La ruta es sinuosa, en la brecha no hay señalamientos y tampoco circulan más vehículos. El paso sobre rocas y pequeños arroyos con una camioneta 4x4 parece sencillo cuando un experto al volante la conduce. Súbitamente, el paisaje serrano se abre para mostrar un espejo de agua; es la represa de la comunidad de Boquimoba, municipio de Guachochi, en Chihuahua. Mi presencia en Boquimoba en marzo de 2024 tuvo como fin conocer la experiencia de las familias rarámuri que participaron no sólo en la construcción del embalse, sino que formaron —y forman— parte de un proceso comunitario de autogestión del agua.
En compañía de habitantes de la comunidad de Boquimoba, en Chihuahua. A su espalda, la represa construida con apoyo de la Fundación Tarahumara José A. Llaguno. Foto: Carin Martínez.
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Días antes de llegar a Boquimoba había visto por fotografía la represa. Admito mi recelo con respecto a los embalses como infraestructura infalible para el abastecimiento de agua. Desde la mitad del siglo XX, el desplazamiento forzado de comunidades enteras para la construcción de estas obras fue un mecanismo puesto en práctica por parte del Estado mexicano. Velázquez (2010), da cuenta de la reubicación de más de 20 mil mazatecos en 1954, a causa de la construcción de la presa Miguel Alemán, en San Miguel Soyaltepec, en Oaxaca.
Ante la inconformidad de la población mazateca, indica Velázquez (2010), el ejército fue comisionado para la labor de desalojo; la violencia llegó a tal punto que el llenado de la presa comenzó cuando aún había personas. Cabe destacar que la comunidad mazateca perdió no sólo un lugar de vivienda y cultivo, sino un lugar de culto relacionado con un santo-dios prehispánico venerado localmente. Al terminar el llenado del embalse, en el lugar se registraron 200 muertes posteriores a la construcción de la presa por tristeza. En México, indica Zamora (2019), este modelo agudizó la inequidad del acceso al agua, ya que el trasvase aumenta la oferta de agua para algunos en detrimento de las necesidades y forma de vida para otros.
En contraste, el embalse en Boquimoba no trajo consigo el desplazamiento de sus habitantes. Más bien, se trató de un proceso participativo en el cual las familias se involucraron antes, durante y después del proyecto. Cabe mencionar que los moradores de Boquimoba no tienen electricidad, una escuela o un hospital. Menos aún, el municipio no les brinda el servicio de agua en sus hogares; pero, en la actualidad, el agua de lluvia que se capta en la represa permite que sus habitantes realicen parte de sus actividades esenciales.
El financiamiento para la construcción de la obra fue cubierto por la Fundación Tarahumara José A. Llaguno. El equipo de profesionales de la Fundación hizo la propuesta a los líderes de la comunidad, quienes dialogaron y consensuaron el proyecto con las mujeres y los hombres de su localidad. Si bien la gran mayoría de las familias de Boquimoba formaron parte de los trabajos de la obra, también hubo núcleos familiares que —pese a la necesidad de agua— se rehusaron a brindar su trabajo para construir la represa.
José Juan Tranquilino, líder de la comunidad de Boquimoba, en Chihuahua. Foto: Erick Aguilar.
En suma, fueron cuatro años de un proceso intenso. Primero, en talleres realizados bajo la sombra de un árbol, recibieron capacitación; esta les permitió seleccionar el lugar apropiado para la ubicación de la represa a partir de elementos del paisaje. La etapa formativa llevó poco más de un año, en el cual Juana Sotelo interpretaba del español al rarámuri cada una de las ideas del capacitador. Después de todo, inició la construcción; durante dos años y medio, las familias de Boquimoba se reunieron en la planicie que conformaría el vaso del embalse. Con sus propias manos, colocaron una por una las piedras que funcionarían de barrera para la conservación del suelo y del agua.
A casi dos años de que la obra fue terminada, conversé con María Cenovia González sobre los cambios en su vida cotidiana. La joven —de poco más de 20 años y madre de dos hijos— expresó tener agua en su casa para tomar y para hacer tortillas. Antes, Cenovia caminaba alrededor de dos horas para llevar hasta su casa 20 litros de agua; hoy, las penurias diarias que vivía por la falta de agua se redujeron a partir de la edificación del embalse.
Cenovia González (suéter rosa y cabello descubierto) y mujeres que participaron en la edificación de la represa en Boquimoba, Chihuahua. Foto: Erick Aguilar.
Durante la conversación, le pedí a Cenovia imaginar la inexistencia de la represa, con el fin de hacerle una pregunta: ¿cómo sería tu vida hoy? De forma concluyente respondió con una sola palabra: triste. Sin embargo, el sentimiento al que hace alusión la joven rarámuri no es fútil, se refiere a una tristeza del alma, a un estado de profunda melancolía por la ausencia de agua. Su respuesta me conmovió y a la vez causó asombro; primero, porque la falta del líquido va más allá de una función instrumental y sale a la luz la cosmovisión rarámuri sobre el agua. Segundo, Cenovia ni siquiera vaciló en dar como respuesta el agotamiento físico que conlleva el acarreo de agua —en largas distancias— con un calzado elemental.
El sistema construido por manos rarámuri —que consiste en la represa y en una red de conducción de agua— permite que las familias de Boquimoba tengan en su hogar hasta 200 litros de agua por persona al día. Esto les permite realizar actividades cotidianas como asearse, cocinar, lavar y el riego de cultivos. No obstante, la disposición del líquido va más allá de facilitar las actividades del hogar o del campo. Es decir, apela a un proceso de gestión comunitaria del agua, en el cual, la construcción, el cuidado y el buen funcionamiento del embalse es resultado de un proceso organizativo con un alto compromiso y responsabilidad de las mujeres y de los hombres que la cimentaron; hoy por hoy, alimentan no sólo sus organismos y riegan sus tierras, sino llenan sus almas de dicha.
Represa en Boquimoba, en Chihuahua, construida por manos rarámuri. Foto: Linda Yáñez.
Agradecimiento especial a José Carin Martínez Esparza, por abrirnos las puertas de la Sierra Tarahumara; gracias por las enseñanzas y la solidaridad.
Referencias
Velázquez, M. (2010). Los movimientos ambientalistas en México. En I. Bizberg y F. Zapata (Coords). Los grandes problemas de México. Volumen VI: Movimientos sociales (pp. 275-335). México: COLMEX.
Zamora, I. (2019). El análisis de redes sociales en conflictos hídricos. Propuestas y alcances. En M. Perló e I. Zamora (Coords), El estudio del agua en México. Nuevas perspectivas teórico-metodológicas (pp. 183-236). México: IIS-UNAM.
Linda Marlene Yáñez Pérez*
Licenciada en Filosofía por la Universidad de Guanajuato. Ha sido consultora en temas hídricos en el Instituto Mexicano de Tecnología del Agua. Su línea de investigación versa en torno a la recuperación de espacios hidrosociales desde la participación ciudadana. Cursa el “Doctorado en Estudios del Desarrollo. Problemas y Perspectivas Latinoamericanas” en el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora.