Desde que Claudia Sheinbaum tomó posesión del cargo de presidenta de México, me ha dado por imaginar cuál habría sido la reacción de las mujeres que luchaban por el voto femenino en los años treinta: ¿acaso ellas alguna vez imaginaron que una mujer ocuparía el puesto político más alto del país? Esas mujeres, que en la década de 1930 iniciaron la defensa por el derecho femenino a la ciudadanía, seguramente estarían gratamente sorprendidas de que hoy, cerca de noventa años después, México tiene una mujer en el Ejecutivo. Es “Tiempo de mujeres” se pregona en los medios de comunicación oficiales, sin que sepamos exactamente qué significa esa frase. Pero se puede tomar como una especie de sentencia. Como una frase que parece buscar hacer justicia a las generaciones de mujeres que lucharon por la igualdad entre las mexicanas y los mexicanos.
Sin duda, el lugar social de las mujeres en México ha mejorado significativamente desde aquellos lejanos años treinta. En nuestros días, a poco de haber arrancado el 2025, las luchas de las mujeres han conseguido considerables niveles de igualdad de tres tipos: jurídica, política y educativa. Son mujeres quienes ocupan el cargo de presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y de presidenta constitucional de los Estados Unidos Mexicanos. Y de acuerdo con los censos sobre educación, la matrícula de mujeres en nivel licenciatura (salvo en las ingenierías), supera a la de hombres. Sin embargo, pese a todos esos logros, las mujeres continúan luchando por un lugar igualitario en la sociedad, y, lamentablemente, la violencia contra las mujeres persiste en diversos ámbitos de la sociedad. Está claro que algo estamos haciendo mal.
Para la escritora y periodista feminista catalana, Laura Freixas, las mujeres siguen enfrentando considerables niveles de desigualdad, ya no aspectos políticos, educativos o jurídicos, pero sí en aspectos culturales. En su opinión, pese a los logros alcanzados por las luchas feministas, la cultura sigue transmitiendo mensajes que naturalizan la desigualdad. Debido a que dichos mensajes se encuentran tan interiorizados es difícil percibirlos y por eso mismo son eficaces. El sociólogo francés Pierre Bourdieu también ha demostrado que la cultura se ha encargado de mantener la diferenciación entre los géneros de formas muy sutiles, tan encarnadas en hábitos cotidianos que la diferenciación se asume como “natural”.
La dominación masculina se vale justamente de esos mecanismos simbólicos que están en la cultura, en el día a día, para perpetuar las diferencias como algo legítimo. Sólo así se explica que, pese a los logros alcanzados por las mujeres en temas como política, educación y justicia social, las percepciones sobre la inferioridad femenina aún persistan. Por ejemplo, la idea de que las mujeres están para el servicio y el placer de los hombres aún permea en el imaginario colectivo. El México de 1930 ha cambiado mucho con respecto al México actual, y puede jactarse de tener una mujer presidenta, pero aún continúa siendo un país machista e inseguro para las mujeres en muchos ámbitos.
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Ni la legislación, ni la educación, ni la política podrán generar un verdadero “Tiempo de mujeres” mientras la cultura reproduzca la desigualdad. Vivimos rodeados de manifestaciones culturales que fungen como vehículos de transmisión de conductas de violencia y desvalorización hacia las mujeres. Por ello, es importante poner atención a los valores que transmite nuestra cultura y tratar de detectar mensajes que difundan ideas de que las mujeres son inferiores a los hombres. Desde lenguaje cotidiano, canciones, literatura, comerciales publicitarios, cine, telenovelas, hasta las costumbres familiares y prácticas sociales. Sobre este último aspecto, por ejemplo, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, en 2023, nueve de cada 10 personas dedicadas al trabajo doméstico eran mujeres. Es decir, prevalece en el imaginario social que las mujeres deben ser las encargadas de realizar las actividades de la casa. Además, rara vez se considera que el trabajo de casa debe ser remunerado cuando es realizado por una integrante de la familia. Lejos de eso, es considerado como una actividad desvalorizada socialmente. Al contrario del trabajo en el exterior, que por lo general realizan los hombres y que por el solo hecho de ser una actividad masculina, se percibe como algo más noble, digno de remuneración económica y reconocimiento social. Muchos de los valores culturales son impuestos por la moral masculina que dicta qué tiene valor y qué no. Como en el caso del trabajo doméstico, la maternidad o la crianza de los hijos, actividades que son poco valoradas socialmente o vistas como poco nobles por la mirada masculina y muchas veces asumida así por las propias mujeres. Pero son estas actividades las que han permitido la reproducción de la sociedad. Sin las mujeres que llevan los hogares no sería posible que los hombres se dedicaran al trabajo en el ámbito público.
Se ha hablado de las mujeres que consiguen destacar en actividades propias de los hombres, como para demostrar que ellas también son capaces de lograr grandes cosas. Pero quizá sea necesario comenzar a desmontar creencias sobre el poco valor de las actividades que por años han desempeñado las mujeres en la vida cotidiana. De lo contrario, sólo estaríamos reproduciendo un patrón cultural que valora a las mujeres únicamente cuando logran destacar en ámbitos dominados por los hombres, pero no se valora a todas aquellas mujeres que, aun siendo la mayoría, sacan adelante al país desde sus hogares.
Finalmente, si los valores que transmite la cultura han servido para naturalizar la desigualdad, que este “Tiempo de mujeres” sirva como punta de lanza para que sean cuestionados, comenzando por las propias mujeres. Sólo así podría generarse un cambio de postura ante una cultura machista tan arraigada, y quizá entonces sea posible que ésta deje de producirse y reproducirse.
Ana Bertha Ramírez Aparicio*
Es historiadora e investigadora de la cultura en la historia contemporánea de México. Actualmente cursa el doctorado en el Instituto Mora. Tiene por líneas de investigación específicas la cultura de lo fotográfico, la educación profesional de las mujeres, el retrato, las revistas ilustradas y la prensa. Ha colaborado en trabajos colectivos en el INEHRM y en la revista Cuarto Oscuro, entre otros medios.