El pasado verano uno de los temas en auge fueron las elecciones legislativas francesas, ante el inminente avance del extremista Rassemblement National. La expectativa de un gobierno de extrema derecha al frente de uno de los liderazgos principales del bloque europeo se presentó con una preocupante frecuencia durante las primeras semanas de julio, ante el inesperado triunfo de los ultras, quienes obtuvieron un 33.5% en la primera vuelta de los comicios. En tales circunstancias, el pánico se produjo en no pocas ocasiones, avistando el retorno de la extrema derecha europea al poder en una asamblea por primera vez desde el final de la Segunda Guerra Mundial. En medio de la conmoción, muchos se preguntaban, ¿cómo Francia había llegado a esta situación?
El fantasma del regreso de la ultraderecha europea ha azotado el viejo continente desde hace un buen rato. El fenómeno es complejo de entender, como también lo son los numerosos movimientos que se han colocado bajo la denominación de “extrema derecha”. En torno a la “derecha radical” se agrupan un sinnúmero de programas ideológicos y movimientos aliados entre sí, alineados a diversos bloques políticos, e incluso con diferencias importantes. En Francia esto no ha sido la excepción, al ser uno de los países con mayor tradición dentro de las llamadas derechas radicales. En efecto, el trayecto de Francia en la senda de los extremos ha sido amplio, si bien se ha mantenido en las sombras durante varios años.
Iniciando con el neofascismo de posguerra de Charles Maurras y de Maurice Bardeche, pasando por los intentos golpistas del OAS durante la independencia de Argelia, las derechas radicales francesas han pasado ya por muchos momentos y transformaciones diferentes. Muy diferentes a sus contrapartes actuales, la ultraderecha vivió en las sombras durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX. Herederas del fascismo de entreguerras, seguidoras del nacionalismo a ultranza, lejos estaban de participar siquiera en las elecciones nacionales. Menos aún hablar de un partido de “extrema derecha”; a lo mucho encontramos la violencia callejera del Ordre Nouveau o a la intentona golpista de Raoul Salan. Aún más en la oscuridad publicaban algunos intelectuales en revistas de escasa difusión como lo era la Defense de l'Occident. Fuera de eso, poco había de la ultraderecha francesa.
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La ultraderecha francesa actual proviene de un pasado poco ilustre, fragmentado y muchas veces oscuro. Es en los años 60 cuando rastreamos a la extrema derecha actual, que se revitaliza a la par de la izquierda y de la derecha tradicional. Son los años de la New Left, de la Nouvelle Vague, y ¿por qué no? de la Nouvelle Droite, que aparece en Francia al calor de las manifestaciones estudiantiles del ‘68. En medio de la efervescencia del mayo francés —o más bien, al margen— surgen los liderazgos intelectuales y políticos que le dieron cara a la extrema derecha francesa, que se reorganiza bajo la forma del Front National como fuerza principal. Al frente del Front, reaparecen los ultras ocultos durante décadas, que cuentan en sus filas a los otrora neofascistas de antaño. Fue Jean Marine Le Pen, y sus correligionarios del Ordre Nouveau, quienes en el terreno político cosecharían los primeros triunfos que llevarían a la extrema derecha a posicionarse dentro del espectro político francés a principios del siglo XXI.
Y junto a Le Pen— o quizás, a su espalda— surgen también los intelectuales de la Nouvelle Droite. En la conjunción de ambas fuerzas nace la extrema derecha actual, que se aprovecha del declive de las izquierdas visto por Zizek en Sobre la violencia (2008), a la par que se alimenta de una buena parte de las ideas de la izquierda contemporánea. La denuncia hacia la homogeneización del mundo, la defensa de la identidad europea, la crítica a la modernidad y a la pérdida de tradiciones, así como el rechazo al liderazgo cultural encabezado por Estados Unidos son algunos de los fundamentos que han moldeado a la derecha radical en Europa, particularmente en Francia. En efecto, la agenda promovida por la ultraderecha, ahora dirigida por Marine Le Pen, hija del antiguo fundador, sigue estos y otros preceptos, en una crítica hacia la globalización y el multiculturalismo que, de acuerdo con algunos, incluso se acerca a posicionamientos de las izquierdas contrarias al neoliberalismo. Así, la “ultra” francesa surge de una honda ruptura con el presente, pero también con su pasado filo-fascista y de inspiración totalitaria que lejos estaba de preocuparse por la pérdida de una identidad francesa amenazada por un mundo globalizado.
Pablo Gómez Limón*
Pablo Gómez Limón. Estudio la licenciatura en historia en el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. Investigo temas de historia política e intelectual en los siglos XIX y XX, con trabajos relacionados a los movimientos y partidos conservadores, historia urbana de la ciudad de México en los años cuarenta y arte y literatura en la Revolución Cubana.