Pepe Mujica fue un personaje poco común, sobre todo en estos tiempos en que la ambición desmedida, la violencia y la polarización predominan en el mundo. Se podrá estar de acuerdo o no con su ideología, posturas políticas, su gestión de gobierno como presidente de Uruguay o su cercanía con dictadores latinoamericanos –cuando el mismo fue víctima de la dictadura–, incluso con frecuencia sus adversarios lo descalifican por su pasado en la guerrilla de su país, pero difícilmente se puede dejar de reconocer su congruencia, algo tan escaso en estos días.
Son muchos los líderes sociales que, al llegar al poder, se deslumbran olvidando sus causas, perdiendo la dimensión de la realidad y traicionando todo aquello por lo que en algún momento lucharon. Sobran ejemplos de personajes autoritarios y populistas, tanto de derecha como de izquierda, que han sido capaces de lo que sea para mantenerse en el poder, atentando contra los derechos y libertades, acumulan fortunas, persiguen a sus opositores y justificando cualquier exceso en nombre del movimiento o del proyecto.
No es el caso de Mujica quien a pesar de haber estado en la cárcel por más de una década en condiciones sumamente difíciles –durante dos años lo tuvieron aislado en una mazmorra casi sin agua y comida– no acumuló rencores ni cobró venganza, por el contrario fue un defensor convencido de los derechos humanos, respetó las instituciones democráticas en vez de desmantelarlas, estableció diálogo con todos los sectores y entregó la presidencia al término de su periodo sin ninguna resistencia o nostalgia. Bien decía que “el poder no cambia a las personas, solo revela quienes verdaderamente son”. No es gratuito que diez años después de haber dejado el poder, siguió siendo un hombre muy respetado al que se le escuchaba con atención.
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Pero además de esto, si algo lo distinguió fue su sencillez y coherencia. Su estilo de vida siempre fue consecuente con su pensamiento y palabras, como en su crítica al consumismo. Sobre ello decía “Eres libre cuando escapas a la ley de la necesidad, cuando gastas tiempo de tu vida en lo que a ti se te ocurre. Si las necesidades se van multiplicando, gastas el tiempo de tu vida en cubrir las necesidades. Ahora los humanos podemos crear necesidades infinitas. Resulta que el mercado nos domina y se queda con todo el tiempo de nuestra vida”.
Al ser electo presidente de su país, se rehusó a ocupar la residencia presidencial y siguió viviendo en su modesta casa a las afueras de Montevideo donde murió hace un par de días poco antes de cumplir 90 años, viajaba en el mismo Volkswagen modelo 1987 de siempre y un muy alto porcentaje de su salario –se calcula que 90% equivalente a 500 mil dólares– lo donó a organizaciones sociales. Lo más importante, es que no lo hacía para dar una imagen falsa o con un fin propagandístico, simplemente esa era su esencia. Que diferencia con muchos de quienes hoy dedican sentidas palabras sobre Pepe Mujica, pero cuya actuación pública y privada dista tanto.
Comparto dos frases que me parecen retratan muy bien a este líder político y social, pero sobre todo, a este hombre sabio que es ejemplo de congruencia: “Yo me dediqué a cambiar el mundo y no cambié un carajo pero estuve entretenido. Sin embargo, me voy a morir feliz. No gasté mi vida solo consumiendo, la gasté soñando, peleando, luchando, me cagaron a palos, sí, pero le di un sentido a mi existencia”. “Nadie te puede devolver lo que perdiste. En la vida hay que aprender a cargar con una mochila de dolor, pero no a vivir mirando la mochila, la vida hay que mirarla hacia delante. Cada mañana amanece y la vida es porvenir, y es tan hermosa la vida que hay que defenderla y quererla. Puedes caer mil veces, el asunto es que tengas el coraje de volverte a levantar y volver a empezar, y el volver a empezar es una actitud general que hay que pregonar en la vida. Los únicos derrotados en la vida son los que dejan de luchar, y de soñar y de querer”.
