Como pasa con muchos otros personajes históricos que nacieron antes del siglo XVIII, es difícil saber con exactitud cuándo nacieron. En el caso de Juana, la mujer de la que quiero hablarles el día de hoy nació en algún momento entre 1648 y 1651 en San Miguel Nepantla, hoy municipio de Tepetlixpa, Estado de México.
De los padres de Juana tampoco se sabe mucho. Sabemos, por ejemplo, que Pedro, el padre de Juana, era un español que llegó a la Nueva España cuando era niño. Se sabe también, gracias a Juana, que Pedro tuvo tres hijas con la madre de Juana, Isabel Ramírez, hija de un hacendado de Huichapan, Hidalgo.
Otro dato interesante sobre los padres de Juana es que nunca se unieron en matrimonio eclesiástico (lo cual en esos tiempos equivalía a no estar casado) Sobre esta extraña situación hay poco más que especulaciones. La especulación más conocida es, quizá, la del escritor Octavio Paz, quien atribuía este hecho a la «laxitud de la moral sexual en la colonia»
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En todo caso, Isabel se separó de Pedro y tuvo otros tres hijos con Diego Ruiz, con quien tampoco se casó. Juana pasó su infancia entre Nepantla y Amecameca, y sería en este último donde aprendería náhuatl con los habitantes de las haciendas de su abuelo.
Cuando su abuelo murió su madre se encargó de las fincas. Allí sería donde Juana, junto con su hermana mayor, tomaría lecciones a escondidas de su madre y terminaría por aprender a leer y a escribir desde los tres años. Se dice que el gusto por la lectura de esta niña intelectualmente precoz surgió al descubrir la biblioteca de su abuelo.
Se dice mucho de esta época. Dicen que leyó todo a lo que había acceso en ese momento, desde los clásicos griegos y romanos hasta tratados teológicos. Se dice, también, que cuando estudiaba algo, si no lo aprendía correctamente, se cortaba un mechón de cabello, pues ella creía injusto que la cabeza estuviera adornada con belleza, si su cabeza carecía de ideas.
Pero tal vez la leyenda más conocida de Juana sea aquella de cómo trató de convencer a su madre de que la enviara a la universidad disfrazada de hombre, pues en esos tiempos las mujeres no podían acceder a la universidad.
De una u otra forma en su adolescencia, o adultez temprana, Juana se fue a vivir con su hermana María. En esta época comenzó su paso por la corte del virrey de la Nueva España, uno de sitios más cultos e ilustrados del virreinato, donde, con apoyo de su mecenas, la virreina Leonor de Carreto, se ganaría fama de inteligente y sagaz.
Casi a inicios de 1667 Juana llamó la atención del padre Núñez de Miranda, confesor de los virreyes, quien, al saber que la jovencita no deseaba casarse, le propuso entrar en una orden religiosa. Así entró a la Orden de San Jerónimo, donde se le permitió escribir, estudiar, realizar tertulias y recibir visitas, como las de su eterna amiga, la virreina Leonor de Carreto.
Aquí surgirían sus obras más famosas, como la «Respuesta a Sor Filotea de la Cruz», donde, básicamente, contestaba las recriminaciones que le hizo el obispo de Puebla. El obispo, bajo el seudónimo de Sor Filotea, decía, entre otras cosas, «que ninguna mujer debería afanarse por aprender de ciertos temas filosóficos»
Juana, ya conocida entonces como Sor Juana Inés de la Cruz, refutó aquello enlistando ejemplos de mujeres que dedicaron su vida al conocimiento. Poco se puede decir de Sor Juana que no se haya dicho ya. Su obra, tan basta, pasa por la poesía, el teatro, la prosa, la crítica social e incluso por la defensa de los derechos intelectuales de la mujer.
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La vida de Sor Juana es en sí misma digna de las mejores películas, y dejando de lado el debate sobre si debe, o no, ser considerada como una de las primeras feministas en el ámbito hispanoamericano, la realidad es que su obra sigue siendo estudiada y valorada por su riqueza literaria y su relevancia social.
Creo que, además, su vida es interesante, sobre todo, por todo lo que no sabemos de ella. Muchos autores (hombres en su mayoría) han especulado la existencia de amores no correspondidos.
Debo admitir que el título de la décima musa siempre me ha parecido un poco raro, pues si bien por un lado hace referencia a la mitología griega (las musas, hijas de Zeus y de Mnemósine, son consideradas las divinidades inspiradoras de las artes) también se puede entender como algo o alguien que inspira a un artista o a un escritor.
Sor Juana Inés de la Cruz fue mucho más que la «monja de México», o una inspiración para otros, y creo que en los últimos años se ha reivindicado su merecido lugar como una mujer ejemplar que sembró el camino no solo para las mujeres sino para todas las personas.
Por ello, querido lector, te invito a que te adentres a conocer más sobre la vida y obra de esta importante escritora que debe ser orgullo de todos nosotros y que nos ha hecho entrar en innumerables debates respecto al camino que ella decidió tomar en su vida.
mb