Conforme crece la preocupación por la amenaza externa de los aranceles y las deportaciones masivas, y disminuye el margen de operación del gobierno por la violencia, la inseguridad y la falta de crecimiento, aumenta la necesidad de contar con mecanismos de gestión y colaboración que garanticen la unidad funcional del país y la coordinación de esfuerzos entre todos los sectores de la población.
Hay dos preguntas que deben ser respondidas de manera incuestionable: ¿El gobierno estará dispuesto a cumplir con esta alta responsabilidad? ¿Los grupos más radicales, incrustados en la llamada transformación, le van a permitir a la presidenta poner las bases de un gran acuerdo de unidad nacional? Si la repuesta es afirmativa, habrá que poner en marcha mecanismos de gestión y colaboración eficaces y oportunos.
En medio de una crisis, los mecanismos de gestión y colaboración deben ser funcionales, claros, concretos y verificables, cualquiera de estos atributos que no se cumpla, generaría desconfianza entre los actores fundamentales y pondría en riesgo el proceso de unidad.
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A propósito de la gestión, en las actuales circunstancias, aplica la gestión de crisis que plantea Daniel Innerarity, quien sugiere que para abordar situaciones complejas que ponen en riesgo la democracia y la viabilidad del país, lo primero es dejar de lado el prejuicio de que “los malos son muy malos, mientras el coro aplaude, pues en este caso, todos perdemos”.
Siguiendo a Arhanasios Hristoulas, “las crisis las podemos ver como una situación de amenaza y discontinuidad a las aspiraciones y valores nacionales, lo que exige un manejo especial y la toma de decisiones críticas, lo que no nos debe impedir ver las oportunidades”.
Podemos decir con claridad que las pretensiones de Trump no son una sorpresa para nosotros, los aranceles y las deportaciones fueron parte de su oferta de campaña; tampoco hay duda que representen una amenaza sería a las metas económicas y sociales del país; lo que es cuestionable es que no ha habido la respuesta rápida y acertada ante el peligro inminente. Perdimos mucho tiempo en desestimar el riesgo y en suponer que todo lo teníamos bajo control.
Sin embargo, no todo está perdido si reencauzamos las acciones y si el gobierno, principal fuerza institucional y política, asume su responsabilidad constitucional de “mirar en todo por el bien y prosperidad de la Unión”, y convoca a un gran ejercicio de colaboración y unidad nacional.
Respecto a la colaboración es necesario dejar a un lado la retórica de la retórica de la unidad y la soberanía, pues no se trata de suponer la colaboración, sino asumirla como lo propone Adam Kahane en su tesis de la colaboración elástica: “Colaborar significa trabajar con quienes no estamos de acuerdo, con quienes no nos agradan y con quienes no confiamos”.
Para esto se requiere un ejercicio de honestidad política, “aceptar el conflicto, estar dispuesto a experimentar soluciones en conjunto y entrarle a la construcción de alternativas en un juego donde no hay certezas” y, sobre todo, dejar atrás “procesos de colaboración centralizados”.
El momento es crítico y nos convoca a todos.