que tomé. Dije: quiero ser mujer, vivir mi vida como mujer, y tuve que hacerme a la idea de que debía aguantar y vivir con eso”, explica.

Durante la época de Carnaval, según Vianey y Edgardo Gómez, el ayuntamiento de Veracruz mantenía “una tregua” con las trabajadoras sexuales, permitiéndoles estar en el Zócalo y la zona de Los Portales hasta las cuatro de la mañana.

“Podían andar por allí ‘tranquilas y decentes’, pero al terminar el Carnaval, iban tras ellas. Era como para que los turistas no notaran el problema que tenía el gobierno”, explica Edgardo Gómez.

El fin de las razzias

Las razzias, cuenta Vianey, se volvieron cada vez más violentas. Los arrestos incluían gritos, insultos, estigmas, empujones contra las patrullas y golpes con toletes o porras.

“Era un trato horrible, pero luego entendí que el pantalón tenía un valor. Cuando pasaban las razzias y lograba escapar, iba a mi cuarto. Una amiga me decía que me desmaquillara, quitara las sombras y me pusiera pantalón. Así salíamos de nuevo y no nos tocaba, porque solo nos perseguían por vernos vestidas provocativamente”, relata Vianey.

Podían usar labial, rubor, delineador y pestañas, pero si llevaban pantalón y zapatos planos, los policías, según Vianey, no intentaban arrestarlas.

Vianey nunca se quedó callada durante las detenciones. Por eso, cuando Juan Carbajal organizó una protesta en 2001 frente al ayuntamiento de Veracruz para exigir el fin de las razzias y un mejor trato para la comunidad LGBT, ella se unió.

“Unas 200 trabajadoras sexuales exigieron poner fin a los atropellos policiacos y la destitución inmediata del coordinador de la Policía Intermunicipal por represor, autoritario y homofóbico. Tras varias horas, llegaron a un acuerdo: ellas no acudirían a lugares turísticos y la policía no las molestaría”, explica Edgardo Gómez.

En junio, durante el mes del orgullo gay, Juan Carbajal organizó la tercera marcha LGBT del puerto de Veracruz, logrando delimitar una zona de tolerancia “con la condición de que las trabajadoras acudieran a exámenes médicos y pláticas informativas de salud. Solo así las autoridades les entregaban una tarjeta con foto y holograma para que la policía no las molestara”.

Por un tiempo, dice Vianey, esto funcionó. Las razzias disminuyeron y, de forma aleatoria, un policía se acercaba a una trabajadora para pedirle su tarjeta. Si la tenía, no había problema; si no, la detenían.

Sin embargo, explica Vianey, los elementos de seguridad comenzaron a cobrar 200 pesos —equivalentes a cuatro servicios sexuales completos— cada sábado a cada mujer trans. Si no pagaban, también eran detenidas.

Una nueva realidad

A 24 años de la última razzia, Vianey Bautista, conocida en la comunidad LGBTIQ+ como “La Chikimami”, asegura que hoy camina con libertad, a cualquier hora del día o la noche, por las calles de Veracruz.

“Me siento una mujer plena, realizada. Ya no camino con miedo, a pesar de la inseguridad en las calles. Camino de noche, de día, y por donde quiera que vaya me siento segura. Me considero un ejemplo. Soy valiente, una guerrera por haber vivido todo lo que viví. Yo y otras chicas hicimos de todo para que las nuevas generaciones disfruten de su libertad”, afirma Vianey.

lm