El reciente anuncio del Gobierno de la Ciudad de México de presentar una iniciativa de ley que busca transformar las corridas de toros en espectáculos libres de crueldad hacia los animales ha reavivado un fuerte debate. Esta propuesta ha puesto sobre la mesa los límites del actuar gubernamental, con opiniones entre quienes defienden la continuidad de las corridas de toros y quienes exigen mayor protección animal.
La nueva iniciativa no elimina completamente las corridas de toros, pero regula su práctica eliminando cualquier forma de maltrato físico, estableciendo límites de tiempo y asegurando el retorno de los toros a sus ganaderías. Aunque esta medida representa un avance en la protección animal, los defensores de la tauromaquia rechazan la iniciativa al considerar que afecta una tradición cultural profundamente arraigada en México. Argumentan además que la tauromaquia tiene un impacto económico importante al generar empleos, atraer turismo y fomentar la conservación del toro de lidia, una especie cuya existencia depende de esta práctica. Para ellos, las corridas no sólo representan un espectáculo cultural, sino también una expresión artística y simbólica que refuerza la identidad cultural.
Estos argumentos suelen basarse en interpretaciones del "orden divino", donde Dios habría otorgado a los humanos un rol superior en la creación, encargándoles la administración de la naturaleza, incluidos los animales. Sin embargo, una perspectiva más crítica y moderna del "orden divino" destaca que este mandato no justifica la explotación animal, sino que exige una gestión ética y responsable que conserve el equilibrio y respete toda forma de vida. La explotación de los animales puede interpretarse como un desvío de los valores originales, que buscaban establecer un orden justo y armonioso. La responsabilidad humana debería enfocarse en preservar la creación y honrar principios de justicia, cuidado y convivencia, lo que deja claro que no puede haber "cultura" legítima en el maltrato animal.
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Junto con ello, el argumento de repercusiones negativas en las economías no se sostiene. Por el contrario, aquellas economías que fomentan el bienestar animal tienden a obtener ventajas a largo plazo. Iniciativas fundamentadas en principios éticos, como el turismo sostenible o la agricultura orgánica, no sólo incrementan la confianza, sino que también fortalecen la imagen global de un país o región como referente en prácticas responsables.
El respeto a los derechos de los animales es un indicador clave de sociedades avanzadas, ya que refleja una evolución en valores éticos, sensibilidad social y responsabilidad ambiental. Reconocer a los animales como seres sintientes que merecen vivir libres de crueldad fomenta la empatía, la justicia y la equidad, fortaleciendo el bienestar colectivo. Asimismo, promover su bienestar contribuye a la sostenibilidad, al impulsar prácticas responsables y reducir el impacto ambiental.
Este compromiso ético no sólo eleva los estándares de vida, sino que también inspira a futuras generaciones a construir un mundo más armonioso y respetuoso con todas las formas de vida. En este contexto, promover el respeto hacia los animales no sólo favorece el bienestar social y ambiental, sino que también actúa como un motor para lograr un desarrollo económico justo y sostenible; que es exactamente la ciudad y el país que deseamos.