EL REGRESO DE DONALD TRUMP

Trump 2.0 y la geopolítica imperial

La segunda llegada al poder de Donald Trump permite vislumbrar una serie de líneas de conflicto y cambios de gran trascendencia en Estados Unidos, pero también el orden internacional. | Teresa Incháustegui Romero

Escrito en OPINIÓN el

La lluvia de artículos y análisis que ha desatado la segunda llegada al poder de Donald Trump permite vislumbrar una serie de líneas de conflicto y cambios de gran trascendencia en Estados Unidos, pero también el orden internacional. Algunos analistas han comenzado a colocar desde ya, una nueva mojonera histórica en el orden internacional. Se habla de una nueva fase de neoliberalismo soberanista (Pankaj Misha) que ha abandonado prácticamente el liberalismo político y la inclusión de demandas sociales de minorías, que acompañó al proceso de globalización liderado por el “neoliberalismo progresista” de los gobiernos demócratas de 1993 a 2023. En esta fase trumpista, el neoliberalismo estaría adulterando además su mantra central: el libre mercado y la mano invisible, dejando de lado la idea de las ventajas comparativas en la división internacional del trabajo, tomando el proteccionismo como un arma política para doblegar en la negociación a los países competidores, mientras se recupera el poderío económico de Estados Unidos. Pero eso sí, bajo la idea de la naturaleza y el planeta como reservorio infinito de recursos, en la línea del crecimiento económico progresivo y la vida material como fuente del bienestar, aunque el sueño americano sea solo para los norteamericanos blancos.

El trumpismo es un neoliberalismo que no oculta sus rasgos autoritarios, que deja en el pasado la democracia liberal y sus principios de igualdad, división y limitación de poderes, pluralismo ideológico, secularización del estado y reconocimiento de las demandas de grupos con diferencias e identidades étnicas, raciales, sexo genéricas, incluyendo la liberalización de las mujeres y los cambios en las relaciones sociales de género. MAGA, plantea un re-making de la sociedad norteamericana, echando la máquina del tiempo a los años del macartismo cuando las libertades estaban “administradas”, campeaba la supremacía blanca, el orden patriarcal heteronormativo, la recuperación industrial y, los valores religiosos

La fuerza de este nuevo consenso se focaliza en la idea de expulsar a la población migrante como santo y seña del deterioro norteamericano –un poco a la manera del chivo expiatorio antisemita en la Alemania fascista– e incluye varios flancos sociales, ideológicos, de clase, religión y grupos elitistas, no sin contradicciones internas, pero que es importante identificar para proyectar su incidencia en los cursos de acción de los próximos cuatro años de gobierno.

Por una parte, están los llamados soberanistas mecidos en el sueño que sintetiza la consigna MAGA: personas de la raza blanca y segmentos raciales (negros y latinos) acomodados unos y asimilados otros. Los primeros con la idea de conjurar la amenaza del “Reemplazo racial” según lo cual, Estados Unidos estaría cambiando su composición racial caucásica, por personas negras, latinas y asiáticas, que se reproducen más y más rápidamente que la población caucásica, además no son protestantes y no se asimilan del todo a la cultura norteamericana. Estos sectores del trumpismo vienen sonando las alertas de tiempo atrás, subrayando que, en la composición étnica del país, las personas de raza caucásica son solo 6 de cada 10, mientras las mezclas étnicas suman 40%. Dentro de éstos los hispanos son la mitad. El peso de los latinos es decisivo electoralmente hablando en estados como Florida, Texas, Arizona, Nevada y California. Por lo que impulsan la introducción de restricciones en el padrón electoral semejantes a las que limitaron durante décadas el registro de ciudadanía entre la población afrodescendiente. Un segundo flanco de los neosoberanistas son obreros blancos y otros migrantes de tercera generación que perciben en riesgo el lugar que trabajosamente lograron en la estructura socioeconómica norteamericana, con la llegada de los nuevos migrantes. 

