La primera imagen que conocí de Don Julio fue la que tomó Juan Miranda a la salida de Excélsior, sobre avenida Reforma, cuando se consumó el golpe al diario que dirigía en 1976 y que lo despojó a él y a un gran equipo de talentosos periodistas del mejor rotativo de Latinoamérica de la época.
Pero no sería hasta 1990 que lo conocería en persona, cuando un pequeño grupo de colegas fuimos a su oficina a presentarle “Generación” nuestra humilde revista mensual que hacíamos por entonces. Tuvimos una charla cálida e informal en su oficina de Fresas #13 en las instalaciones de la revista Proceso. Incluso nos tomamos una foto con él.
Un año más tarde, invitamos a los directivos de Proceso para ser nuestros padrinos de la generación que se graduaba en 1991 de la UNAM. Nos invitaron a tomar un café para saber más detalles y ahí lo volví a ver junto con Vicente Leñero, Carlos Marín y Froylán López Narváez. Charlamos y aceptaron apadrinar nuestra fiesta de fin de cursos.
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Sin embargo, el momento clave de nuestra relación arrancaría derivado de la invitación que me extendió Leñero para incorporarme a la revista en 1993. Volvimos a vernos en su oficina y formalmente me integré al staff del semanario en ese año. Trabajé para él 12 años ininterrumpidos como fotógrafo y más adelante como el editor de fotografía de la revista Proceso hasta mi salida a finales de 2005. Una década después, Scherer moriría a los 88 años en la Ciudad de México.
Julio Scherer García, nació el 7 de abril de 1926 en el antiguo Distrito Federal, fue un destacado periodista y escritor mexicano, reconocido como uno de los pioneros del periodismo crítico en el país. Desde joven mostró interés por el periodismo, comenzando su carrera en 1944 en el periódico Excélsior, donde inicialmente trabajó como mensajero. Con el tiempo, ascendió a posiciones clave, convirtiéndose en director del diario entre 1968 y 1976.
Durante su dirección, Scherer transformó Excélsior de un medio oficialista a un periódico que denunciaba injusticias sociales y criticaba al poder, lo que le valió tanto reconocimiento como controversia. Su postura crítica atrajo la atención del gobierno de Luis Echeverría, quien orquestó su destitución en 1976 mediante un golpe interno en el periódico. A pesar de este revés, Scherer continuó su labor periodística al fundar la revista Proceso, en ese mismo año, donde trabajó y la dirigió hasta 1996, para pasar a ser el Presidente del Consejo de Administración y que se convirtió en un referente del periodismo investigativo en México.
A lo largo de su carrera, Scherer entrevistó a numerosas figuras de todo tipo, desde políticos como Fidel Castro y Salvador Allende, hasta un Premio Nobel como Octavio Paz; guerrilleros como Marcos y personajes del crimen organizado como su ya célebre encuentro con el Mayo Zambada. Su trabajo abarcó temas cruciales cómo la corrupción política y los movimientos sociales en México, destacando su compromiso con la verdad y la justicia social.
No me alcanzaría este espacio para hablar de mi historia con él, hay infinitas anécdotas de aprendizaje profesional y personal a su lado. Recuerdo un viaje que hicimos juntos a Chile en el 2003 para conmemorar la memoria de Allende a 30 años del golpe militar. En ese viaje charlamos mucho y lo vi reportear de primera mano. Su inteligencia, empatía y astucia eran fuera de este mundo. Su capacidad para encontrar la esencia de los personajes y dar con la médula informativa de las historias que escribió, lo hacen un periodista irrepetible.
También debo agregar, el entrañable afecto y cariño que tengo por toda su familia, mi vida también quedó marcada por el apellido Scherer. No es un secreto que en 1999 contraje matrimonio con una de sus hijas, María Scherer Ibarra; tremendamente enamorados y compartiendo juntos la enorme pasión por el periodismo, nació en 2002 nuestro primer hijo, lo llamamos Pablo. Fueron años de un amor sincero y espontáneo que muy pocas veces se da en la vida; también fue una experiencia de increíble crecimiento personal y profundo aprendizaje. Por todo lo anterior, sobra decir que mi vida está marcada por su apellido.
En los últimos años, yo ya fuera de la revista, nos frecuentábamos con regularidad, algunas veces iba a su casa a tomar un café y charlábamos de política o periodismo, siempre curioso quería que le contará “chismes” de la calle. La segunda palabra que siempre soltaba después del saludo, era ¿Chismes? ¿Novedades? “Cuénteme algo Castellanos”, me decía. “Si no trae chismes no venga”, bromeaba.
La próxima semana se cumplirán diez años de su partida, Scherer falleció un 7 de enero de 2015 a los 88 años debido a complicaciones de salud. Su legado perdura como uno de los más importantes en la historia del periodismo mexicano contemporáneo, siendo recordado por su valentía y su dedicación a la libertad de expresión.
Fue un privilegio trabajar a su lado, Don Julio. Lo extrañaremos siempre.