Esta semana abrí por primera vez en 48 años, las seis cartas que me escribí a mí mismo, hace casi cinco décadas, fueron redactadas entre 1976 y 1977, cuando las escribí yo rondaba los 8 años de edad. No recuerdo por qué lo hice, pero el destinatario corresponde al remitente. Eran cartas escritas de mí “YO” niño, para quien esto escribe del futuro.
En el fondo las escribió un niño en los años setenta. Para su “YO” adulto del futuro.
Varias veces, mientras aparecían en cualquier mudanza, me negué a abrirlas. Tuve 17 oportunidades en tres vidas. Y no lo hice.
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Tenía miedo.
¿Qué escribí? ¿Para quién? ¿Qué pensaba en esa época? ¿Por qué las hice?
Todas las veces que tuve la oportunidad de abrirlas, tuve miedo, y nunca las abrí.
¿Era el adulto que imaginé? ¿Qué me reclamarían esas letras? ¿Qué me gritaban esos párrafos? ¿Qué leería?
Este año las volví a encontrar en una bodega y decidí enfrentar a mi niño del pasado.
Son seis cartas redactadas en máquina de escribir y cerradas con timbres postales de los Niños Héroes que representan un interesante cruce entre la comunicación personal y la historia postal de México.
Cada carta está elaborada en papel de calidad, –un poco amarillas por el paso del tiempo– pero fueron escritas en las hojas típicas de color blanco, que presentaban un acabado liso, dobladas por la mitad para entrar en un sobre.
El contenido es diverso, unas traen poemas, otras el precio de las cosas de entonces y hasta una reseña de la película de moda en aquel entonces, King Kong, con todo y recortes del diario. Las cartas están escritas a máquina, con tipografía clásica, que bien podría ser Courier o una fuente similar, evocando un estilo que hoy llamaríamos “retro”.
El texto es claro y legible, con un tono personal que puede variar desde lo informal hasta lo íntimo, dependiendo de la carta en particular, pero todas firmadas por un tal ULISES.
El cierre y sellado de cada carta, lo adorna un timbre postal que representa a los Niños Héroes, una serie que rinde homenaje a los jóvenes que defendieron el Castillo de Chapultepec durante la intervención estadounidense en 1847. Estos timbres eran típicamente coloridos, mostrando imágenes icónicas de los héroes nacionales como Juan Escutia entre otros; en otras dos de las cartas, los timbres traen a Hidalgo, Zapata y Benito Juárez, las últimas están selladas con timbres de la Cruz Roja y costaron 20 centavos de entonces.
Los sobres presentan una apariencia sencilla pero elegante, con el timbre colocado en la esquina superior derecha y el destinatario escrito a mano. Algunas van dirigidas a un fantasmal licenciado Pedro Pérez Pérez, que obvio, solo existía en mi imaginación de entonces.
En la parte frontal se incluye la dirección del remitente escrita a mano, calle de Luz Saviñón, número 719, departamento 4 en la colonia del Valle del antiguo Distrito Federal. Esto por supuesto le añade un toque personal al envío.
Estas cartas no solo son un puente en el tiempo, hablan de dos tiempos encerrados en la misma persona, es claramente una ¨cápsula del tiempo¨. Ese niño le escribía al futuro.
El tema de estas cartas escritas hace casi 50 años evoca una profunda reflexión sobre el pasado, la identidad y las emociones que nos acompañan a lo largo del tiempo como seres humanos. Estas cartas son el testimonio inobjetable de momentos significativos en la vida de un niño, y al mismo tiempo un escape como medio para expresar sentimientos que, en su momento, pudieron haber sido difíciles de comunicar.
Afortunadamente estas cartas no revelan ninguna tragedia familiar o personal, que darían pie para una serie de Netflix, afortunadamente, nada de eso. Una de ellas sólo trae un dibujo que ilustra un laberinto lleno de autos, con la frase “¿por qué hay tantos coches?” al parecer, eso me inquietaba de chamaco, por lo que hoy veo.