La respuesta a estos sectores ha sido inmediata por cuanto las razias y expulsiones de migrantes generan un efecto mediático muy apreciado por el equipo del magnate, montando un clima de persecución y cacería de brujas tan cruento como en los pogromos antisemitas alemanes y polacos. Generan un “enemigo interno” que instala una atmósfera social de odio, persecución y miedo que es un clima político para todo tipo de abusos. Donde los migrantes que trabajan construyen y hacen posibles servicios diversos como escuelas, hospitales, hoteles, restaurantes, etc., son estigmatizados y acorralados como criminales y terroristas. Notable es que estos pogromos no se monten en las zonas agrícolas donde la mano de obra migrante sostiene la productividad interna y externa del campo estadounidense.

En los hechos, a estos sectores del trumpismo todavía les faltará ver cómo las políticas en educación, vivienda, salud, derechos laborales y ayudas asistenciales se recorten en servicios y presupuesto, haciendo realidad su mantra neoliberal : “Merit no Mercy” que marcará el punto final del proyecto bienestarista establecido por los demócratas desde el New Deal. Mientras los obreros blancos, confiados en las promesas de reindustrialización en la Unión Americana, se toparán con que este proyecto está más allá del voluntarismo y las promesas de campaña de Trump. 

El tejido industrial que forjó la globalización neoliberal en tres décadas de liberalización comercial y financiera, no da pie a la reconstrucción de las pirámides industriales del glorioso fordismo del Cinturón Manufacturero (nordeste y medio oeste de los años 30 a 70) porque la tercerización, la subcontratación, la producción compartida y el despliegue de procesos con menos valor agregado a países con más bajos costos de producción, es ya una condición sin qua non para la productividad y la competitividad interna y externa a la naciones.

Por otra parte, la financiarización de la economía ha desplazado del centro a las actividades manufactureras en Estados Unidos tanto en dividendos como en participación productiva, poder y riqueza. Recuperar el aliento industrial para trocar el estancamiento relativo en reindustrialización supone desplazar del poder a la fracción financiera empoderadísima y socia del triunfo de Trump. Véase como la Reserva Federal, sigue sosteniendo su política restrictiva de tasas a pesar de las presiones de Trump.

A juzgar por el lanzamiento con bombo y platillos del proyecto StarGate, pareciera que el proyecto de recuperar la supremacía económica que amasa el trumpismo, pasa por el dinamismo y robustez de sectores de alta tecnología. Este proyecto del presidente que se autodefinió como el salvado por la mano de Dios para salvar a América, con la participación conjunta de OpenAI, Oracle y Softbank, con la idea de sumar a Microsoft, Nvidia y Arm, prevee una inversión de más de un trillón de dólares en los próximos cuatro años para el desarrollo de infraestructuras de inteligencia artificial. Pero requiere ingentes inversiones en energía y extracción de petróleo, so pena de sobrecargar la red eléctrica estadounidense con centros de datos que consumen casi tanto como ciudades enteras, según New Scientist. Además necesitan una fuerza de trabajo y de talento de especialistas altamente calificados, para lo que los obreros blancos norteamericanos y sus hijos, carecen de la formación necesaria. En adición, la batalla con los chinos ha comenzado ahí, ya que el mismo día de su lanzamiento, la App de IA DeepSeek puso en ridículo este proyecto, haciendo caer sus infladas exceptivas bursátiles. 

El otro componente del trumpismo quizá el más profundo, pero difícil de asir y encajonar pero también muy influyente en el campus republicano son los Neocons como se ha llamado a los intelectuales, -casi todos emigrados caucásicos allegados a EU entre los años 30 y 50 académicos y colaboradores de prestigiosas revistas para las élites políticas y profesionales del vecino país-, que desde los inicios a fines de los años 60 cuestionaron la política exterior de los demócratas, así como a los movimientos contraculturales y el surgimiento de la llamada Nueva Izquierda en los setenta. Son intervencionistas en el plano internacional y nacionalistas en el interno. Son promotores del individualismo y la libertad económica pero sumamente conservadores y patriarcalistas respecto a la moralidad, la familia, las mujeres y la religión. Están en contra de los cambios culturales generados por la creciente participación de las mujeres en ámbitos antes masculinizados: la política, las finanzas, la cultura, el trabajo, la alta cultura y la educación. Defienden una agenda más cultural que económica, en torno al individualismo, la autonomía individual y los valores del protestantismo y la familia que consideran consustanciales al éxito del capitalismo y la excepcionalidad de la sociedad norteamericana. Son liberales teñidos de religiosidad que integran una base moral en sus propuestas sociales. 

