VERACRUZ, VER.- Francisco José Miranda Sánchez, ingeniero eléctrico de primera profesión de 32 años y tallerista de son jarocho como segunda, describe a la música como su vida y como la actividad que más disfruta hacer.
Su amor por la música nació cuando aprendió a tocar la guitarra a los 16 años y la jarana a los 22, cuando se encontraba en sexto semestre de la carrera de ingeniería eléctrica. “Un compañero del Tec llevaba su jarana a la escuela y se ponía a tocar en las clases libres. Yo lo escuchaba y decía: ‘se oye bonito, quiero aprender’”, recuerda con una sonrisa.
Al memorizar algunos acordes básicos con la jarana de su amigo, Frank –como le dicen sus allegados– mandó a fabricar la suya a Tlacotalpan con un laudero. Después, se inscribió al Taller de Son Jarocho en el IVEC –ahora Secretaría de Cultura del estado de Veracruz–, el cual formaba parte de Alas y Raíces, un programa de cultura.
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Desde ahí, cuenta, el sonido alegre, único e indescriptible de la jarana y de su integración al son jarocho, lo cautivaron. Ahora, 10 años después, Frank dice con una sonrisa: “el son jarocho se convirtió como en mi vida, en lo que más me gusta hacer. Es también un modo de vida”.
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Una vida de maestro
Para Frank “el dejar de ser” ingeniero y convertirse en músico no fue extraño o repentino, ya que dice, en las dos carreras fue maestro. “Fue como que ‘sin querer’. Cuando tuve mi primer trabajo como ingeniero empecé a dar clases y todo, y pensé: ‘bueno, si estoy dando clases de computación o electrónica, pues también puedo dar clases de música’”.
“Yo quería aprender el son para compartirlo con amistades, o a lo mejor con personas que solo quisieran acercarse, pero me lo tomaba muy en serio y me dije ‘bueno, si quiero dar clases, mínimo tengo que estudiar un poco de eso’”, por lo que comenzó a estudiar enseñanza de las artes en la Universidad Veracruzana en el 2020.
Esta vida de maestro y de estudiante, cuenta, la llevó durante un semestre hasta que prescindieron de sus servicios. Tras esto, Frank Miranda comenzó el negocio de conversión de cintas antiguas, como las de VHS y casets, a productos digitales, lo que le permitió pagarse la carrera y ser, todavía, una fuente de ingresos para él.
La primera vez que dio clases, recuerda, fue en el Centro Cultural El caSón, un espacio que promueve la música popular veracruzana, donde realizó talleres de son jarocho en el 2022. En el 2023, cuenta, dio clases cada sábado durante un año en la asociación Divino Niño Jesús, donde les enseñaba a niños desde los 3 hasta los 13 años son jarocho.
Actualmente, Frank Miranda da clases en el Centro Cultural Atarazanas a niños desde los 7 hasta los 13 años, así como a jóvenes y adultos que también quieran aprender son jarocho y alguno de sus instrumentos, como la jarana, el requinto o el violín.
Ser uno solo
La jarana jarocha es un instrumento musical típico originario del estado, el cual explica Frank, forma parte del grupo de instrumentos veracruzanos que se utiliza para sacar la rama. Presente en el fandango –una fiesta que es “la máxima expresión del jarocho”–, esta tiene una función armónica que forma la base y el acompañamiento del son.
“No acabaría de describir su sonido... pero es un sonido alegre que tiene que ver con la fabricación del instrumento. Normalmente las jaranas las hacen de una sola pieza, son artesanales, a comparación de la mayoría de las guitarras”.
“Tiene cuerdas dobles, cada cuerda son pares, mientras que en la guitarra son cuerdas individuales. Eso también hace que se escuche diferente”, explica. Con una sonrisa irónica, Frank añade que ser jaranero y participar en fandangos significa que “uno se tiene que estar actualizando, tienes que estar practicando y, sobre todo, estar listo para cualquier cosa”.
Con esto, especifica, más que llevar la jarana o el requinto –el instrumento que siente como suyo– a todos lados, se refiere a la preparación musical para tocar cualquier melodía de son jarocho que le pidan de última hora.
Sin embargo, el instrumento que dice más ha desarrollado y el que suele tocar en los fandangos, es el requinto. Característico por declarar, por iniciar las melodías y por su potencia sonora.
“Es el que guía a los demás y, no sé, me gusta esa responsabilidad”, dice mientras sonríe. “Yo creo que también tiene que ver un poco con que antes me gustaba la guitarra eléctrica y los solos de los que hacían los guitarristas de heavy metal, y siento que es muy parecido”.
“Para mí es un instrumento muy interesante. Cuando lo toco siento que es parte de mí, como si fuéramos uno solo”, dice con una sonrisa.
La bondad del son jarocho
Cuando Frank menciona que el son jarocho es un estilo de vida, no lo dice únicamente por las dos horas diarias que le dedica a los ensayos o por los talleres que da, sino porque “el son es muy bondadoso”.
“Estando en esto de las clases, pues te invitan a fandangos, te invitan a eventos otras maestras o a lo mejor te invitan a tocar fuera (de Veracruz). Me gusta conocer a otras personas que se dedican a lo mismo; escucharlos tocar...”.
“Pero podría decir que el fandango es lo que más me motivó, porque llegas, te piden que te toques un son, no te lo sabes y te dan ganas de aprendértelo”, dice contento, ya que, además, esta actividad no puede realizarse sin mínimo una jarana, un requinto, una tarima, sin personas que bailen al ritmo del son, sin los cantantes que declaran los versos y sin un público que admire, lo cual puede darse en una boda, un bautizo, un cumpleaños o bajo “cualquier pretexto que sea bueno”.
Sin embargo, menciona que, para él, esta actividad desaparece cada vez más en el puerto de Veracruz. En parte, explica, por la falta de difusión y la falta de espacios gratuitos, así como la reciente llegada del género ranchero a Los Portales, donde este ha desplazado a los jaraneros y los fandangos que solían presentarse por las noches.
“Varias personas y centros culturales lo han intentado rescatar, lo que es un trabajo importante, de mucho esfuerzo por no tener nada de ganancia, porque el fandango, como decía, a lo mejor se sale un poco de lo que es el capitalismo, de que si tienes que tocar o de si vas a un evento tienes que ganar algo de dinero”.
“Yo siento que aquí es más complicado juntar a la gente, por ejemplo, si se organiza un fandango en la zona norte de la ciudad lo más probable es que nadie vaya. Entonces esa es una, la falta de compromiso social. La otra es que todos aquí estamos a lo mejor con un poco de prisa, queremos todo rápido”, explica.
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A pesar de esto, Frank Miranda menciona que él no da clases de son jarocho a los niños para que estos se vuelvan músicos o continúen con la cultura veracruzana –cosa que, dice, igual promueve, ya que al ser tallerista también se convierte en promotor, gestor, escritor o estudiante becado–.
Lo hace, explica, “para que los niños y jóvenes tengan una experiencia más humana que lo que vemos en la escuela, que es como apréndete las tablas rápido porque si no vas a reprobar..., entonces es pues, para que tengan una experiencia que los hagan felices, que los hagan sentir bien, que los haga sentirse en un espacio seguro y, claro, que se diviertan”.
mb