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Presidente Trump: ¿nace una estrella?

La inauguración de la presidencia de Donald Trump marcó el regreso estrepitoso y triunfalista de la política como espectáculo. | José Antonio Sosa Plata

Escrito en OPINIÓN el

El gran espectáculo duró dos días. Es cierto que el presidente Donald Trump no fue el primer político en hacer un gran show en el marco de su toma de posesión. Tampoco será el último. Pero lo que vimos desde el domingo pasado podría ser la ruptura de un paradigma, en el que la formalidad fue una experiencia apenas perceptible.

Sí hubo juramento ante la Biblia. Sí se pronunciaron discursos con visión y propuestas. Sí se diseñó una agenda protocolaria. Sí se cuidaron algunas formas. Sí se respetaron los símbolos de poder. Pero la estructura, narrativas y contenidos en torno a la ceremonia oficial fueron dominados por el entretenimiento, como en una película de Hollywood. 

El festejo tenía que ser atractivo, inédito y memorable. El despliegue de poder, también. Mucho mayor del que tuvo al comenzar su primer periodo. Incluso, tanto o más de lo que se había visto durante las ceremonias de coronación más suntuosas de cualquier emperador.  

Aún más: la figura central debía ser proyectada y percibida como la de un visionario… un profeta… un ser excepcional…  una persona amada por su pueblo… un triunfador… un todopoderoso. Para que no haya duda: ¡El líder tenía que brillar como una estrella! 

Por si no lo leíste: "Es importante tener cabeza fría": Sheinbaum ante emergencia nacional de Trump.

La producción de cada evento tenía objetivos claros y específicos para cumplir, en forma eficaz, con la misión de comunicación política. Era preciso mantener, en todo momento, la mayor atención de las audiencias e hiper audiencias, como sucede en las mejores series de televisión. La grandeza de la nación y de su máximo líder no debían ser cuestionadas.

El protagonista, su narrativa y su discurso tendrían que sonar más fuerte que un manotazo en la mesa. Por eso era indispensable imponer agenda, hacer frente a los críticos, reducir el impacto de las acusaciones que se le hicieron, ser el centro de la noticia, minimizar los ataques y cuestionamientos de quienes no están de acuerdo con el proyecto del presidente: “Que no quede duda, aquí mando yo”.

Los mensajes principales del presidente Donald Trump tenían que ser vistos y recordados en todo el mundo. Debían infundir temor y preocupación en los adversarios y enemigos, como lo hacían el siglo pasado los regímenes autoritarios. También habrían de llegar a las naciones vecinas y a todos aquellos países que, de una u otra manera, “han puesto en riesgo” la supremacía mundial de Estados Unidos.  

Consulta: Rovelli, M. Salman Sosa, A., Storino, B. "Nuevas formas de comunicación política en la era de la información: hacia una sociología de la política pop", en Actas publicadas. Buenos Aires, Argentina: Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad de La Plata, 2022.

La promesa de cobro de elevados aranceles, la declaración de emergencia en la frontera sur, la designación de los cárteles de droga mexicanos como organizaciones terroristas internacionales, la recuperación del Canal de Panamá —y muchos otros anuncios— no bastaban. Era necesario recurrir a la fuerza de la comunicación política moderna. Y la mejor manera de lograrlo, fue con una súper producción audiovisual. 

Escenografías espectaculares (controladas principalmente en interiores); iluminaciones festivas; maestros de ceremonias profesionales; encuadres y movimientos de cámara bien planeados; guiones con frases cortas, precisas y fáciles de recordar; la realización de un gran desfile; mucha música; figuras destacadas del mundo del espectáculo; bailes; y fuertes aplausos a la menor provocación realzaron el evento como nunca antes se había visto.

Sin embargo, el respeto que hubo a la investidura presidencial y a los símbolos nacionales no lograron ocultar los ataques del primer mandatario estadounidense a sus adversarios. Tampoco las amenazas y advertencias a sus enemigos. En todo momento, el perfil “irreverente” y premeditadamente “controvertido” del protagonista se ajustó a cada uno de los atributos de imagen construidos desde su campaña.

Te recomendamos: Bárbara Ester. "La política del espectáculo", en Celag Data, 17/02/2018. 

Es cierto que la política y el espectáculo siempre se han complementado. Pero también lo es que las redes sociales han contribuido, en forma decisiva, a crear nuevos y más atractivos modelos de comunicación política. En este contexto, el fenómeno Trump intentará ser replicado en otros países.

Los roles que desempeñó el presidente estadounidense como estadista, conductor de eventos, animador, comediante, padre de familia, socio o amigo se impusieron a la labor periodística que muchos medios trataron de realizar. Apabullaron la objetividad que muchos comunicadores y analistas trataban de dar a la esencia de sus palabras.

La comunicación funcionó muy bien. El espectáculo de Donald Trump seguirá. No hay motivo para dudarlo, aunque sea inaceptable, doloroso y triste para muchas personas. Lamentablemente, seremos testigos de nuevas producciones audiovisuales. Por ejemplo, con la deportación de migrantes, con las acciones militares contra los narcoterroristas y con sus discursos nacionalistas llenos de emoción.

Recomendación editorial: Marc Abélès. El espectáculo del poder. Buenos Aires, Argentina: Editorial Prometeo Libros, 2016.

 

José Antonio Sosa Plata

@sosaplata