Refuerzan los valores conservadores centrados en la familia y la identidad nacional. Desde ese punto de vista son cercanos o, al menos afines a la base evangélica del llamado Cinturón Bíblico formado por nueve estados (Mississippi, Alabama, Luisiana, Arkansas, Carolina del Sur, Tennessee, Carolina del Norte, Georgia, Oklahoma, Missouri), que ven a Trump como “el elegido”. El brazo armado de Dios para echar abajo las conquistas de la población LGBTQ+, los derechos reproductivos, la libertad y el empoderamiento de las mujeres

La agenda en contra del género se integra a la agenda de Trump por estos grupos. El propósito es regresar a las mujeres al ámbito privado, a su función de madres y amas de casa, combatir los derechos reproductivos, la contracepción y el aborto, para sustentar la recuperación demográfica de la raza blanca, reestablecer el predominio y honor masculino, a partir de recuperar el empleo para los hombres y re-moralizar a la sociedad. Es para este segmento amplio y diverso que la agenda contra-género de Trump cobra sentido estratégico. 

El cumplimiento de estas promesas ha detonado ya órdenes ejecutivas y propuestas legislativas del presidente. La semana pasada de la Casa Blanca salió la instrucción difundida por el director interino de la Oficina de Gestión y Presupuesto (OMB), Matthew Vaeth, ordenando a las agencias federales “pausar temporalmente todas las actividades relacionadas con la obligación o el desembolso de toda la asistencia financiera federal” con especial dedicatoria las que se dedican a promover la equidad marxista, la transexualidad y las políticas de ingeniería social del nuevo pacto verde. Esto va desde la interrupción de la investigación sobre la cura del cáncer infantil, hasta el cierre de refugios para personas sin hogar, la interrupción de la asistencia alimentaria, la reducción de la inseguridad frente a la violencia doméstica y el cierre de líneas telefónicas de ayuda al suicidio. Todo ello en la línea que ha ofrecido a su electorado de hacer una “revolución del sentido común” para forjar “una sociedad ciega a los colores y basada en el mérito”. Es decir, ciega a las desigualdades. 

Se ha difundido también una lista de más de tres decenas de términos prohibidos en el léxico oficial donde además de mujeres, grupos de la diversidad, abogacía, interseccionalidad, subrepresentación, antiracista, igualdad de oportunidades, minoría, multicuturalidad, están siendo expurgados de toda comunicación oficial. Constatando que las palabras importan y hacen cosas cómo dijera Austin, que no nombrar es invisibilizar. 

En el segmento superior de esa cinta Moebius en la que el trumpismo se ha unido al sustrato de una sociedad desclasada, en ruina moral y depresión violenta, con la cúpula de viejos banqueros e hipermillonarios jóvenes ávidos de comerse al mundo y habitar en el cosmos, está la cabeza lanza del proyecto de recuperación de liderazgo económico y la nueva geopolítica norteamericana: Los Siete Magníficos, dueños de los monopolios mundiales que dominan la Nueva Economía y encabezan la utopía tecnofuturista de Destino Manifiesto Redivivo. Son los tencnofuturistas que esperan la debacle del planeta y la aniquilación “natural” de al menos una tercera parte de la humanidad: los pobres y supernumerarios migrantes que no son de ningún lugar, los parias trashumantes que ningún país acoge, que viene con el cambio climático, mientras ellos viven en la Luna o acampan en Marte.

Teresa Incháustegui Romero

@terinro