La semana pasada, en una conferencia sobre la relevancia de juzgar con perspectiva de género, un alumno de derecho levantó la mano con evidente preocupación.
“¿No cree que el feminismo discrimina a los hombres?”, preguntó.
Su inquietud no es única. He esuchado esa pregunta muchas veces, en distintos espacios, de voces que expresan dudas legítimas y de otras que, con resistencia, rechazan de inmediato cualquier conversación sobre igualdad de género.
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Por eso, esta columna surge de esa pregunta. Porque la lucha feminista es contra el machismo.
Temis se quita la venda y lo que ve no es una guerra entre hombres y mujeres. No ve bandos enfrentados ni un conflicto imposible de resolver.
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Ve algo mucho más profundo: una cultura que nos ha lastimado a todas y todos.
El machismo nos ha enseñado a las mujeres a ser sumisas y a los hombres a ser duros.
Nos ha dicho que hay reglas fijas para cada quien, que hay cosas que los hombres “no pueden hacer” y que las mujeres “no deben aspirar”.
Nos ha llenado de miedos y nos ha hecho creer que luchar por la igualdad es una batalla de unos contra otros.
Pero la verdad es que el problema no son los hombres, el problema es la cultura machista.
Y una sociedad más libre e igualitaria no solo beneficia a las mujeres.
También libera a los hombres de cargas que nunca deberían haber llevado.
Hoy, en Los Ojos de Temis, miramos de frente una conversación necesaria: romper con el machismo es un reto de todas y todos, y el feminismo no es una amenaza, es una oportunidad para vivir mejor.
Hace unos días, un amigo me confesó que, después de perder su trabajo, sentía vergüenza de hablarlo en casa.
“Soy el hombre de la familia. No puedo decirles que estoy preocupado. No puedo quebrarme frente a mi esposa e hijos”, me dijo.
Otro me contó que no pediría su licencia de paternidad porque en su ambiente de trabajo es mal visto, pues esas solo la piden las mujeres, además, “mi trabajo es llevar dinero a casa”, señaló.
En otra ocasión, uno de mis estudiantes -en una clase sobre género- admitió que nunca había hablado con su padre de temas emocionales porque “esas cosas no se hablan entre hombres”.
No son casos aislados.
Desde niños, a los hombres se les dice que deben ser fuertes, que llorar es para débiles, que la violencia es una forma de validarse, que demostrar afecto los hace menos hombres.
Se les enseña que el éxito se mide en fuerza, en control, en poder.
Se les aísla de sus emociones, de su vulnerabilidad, de su derecho a sentirse frágiles sin ser juzgados.
El machismo no solo oprime a las mujeres, también limita a los hombres.
Porque ser hombre no debería significar cargar con la responsabilidad de “proteger y proveer” solo porque sí.
No debería significar tener que demostrar todo el tiempo que son lo suficientemente valientes, lo suficientemente rudos, lo suficientemente “hombres”.
No debería implicar reprimir emociones hasta que se convierten en rabia o en silencios que nunca encuentran salida.
Los hombres también sufren con los estereotipos de género.
Se les enseña que deben ser invulnerables y que pedir ayuda es un fracaso.
Se les deja solos con su tristeza porque la sociedad no les enseñó a hablar de ella.
Se les exige competir, dominar, no mostrar debilidad, porque si lo hacen, corren el riesgo de ser excluidos.
Las cifras son alarmantes: el suicidio en hombres es considerablemente mayor que en mujeres.
En México, en 2023, la tasa de suicidio fue de 6.8 por cada 100 mil habitantes. Desglosada por género, la tasa fue de 11.4 en hombres y 2.5 en mujeres[1]. A nivel mundial, los hombres se suicidan casi tres veces más que las mujeres[2].
En un mundo que les exige ser fuertes todo el tiempo, el suicidio muchas veces parece la única salida.
Pero, ¿y si nos permitimos pensar en un mundo distinto?
