OPINIÓN

Dulce paz y muerte en vida

Nescimus quid loquitur

Créditos: LSR Veracruz
Escrito en VERACRUZ el

"No son los muertos los que en dulce calma

la paz disfrutan de su tumba fría;

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muertos son los que tienen muerta el alma

y viven todavía". -Antonio Muñoz Feijoo

"No había forma de saberlo", me dijeron en el hospital antes de que la bruma eterna le cerrara los ojos. De un portazo me comí el adiós, que terminaba toda posibilidad de escuchar su voz, altiva, en ocasiones susurrante, pero viva, suya.

Ese momento solo fue la previa al preciso instante donde me encuentro ahora; frente a mí, aquel ataúd que le guarda inerte en su nueva y perpetua morada. Nadie le preguntó si quería terminar así, a la espera de ser enterrado muerto, sin posibilidad de retorno, ni plan de restitución para tan cruel y artera acción.

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Pero, ¿por qué enterrarlo?, ¿por qué encerrarlo en aquel rincón oscuro?, ¿por qué actuar alevosamente y echar palada tras palada hasta cubrirle por completo?; no bastando eso, arrojarle una pesada losa encima, sitiarle con espinas ponzoñosas, trampas mortales, con tal de que no salga de ahí, con tal de que ahí se quede a perpetuidad, hasta que el mismo tiempo se encargue de volverle a la vida, transformándole en polvo, uno tan fino que se filtre entre las grietas del pensamiento, surcando el turbado pasaje de la memoria, hasta llegar al ahora como un murmullo que cuente sobre el eco de lo que alguna vez fue.

Sigo pensando otras opciones que sustituyan tan cruel y salvaje práctica, ¿por qué no buscamos la manera de darle asilo bajo la luz cálida del día, en un lugar de retiro lleno de flores de olor que despierten el apetito por soñar; con canciones de cuna que arropen su cuerpo, que acompañándole hasta que vuelva el atesorado polvo que conmine una última vez a ser parte del todo. 

Quizás enterramos a nuestros muertos para salvarles de nosotros, para alejarles de la podrida realidad que nos atormenta. Tal vez lo hacemos como medio para descansar, dejando tres metros bajo tierra cualquier ápice de remordimiento que nos pudiera arrebatar la calma; con tal de alejar cualquier posibilidad de que irrumpa una noche cerrada, aquel "hubiera" que condena al desvelo, que provoca que deambulemos en vida, muertos, pensando en aquellos muertos que en dulce paz disfrutan su tumba fría.

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INERCIA DE SEGUIR

Caminar sin rumbo, sin una meta, hacerlo solo por la inercia de ir hacia adelante, solo por la costumbre o el deber social de tener que seguir, de no detenernos por ningún motivo.

¿Qué diferencia tendríamos de los muertos, si andamos por ahí sin sentirnos vivos?, quizás la única distinción sería el color de piel, el aroma que desprende la pútrida carne mientras se separa del esqueleto; la carroña siendo acechada por animales danzando sobre, debajo y dentro, buscando saciar el apetito voraz con el vestigio de lo que fuimos.

La única diferencia sería el caminar erguido y orgulloso de aquellos flácidos cuerpos que disfrutan de momento la paz, guarecidos dentro de sus féretros fríos, frente al desprotegido y turbio abismo que significa mirar al vacío, hipnotizarse en él, no poder salir de la pesadez de estar aquí, pero con el alma sin vida; como objetos inanimados, sin rumbo, ni identidad, ni metas que motiven a seguir, siguiendo la simple inercia de buscar que todo, bien o mal, termine.

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ÁNIMAS

La palabra “ánima”, encuentra su raíz en el latín; significa “alma”, “espíritu” o “aliento”; da origen, por lo menos, a dos líneas de interpretación: una, conectada con el “ánimo”, que evoca la mente, el coraje; otra, con aquel soplo vital, espíritu y fuerza que impulsa a los seres a estar con vida.

 El “ánima” o “espíritu”, es propio de los seres vivos, aquella esencia que les hace únicos, aquel brío que lleva a su corazón no solo a latir, sino a hacerlo con bravura, encendiendo la llama que ilumina el camino, que conmina a no desistir.

¿Qué seríamos sin esa llama que anima nuestro andar?, seres muertos deambulando en el mundo de los vivos, muñecos de cera esperando ser devorados por el cándido ahora que derrite todo lo que toca; seríamos, en esencia, objetos sin voluntad propia, como lo son las sillas, las mesas u otros muebles.

ÚLTIMA REFLEXIÓN: DENTRO DEL MUNDO

Parece que las sillas pueden tocarnos, están dentro del mundo, como nosotros, pero, si les vemos bien, no pueden hacerlo; quien auténticamente se toca, somos los humanos cuando nos saludamos, cuando sonreímos, cuando atravesamos profundamente la vida de alguien.

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Nosotros somos quienes le damos sentido a aquellos objetos que nos rodean, como las sillas. Las sillas que se tocan, aparentemente están dentro del mundo, pero no tienen mundo, solo nosotros lo tenemos; aunque hay mucha gente que está entre nosotros: caminan, comen, van al trabajo y de regreso a casa, pero tampoco tienen mundo, es decir, proyecto, ruta, sentido; son como las cosas, solamente están, y ya.

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