OPINIÓN

Mudanza

Nescimus quid loquitur

Créditos: LSR Veracruz
Escrito en VERACRUZ el

Nadie sabe lo que tiene hasta que comienza la mudanza.

Vaciar cajones, llenar cajas de artículos que pasaron el filtro de lo necesario, tirar el resto; repetir el proceso hasta devolverle a todo, aquella propiedad semoviente que le fue arrebatada por las raíces primigenias de la costumbre, que, susurrándonos al oído, conjugaba un "no te muevas", "quédate", "siempre", “aquí”, “conmigo”.

Depuramos tanto como podemos, no porque queramos, sino por el peso que implica aquella necesidad extenuante de moverlo todo al nuevo punto, proyectando aquel acto de colocarlo todo en un nuevo lugar, a la espera de un nuevo recorte, producto de una catarsis existencial o una nueva mudanza.

Podríamos pensar que conservamos, como regla general, todo aquello que nos quepa en las manos, pero no, la medida deriva de qué tanto apego tengamos arraigado en el pecho en el momento decisivo; si contamos con el pecho lleno, terminaríamos transportando todo, aunque esto implique el desorden de colocar todo porque sí, utilizando todo el espacio posible del nuevo lugar para satisfacer aquella imposibilidad de soltar, arrinconándonos en una esquina de la casa.

SÓLO LO NECESARIO

Las personas que han subido una montaña, compartirán una idea primordial: en la vida, sólo necesitamos cargar lo necesario para el viaje. Llevar un peso extra complicaría todo, hasta el punto de ponernos en riesgo; así como llevar menos de lo necesario, nos imposibilitaría de igual forma seguir.

Las dos aristas tienen sus puntos de inflexión, donde todo se rompe, y en el viaje de la vida, cada recuerdo que cargamos, pesa; así como cada artículo que conservamos con nosotros utiliza un espacio determinado en nuestra vida. Hay ciertos detalles que siguen con nosotros, que le cierran la puerta a todo aquello nuevo que pudiera entrar, hay ciertas cuestiones que tenemos que dejar en la mudanza para que algo más cercano a lo que necesitamos llegue, a aquello que sin buscarlo lo hemos perseguido desde hace tiempo.

LO COSTOSO DE SOLTAR

Acumulamos lo que podemos: sueños, artículos de oficina, reproches y torturas. Nos enraizamos a la tierra, porque nos provoca un miedo inmenso, tan sólo pensar en una despedida; nos aterra siquiera imaginar el cambio, dejamos que se cuele el miedo a no saber qué hacer cuando el ahora sea tan distinto, que no reconozcamos ni siquiera la sombra del ayer.

Repetimos y seguimos repitiendo las mismas conductas, las temporadas siguen pasando, los personajes cambian a nuestro alrededor, pero nosotros nos aferramos a lo que fuimos, nos aferramos a aquel espacio que tenemos, por aquella comodidad que representa; no soltamos porque nos aterra hacerlo, esperamos que la misma naturaleza nos empuje a hacerlo, sin querer hacernos responsable de esa decisión de cambiar lo que tengamos que cambiar, para poder crecer como tengamos que crecer.

CONSTANTE TRANSFORMACIÓN

Pese al alboroto mental que causa, y a nuestra enraizada costumbre, tenemos que reconocer que lo único constante es el cambio, que de un momento a otro tiene que llegar, estemos o no preparados. Alistarnos es fundamental para que todo fluya de una mejor forma cuando llegue por la inercia el cambio, pero también, entender en qué momento tenemos que hacer maletas e iniciar los preparativos de la mudanza por adelantado.

El significado de la palabra “mudar”, es muy poderoso si reflexionamos un poco: “dejar algo que se tenía antes, para que tome lugar otra cosa”; transición implícita entre lo viejo y lo nuevo, metamorfosis que en la vida natural se experimenta de distintas formas.

ÚNETE A NUESTRO CANAL DE WHATSAPP Y RECIBE LA INFORMACIÓN MÁS IMPORTANTE DE VERACRUZ

Los animales cambian de piel, de pelaje o caparazón para sentirse más cómodos, seguros, vivos; los humanos mudamos de tantas formas, que a veces nos cuesta reconocerlas. Nuestra piel muere y es sustituida por piel nueva, más viva; el cabello brota, se cae y en ciertos casos nunca más vuelve; las alegrías y tristezas más profundas, son sustituidas por alegrías y tristezas aún más profundas, que en ocasiones soltamos para darle paso a lo nuevo, y en otros afianzamos en nuestro pensamiento, guareciéndoles para la eternidad.

Dicen que toda transformación exige como condición previa el fin del mundo, aquel colapso de una antigua filosofía de vida que nos impulse a construir algo nuevamente; pero en esa construcción no empezamos desde cero, volviendo a trazar los mismos cimientos, sino que aplicamos lo que ya hemos aprendido, y eso nos permite lograrlo de una mejor forma. Así, ladrillo por ladrillo, pared por pared, techo por techo, se nutren de los errores y aciertos que tuvimos; así, abrimos ventanas donde alguna vez hicieron falta y resanamos aquellos espacios que sabemos, por experiencia, que pueden traer filtración; así, reforzamos el corazón con estructuras que le permitan resistir de mejor forma a los embates de la vida, sin tener que cerrarse por completo.

Mudarnos no implica únicamente una transición física de un espacio a otro, sino un proceso mental de duelo y adaptación, que converge y diverge mientras caemos rumbo al piso. Buscamos raíces para sentirnos seguros del terreno donde nos encontramos, pero eso no garantiza nuestra naturaleza nómada que nos ha llevado a caminar; buscando nuevos aires y nuevos bríos, nuevos recursos que nos permitan el pleno goce del ahora, nuevos y buenos aires por vivir.

mb