La Comisión Nacional de Salarios Mínimos (CONASAMI) anunció que a partir del 1 de enero de 2026 el salario mínimo se incrementará en un 13 por ciento (excepto en la frontera norte). En la mayoría del país pasa de 278.80 a 315 pesos diarios, lo cual eleva el salario mínimo a 9 mil 582 pesos mensuales. Si se considera una inflación de 3.8 por ciento en 2025 el incremento real es de 8.8 por ciento.
De acuerdo con el secretario del Trabajo y Previsión Social, Marath Baruch Bolaños, el salario mínimo ha incrementado en 154 por ciento su poder adquisitivo en los años de la anterior y la presente administración federal. Es decir que se ha más que duplicado.
Es un hecho que se revirtió la anterior tendencia de décadas de salvaje deterioro salarial y empobrecimiento generalizado de la población. De enero de 1977 a diciembre de 2010 la reducción del salario mínimo real fue de 75.49 por ciento. Es decir que al fin del 2010 los trabajadores que ganaban un salario mínimo apenas podían comprar poco menos que la cuarta parte que 34 años antes.
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Un comportamiento brutal del modelo de globalización que fincó la competitividad internacional del país en el empobrecimiento generalizado de los trabajadores. La disminución del ingreso se tradujo en una disminución de la demanda y propició la destrucción masiva de las capacidades productivas de los medianos, pequeños y micro productores de la ciudad y el campo orientados a satisfacer el consumo interno. En tanto la supuesta entrada al primer mundo preconizada por el TLCAN se planteó la sustitución de las anteriores capacidades productivas, financieras y distributivas, por empresas modernas, oligopólicas, en buena medida de inversión externa.
Con el nuevo incremento salarial en enero de 2026 el salario mínimo real habrá alcanzado un poder de compra equivalente al 72 por ciento del que tenía en enero de 1977, 49 años antes. Tendría que elevarse todavía un 39 por ciento más para quedar a la par que el de hace casi medio siglo.
Dos son las críticas que surgen en oposición al incremento salarial. Una es que no corresponde a incrementos de la productividad. Ante esto el presidente de la CONASAMI nos dice que la productividad laboral en el sector manufacturero aumentó 164 por ciento desde 1980 mientras que los sueldos reales apenas subieron 15.6 por ciento. La cifra de incremento de la productividad parece más bien modesta y los incrementos en otros sectores como el de servicios, asociados a la digitalización de la información, los cajeros automáticos, y demás bien podrían ser aún mayores. Lo menos que puede decirse es que el empobrecimiento masivo de los últimos cincuenta años no se asocia a un deterioro de la productividad sino a una mayor generación de riqueza con un reparto extremadamente inequitativo.
Una segunda crítica es que el incremento salarial puede inducir inflación. Ante ello hay dos respuestas posibles; una es que la experiencia internacional demuestra que esto no necesariamente ocurre y en México no se ha dado. Una segunda respuesta nos remite a un hecho lamentable; no existe un real aumento salarial generalizado.
Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), del tercer trimestre de 2024 al mismo del 2025 la población que gana hasta un salario mínimo creció en 1 millón 62 mil personas; pero se perdieron 2 millones 659 mil puestos de trabajo que ganaban más de un salario mínimo.
Los datos describen una tendencia que lleva varios años y cuyo resultado de conjunto, de acuerdo con el INEGI, es que en el periodo señalado la masa salarial real, es decir la suma total de los ingresos laborales de las personas ocupadas, disminuyó 2.3 por ciento. Es decir que el total de los trabajadores del país ganaron menos en 2025 que en menos de 2024. Un contexto en el que la inflación que existe no puede ser atribuible a que los trabajadores ganan más.
De hecho durante las décadas de deterioro salarial y empobrecimiento masivo hubo alguna inflación cuando, desde la perspectiva de los que acusan al incremento salarial de riesgo de inflación, debería haber habido deflación. Lo cierto es que la inflación en México se asocia a la entrada de capitales externos, a la especulación que enriquece a una minoría y al incremento de la inequidad. Es decir que la inflación se filtra desde la punta superior de la pirámide de ingresos hacia abajo, empezando por elevar los precios de los bienes de inversión especulativa, terrenos, casas, y consumo de alta gama.
Los trabajadores de México se encuentran entre los más mal pagados del mundo; son también de los más explotados en horas trabajadas. De acuerdo con la OCDE en 2023 México fue, después de Colombia el país donde los trabajadores laboraron un mayor número de horas. El promedio de horas trabajadas en México fue de 2 mil 206; el promedio del conjunto de los países de la OCDE fue de 1 mil 740; en Francia se trabajó 1 mil 488 horas y en dos países, Dinamarca y Alemania, menos de 1 mil 400 horas al año.
Es de elemental justicia elevar los salarios reales y aun falta mucho por avanzar; también lo es reducir las horas de trabajo para, como lo dijo el secretario Marath, disminuir la fatiga y los accidentes laborales, reducir riesgos a la salud y mejorar el autocuidado y que haya un mayor equilibrio entre la vida personal, familiar y laboral.
No obstante estos avances laborales se quedan a medias en el camino de abandonar el modelo de competir abusando de los trabajadores. Falta apretar otras tuercas. Junto a la recuperación del salario urge la recuperación del empleo en la manufactura orientada al consumo mayoritario; revertir, por ejemplo, la caída de la producción de calzado, telas y ropa, productos de madera y, en particular, avanzar hacia la prometida autosuficiencia alimentaria que es un asunto de vital importancia.
Algo esencial que debe entenderse es que si no se va a competir con mano de obra semi esclava la única alternativa posible es competir con una moneda barata. Haber permitido que este año el peso se encarezca aproximadamente en un 14 por ciento ha sido un duro golpe a las empresas nacionales, y a sus trabajadores, que compiten con importaciones abaratadas.
Recuperar la soberanía agrícola, propiciar una moneda barata que nos permita ser más competitivos y que el gobierno tenga más capacidad económica para cumplir con sus responsabilidades son tres tareas pendientes.