En otra de las cartas hay un dibujo sin texto, donde aparecen 10 aviones de todos los colores y formas, quizá influenciado por vivir en esa ruta de la Ciudad de México, donde comienzan a bajar los aviones rumbo al aeropuerto.
Entonces. ¿Qué escribí y para quién? Normalmente las cartas suelen ser dirigidas a seres queridos, amigos o colegas. Estas fueron dirigidas a un fantasma que me representaba en el futuro. Es posible que en esas misivas se plasmaran pensamientos íntimos sobre el amor, la soledad, la esperanza o el miedo. Pero no queda claro el mensaje. Son más bien un saludo.
Estas cartas dicen, “este fuiste tu”. Ojalá “hoy estés bien” o algo así.
¿Qué pensaba en esa época? Las cartas pueden ser un espejo que refleja no solo los sentimientos personales, sino también las circunstancias históricas que rodeaban a su autor. Aquí les comparto una de las más extrañas:
Jueves D.F. a 20 de enero de 1977
“Ciudades iluminadas”
Antiguamente; al ocultarse el sol las ciudades se quedaban completamente a oscuras.
Cuando las personas salían a alguna parte, o bien a una parte. Muy lejana como Acapulco. Siempre iban con un policía bien armado. Porque, como todo está tan oscuro, todos tienen miedo de que los asalten.
POR EJEMPLO:
1 ROBARLES SU RELOJ.
2 ROBARLES SU DINERO. EN FIN MUCHAS COSAS…
Y con el paso del tiempo las cosas han cambiado mucho,
como los automóviles, las televisiones, las cosas, los anuncios y las lámparas.
Y ahora todito es distinto, pero todo lo que se llama todo, sobre todo las lámparas.
ULISES CASTELLANOS HERRERA
ULISES 77
¿Qué quise decir? Sólo un psicólogo lo podría descifrar. ¿Por qué las hice? No lo sé. Escribir cartas puede ser una forma de procesar emociones o experiencias. Tal vez se escribieron como una forma de desahogo o como un intento de conectar con otros en tiempos difíciles. Al final nunca sabré por qué lo hice, básicamente porque ese niño de 1977 ya no existe.
El miedo a abrir estas cartas derivaba de mis fantasmas de adulto, pero puede estar relacionado con el temor a confrontar el pasado. Las letras pueden traer recuerdos dolorosos o arrepentimientos que se prefieren mantener ocultos. Este temor seguro fue natural y refleja la complejidad de nuestras emociones respecto a lo que hemos vivido. Al final fue emocionante encontrarme con cada una de ellas.
¿Soy el adulto que imaginé? Al leer esas cartas, uno puede cuestionarse si ha cumplido con las expectativas que tenía de sí mismo. Las palabras escritas pueden reclamar al lector una reflexión sobre sus decisiones y el camino recorrido desde entonces. Cada carta es una cápsula del tiempo que puede invocar una variedad de sentimientos al ser leída nuevamente. Por fortuna, insisto, mi niño del pasado fue benevolente con mi adulto del presente.
Esta introspección podía ser dolorosa pero también fue liberadora, ofreciendo una oportunidad para crecer y aprender del pasado. Por eso hoy se las comparto con una imagen del póster de mi película favorita de entonces: King Kong. Y que venía referida en una de las cartas. Hoy las Torres Gemelas donde se sostiene el enorme simio ya ni siquiera existen.
Finalmente, estas cartas escritas hace casi 50 años, son más que simples documentos; son portadoras de historias personales. Y a través de ellas, pude explorar no solo lo que se sentía en ese momento, sino también cómo esos sentimientos han evolucionado con el tiempo.
Abrirlas hoy, a finales de 2024, fue un acto de valentía personal, pero eso permitió una conexión más profunda conmigo mismo y con mi historia personal. Así las cosas. Gracias por leer la última columna de este año, les deseo lo mejor para el 2025 y por supuesto aquí nos reencontramos el próximo año. ¡Felicidades!