Hay políticos que tropiezan con la verdad. Otros, como Adán Augusto López Hernández, parecen caminar sobre ella con la soltura de quien no conoce la vergüenza. No la tuvo cuando admitió haber recibido depósitos de empresas proveedoras del gobierno de Tabasco. “Yo no firmé los contratos”, dijo, como si la ética se delegara y la responsabilidad se diluyera en el organigrama.
Tampoco se sonrojó al reconocer que forma parte de una sociedad mercantil sancionada por emitir facturas falsas. En lugar de deslindarse, se acomodó en la narrativa del “yo no sabía”, como si la ignorancia fuera escudo suficiente ante la corrupción.
Pero lo más grave —y revelador— fue su reacción ante el caso de Hernán Bermúdez Requena, exsecretario de Seguridad Pública de Tabasco y líder de “La Barredora”, organización criminal vinculada al tráfico de drogas, extorsión y secuestro. Adán Augusto asegura que desconocía las actividades ilícitas de su colaborador. Que cuando se enteró, ya no era gobernador… sino secretario de Gobernación.
Te podría interesar
¿Y qué hizo entonces? Nada. Porque en el México de los silencios institucionales, la omisión también es política. Y en la política de Adán Augusto, la vergüenza no tiene cabida.
Este martes 30, la secretaria de Gobernación, Rosa Icela Rodríguez, comparecerá ante el pleno. Hace apenas unos días, en la Cámara de Diputados, declaró que el gobierno no permitirá que ningún político de Morena dañe la imagen del “movimiento” que encabeza Claudia Sheinbaum. ¿Será que se retracte de sus palabras? Porque hasta ahora, Adán Augusto ha sido pieza clave para alcanzar los objetivos de la llamada cuarta transformación. Eso sí, utilizando métodos de gánster: comprando votos de senadores, amenazando con investigaciones o procesos judiciales, o cerrando expedientes incómodos, como el de Miguel Ángel Yunes.
La pregunta no es si Adán Augusto tiene vergüenza. Es si el movimiento que presume dignidad está dispuesto a seguir cargando con su estilo.
McPAN: ¿alianza o accidente?
No son pocos, al interior de Acción Nacional, los que piensan que una alianza MC-PAN —o McPAN, como ya se le llama en pasillos legislativos— no tiene rumbo ni proyecto. Se trataría de un pacto de coyuntura, un matrimonio por conveniencia forzado por la urgencia electoral. Mientras el PAN presume estructura, experiencia legislativa y 86 años de vida, Movimiento Ciudadano se vende como la nueva política, pero depende de liderazgos locales débiles y decisiones erráticas, como cerrarle la puerta al senador Luis Donaldo Colosio
En realidad, es MC quien necesita al PAN. Y aunque la alianza podría sumar votos, resta credibilidad si no se acompaña de una narrativa coherente, una agenda común y una visión de país que vaya más allá del cálculo electoral.
Orquídeas en el Titanic
Mientras el país se hunde en crisis de salud, seguridad y deuda pública, hay senadores como Néstor Camarillo Medina, de Movimiento Ciudadano, que proponen iniciativas como declarar el 21 de marzo como el Día Nacional de la Orquídea. En tiempos donde se exige visión, responsabilidad y soluciones, florecen las ocurrencias. Porque en el Senado, como en los jardines, hay quienes prefieren regar trivialidades antes que enfrentar la maleza institucional.
