El domingo 12 de octubre, la presidente de México, Claudia Sheinbaum, pudo comprobar que no todo son Las Mañaneras a las que acuden muchos reporteros de blogs personales para aplaudir por lo hecho, para hacer preguntas a modo y para facturar preguntas a clientes insospechados. Tampoco es el Zócalo de la Ciudad de México lleno de gente traída de lejos para aplaudir y gritar porras, todo pagado con recursos públicos.
Ese domingo la presidente supo que el pueblo bueno tiene distintas voces. Y hay que escucharlo. Ese día acudió a la zona dañada por los torrentes de octubre en Poza Rica, Veracruz, y tuvo que escuchar los reclamos airados de la gente que sufrió en sus propias carnes y en sus propiedades y muebles los daños que parecen irreparables. La gente exigió por sus muertos y desaparecidos. Reclamaron soluciones, gritaron que no reciben ayuda, que no importa si ella va o no, que lo que quieren es auxilio.
Ella, sorprendida, quiso sorprender a los asistentes airados pidiéndoles que se callaran, que dejaran de gritar… que guardaran silencio… y luego ante la negativa amenazó con retirarse. Fue un momento incómodo para todos, pero sobre todo para la presidente que no esperaba que esto ocurriera en su persona y en su jerarquía presidencial.
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Y sin embargo la tragedia estaba ahí, frente a sus ojos, y los indignados pobladores inermes, que lo único con lo que cuentan en este momento es su voz. Sheinbaum regañó al alcalde de Poza Rica y buscó una salida airosa diciendo que le da la razón al pueblo.
La gobernadora del estado de Veracruz, Rocío Nahle, al sobrevolar en helicóptero la zona devastada sumergida en agua dijo que era un pequeño desborde del río local. Frente a la tragedia quiso minimizar el problema. Acostumbrada a minimizar lo que no le conviene con el apoyo de su amiga la presidente de México, no dio mayor solución a la tragedia. Tenía que venir la mandataria del país para que tomara en serio el tema.
Estas lluvias del verano del 25 han causado tragedias humanas al por mayor. Y han dañado el patrimonio de mucha gente en distintas partes del país. Todavía está en la mente de miles, los estragos ocurridos en Ciudad de México, sobre todo en Iztapalapa, Gustavo A. Madero y más.
Ni ricos ni pobres escapan a los torrentes lluviosos, pero son los pobres los que más sufren la tragedia en sus pertenencias, en su salud y en sus vidas. Luego de arruinar su patrimonio, sus casas y mobiliario no les queda más que esperar un poco de ayuda y comenzar de nuevo la lucha que emprendieron con esfuerzo y esmero hace años y que ya quedó en el agua.
El tema lo tratamos ya aquí mismo, hace semanas, cuando Iztapalapa sufrió las inclemencias pluviales y se les prometió ayuda por parte del gobierno capitalino, una ayuda que de ninguna manera remedia lo perdido, pero sobre todo que ese tipo de auxilio llega a cuentagotas bajo estrictas esperas luego de censos de evaluación de impacto, para entregar, según dijeron, unos ocho mil pesos por daños y pérdidas.
La gente afectada termina cargada de frustración y enojo porque se sienten abandonados, solos en su tragedia y sin posibilidades de exigir lo que como ciudadanos les corresponde luego de muchos años de trabajo, de pago de impuestos, de contribuciones, de apoyo al partido gobernante. Porque eso es. Muchos de los damnificados confiaron y acaso todavía confíen en la grandeza de la 4T que promete que primero están los pobres: Ellos -los damnificados- son pobres. ¿Primero ellos?
No parece ser así. Ahí está la tragedia mayúscula en cinco estados de la República por tormentas ocurridas desde principios de octubre y que fueron advertidas cinco días antes por el Sistema Meteorológico Nacional. Nadie hizo caso:
Veracruz, Puebla, Hidalgo, San Luis Potosí y Querétaro fueron los más afectados. Inundaciones a raudales. Ríos desbordados. Presas a tope. Deslizamiento de tierras. Deslaves en carreteras. Hoyancos a diestra y siniestra. Falta de suministro eléctrico. Agua por todos lados, calles que son caudales de agua, avenidas, parques, jardines, casas, edificios, estaciones de autobuses, hospitales, escuelas, mercados… Todo devastado…
Hasta el martes 14 de octubre habían ocurrido 64 personas muertas y 65 desaparecidos en los distintos estados de la República anegados, según cifras oficiales de la titular de Protección Civil Laura Velázquez Alzúa.
Durante La Mañanera del 13 de octubre dijo que tan sólo en Veracruz hubo una acumulación de 280 milímetros y en Puebla se reportaron 286 milímetros, lo que provocó severas inundaciones y deslaves. Que en Veracruz suman 40 municipios afectados, de los cuales 22 tienen las mayores afectaciones, mientras en Puebla son 23 municipios afectados.
El mismo día, el titular de la Secretaría de la Defensa Nacional, general Ricardo Trevilla Trejo, dijo que el viernes 6 de octubre se envió refuerzo con personal, material, equipos, vehículos y aeronaves de la fuerza de apoyo contra desastres como parte del Plan DN-III-E para reforzar principalmente a los municipios veracruzanos Poza Rica y Álamo.
El secretario de Marina, el almirante Raymundo Pedro Morales, precisó que hay tres mil 300 de sus elementos desplegados en San Luis Potosí, Hidalgo, Puebla y Veracruz, la mayoría de ellos en estos últimos dos estados.
Cierto que la ayuda de la Defensa y de la Marina consiguieron disminuir la tragedia, pero también lo es que el gobierno federal y los gobiernos estatales no prevén las consecuencias de este tipo de fenómenos ecológicos. Se sabe ya que los impactos naturales afectan grandemente a la población de distintas entidades y, sin embargo, se acude a brindar ayuda cuando la tragedia ya ocurrió.
Sólo quienes viven estos desamparos saben la magnitud de su tragedia. Y ellos, como muchos otros, saben que el gobierno federal y los gobiernos estatales están incapacitados para prever, apoyarse en expertos científicos y evitar la indignación, el dolor y el llanto de tantos miles de mexicanos. Mexicanos, que, como se vio, es pueblo bueno, pero que también tiene otra voz y ya exige.
