Lo positivo primero. Ante un zócalo colmado de simpatizantes el presidente López Obrador hizo una presentación abreviada, leída a buen ritmo, de su sexto informe de gobierno. Entre lo más destacable fue indicar que según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), de 2018 a 2022 5.1 millones de personas salieron de la pobreza, algo que no sucedía en más de 30 años. El presidente también citó una proyección del Banco Mundial que calcula que del 2018 al fin de 2024 habrán salido de la pobreza 9 millones 574 mil personas. La diferencia de cifras se origina en la mayor amplitud del segundo periodo referido.
Otros datos de éxito fueron el incremento del salario mínimo en más del 100 por ciento en términos reales (es decir restada la inflación) y la evolución de las pensiones y programas para el bienestar. Destaca la universalización de la pensión para el bienestar de los adultos mayores que ahora cubre a 12.3 millones de personas y cuyo monto se ha cuadruplicado de 2018 a junio de 2024, hasta alcanzar los 6 mil pesos bimestrales. Otras pensiones y programas benefician a personas con discapacidad; niñas y niños; becas para estudiantes; jóvenes aprendices en empresas privadas; sembrando vida y otras más.
Banco de México (Banxico), presenta en su último informe trimestral una gráfica en la que el incremento de la población remunerada combinado con la elevación del ingreso promedio real da lugar a un incremento substancial de la masa salarial real.
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Por su parte el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) apunta que al segundo trimestre de 2024 el ingreso laboral real per cápita tuvo un incremento anual de 8.9 por ciento. Lo que incidió en que el índice de pobreza laboral disminuyera, en el mismo periodo de un año, de 37.8 por ciento a 35 por ciento, su menor nivel en 17 años.
Este último es un dato positivo que, sin embargo, deja un sabor agridulce. La pobreza laboral se refiere a aquellos que tienen un empleo formal pero su ingreso no es suficiente para alimentar a toda la familia. Lo que implica que por lo menos un 35 por ciento de los trabajadores formales aún no cuentan con un salario que cubra sus necesidades.
Lo que no va bien. En agosto de 2024 se crearon 58 mil puestos de trabajo, 48 por ciento, menos que los 112 mil generados en el mismo mes del año pasado y fue el nivel más bajo en una década, exceptuando el tropezón de la pandemia. No fue un mes excepcionalmente malo; a lo largo de enero agosto de 2024 los nuevos empleos son un 41.4 por ciento menos que en el mismo periodo de 2023.
Rodolfo Ostolaza, subdirector de Estudios Económicos de Citibanamex, interpreta que “la desaceleración ya llegó y esperamos que continúe”. Banxico pronostica alrededor de 480 mil nuevos empleos formales para el 2024 cuando se requieren 1 millón 200 mil. De hecho a lo largo de todo el sexenio el incremento de empleos formales alcanza únicamente el 35 por ciento del crecimiento de la población laboral.
El raquitismo en la creación de empleo refleja una desaceleración de la economía que Banxico califica como de marcada debilidad. Una debilidad que es evidente en los apuros de buena parte de las empresas, en particular medianas, pequeñas y micro. Destacan por ejemplo los retrocesos en los sectores textil y del calzado.
Ante lo que es pertinente preguntarse ¿cómo es que la salida de la pobreza de millones de mexicanos y el importante incremento de la masa salarial no este generando un auge en la producción de bienes básicos? Cabría esperar que las empresas de todo tamaño productoras de calzado y ropa estuvieran de lo más boyantes, invirtiendo en ampliar sus líneas de producción y generando empleos. Y sin embargo no es así; ocurre justamente lo contrario, están reduciendo su margen de utilidad, con poca o nula capacidad para reinvertir y muchas de ellas camino a la quiebra.
La respuesta nos la da el último informe trimestral de Banxico. Ahí encontramos que entre enero de 2019, recién iniciado el actual sexenio, y junio de 2024, el consumo de bienes aumentó en 11.4 por ciento. Solo que esto ocurrió con una radical discontinuidad; los bienes de consumo nacionales crecieron únicamente 3.3 por ciento en el periodo. Es decir, por abajo del incremento de la población, lo que indica que los mexicanos consumimos cada vez menos de lo hecho en México. En cambio, el consumo de bienes importados aumentó en 58.9 por ciento. Están a la vista los datos oficiales.
Salir de la pobreza e incrementar el ingreso de la mayoría consumiendo productos de importación es algo que ya conocimos en otros periodos de globalización paralela a procesos de autodestrucción de la producción interna. Basta recordar los primeros años noventa en los que se presumía la entrada del país a la modernidad y el primer mundo. El problema es que la estrategia de crecer destruyendo no terminó bien.
Menos buen augurio surge de la actual situación: crecemos destruyendo lo que debiera ser el fundamento básico de un bienestar sustentable.
¿Qué hacer?
Lo esencial de un nuevo modelo sin radicalismos será construir sobre lo que ya existe; habría que crecer sin destruir. Cambiar el modelo de manera tal que continúe la salida de millones de mexicanos de la pobreza, la general y la laboral y que esta salida se exprese como demanda preferente, en alto porcentaje, de bienes de consumo nacionales.
A diferencia del bienestar efímero que socava el empleo y paraliza el crecimiento económico, habrá que instrumentar una espiral ascendente en la que el mayor ingreso y bienestar de las personas genere inversión, ampliación de la producción y empleo y, por ende, otra vuelta a nivel superior de ingreso y bienestar.