La Constitución prohíbe cualquier forma de discriminación por razones de género. Esto significa que la perspectiva de género no es un privilegio para las mujeres, sino un principio que garantiza la igualdad para todas y todos.
El Poder Judicial ha entendido que una justicia con perspectiva de género no es justicia sesgada, sino justicia que analiza los contextos de desigualdad y actúa para corregirlos.
Ejemplo de ello es la resolución de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) sobre la guardia y custodia de menores. Antes, existía la creencia de que los hijos debían quedarse automáticamente con la madre, sin analizar qué era lo mejor para la o el niño. La SCJN determinó que la custodia no se otorga con base en estereotipos de género, sino que debe asignarse al progenitor que pueda garantizar el interés superior de la o el infante, ya sea la madre o el padre. Esto no solo protege a los niños, sino que también reconoce el derecho de los padres a ejercer su paternidad sin prejuicios.
Otro caso relevante fue el de un padre soltero que solicitó inscribir a su hijo en una guardería del IMSS, diseñada originalmente solo para madres solteras. Inicialmente, su petición fue rechazada porque dicho servicio era exclusivo para hijos de mujeres solteras, pero el caso llegó a la SCJN, donde se determinó que negarle el acceso era discriminación de género. La sentencia estableció que los hombres también tienen derecho a ejercer plenamente su paternidad y que las políticas públicas deben eliminar barreras de acceso basadas en estereotipos.
Estos precedentes son prueba de que la justicia con perspectiva de género no es justicia parcial, sino justicia más equitativa, con enfoque de derechos humanos.
El feminismo no es el enemigo de los hombres.
No busca dividir ni reemplazar. Busca liberar.
Un mundo más justo e igualitario también significa:
- Que los hombres puedan expresar sus emociones sin miedo a ser juzgados.
- Que puedan ejercer su paternidad sin ser vistos como “poco masculinos”.
- Que no sean medidos por su capacidad de ganar dinero.
- Que no se les exija demostrar su hombría con violencia o dominio.
- Que puedan hablar de sus miedos, de sus angustias, de sus vulnerabilidades sin que eso les reste valor.
Porque en una sociedad donde las mujeres y los hombres sean realmente iguales, nadie tendrá que demostrar su valor con base en estereotipos obsoletos.
No se trata de quitarles nada a los hombres.
Se trata de quitarles un peso de encima.
Porque un hombre que se siente libre de ser quien es sin miedo al juicio de los demás, también es un hombre más feliz.
¿Qué pasaría si un hombre pudiera tomar licencia de paternidad sin que su entorno lo viera como “menos masculino”?
¿Qué pasaría si un joven no sintiera la necesidad de demostrar agresividad solo para ser aceptado en su grupo de amigos?
¿Qué pasaría si un padre que quiere involucrarse en la crianza de sus hijos no fuera descalificado o visto como “ayudante” en lugar de corresponsable?
¿Qué pasaría si dejáramos de medir el valor de los hombres por su capacidad de demostrar “rudeza” o aguantar en silencio?
¿Qué pasaría si enseñamos a nuestros hijos que su verdadera fuerza no está en su dureza, sino en su capacidad de sentir, cuidar y compartir?
¿Qué pasaría si empezamos a vernos como aliados y no como enemigos?
Tal vez, en una sociedad así, todos seríamos más libres.
Con estas líneas, espero que quienes alguna vez han sentido que la lucha feminista es en su contra, puedan verla como lo que realmente es: una oportunidad para vivir en una sociedad donde todas y todos podamos ser quienes realmente somos, sin miedo, sin cargas impuestas y con la libertad de vivir plenamente.
Porque el feminismo no busca excluir a nadie, busca liberarnos a todas y todos.
[1] FUENTE: INEGI https://www.inegi.org.mx/contenidos/saladeprensa/aproposito/2024/EAP_Suicidio24.pdf
[2] Fuente: OMS.