CRISIS POLÍTICA

La crisis de México

La crisis de México es profunda y pasará mucho tiempo antes de que consigamos, para nuestro país, ese gobierno de izquierda cierta, veraz, honda en sus transformaciones, y justa; ¿lo veremos esta generación? | Joel Hernández Santiago

Escrito en OPINIÓN el

Tomo prestado el nombre de este artículo a don Daniel Cosío Villegas, que así nombró a su luminoso ensayo publicado en 1946, “La crisis de México”, a apenas un año de concluida la Segunda Guerra Mundial y México se debatía entre las propuestas sociales emanadas de la Revolución Mexicana y la modernidad política y social que exigía gobiernos democráticos, transparentes y sin corrupción ni engaños. 

Lo decía así: “México viene padeciendo hace ya algunos años una crisis que se agrava día con día; pero como en los casos de enfermedad mortal en una familia, nadie habla del asunto, o lo hace con un optimismo trágicamente irreal. La crisis proviene de que las metas de la Revolución se han agotado, al grado de que el término mismo de revolución carece ya de sentido. Y, como de costumbre, los grupos políticos oficiales continúan obrando guiados por los fines más inmediatos, sin que a ninguno parezca importarle el destino lejano del país.” 

Y así en adelante, el historiador y politólogo desgranaba uno a uno los grandes problemas de México, comenzando por uno, muy grave, el de la clase política mexicana que ya, desde entonces, generaba suspicacias, enojos y un enorme sentido del fracaso ciudadano que, por entonces, no tenía opciones para decidir su gobierno…

Como también ocurre en los hechos hoy mismo, en nuestro país, gobernado por una entelequia compuesta de piezas provenientes de distintos grupos políticos, distintos partidos políticos y con diferentes criterios respecto de lo que mejor conviene México, si es que en verdad les preocupa el país…: Nuestros políticos, hoy, están hechos de ambición y resentimiento, de indignidad y desvergüenza; son políticos que están ahí, a disposición del mejor postor. 

Desde aquel 1946 la clase política de México adquiría desprecio social. Los mexicanos de a pie se referían a los políticos como rateros, abusivos, violadores de la ley con toda impunidad. Y lo eran en muchos casos. 

Esa enorme desconfianza hacia los políticos se reaviva hoy con más fuerza. Políticos de cualquier partido y de cualquier grupo de poder, en funciones o entre bambalinas; ya como gobernantes de todo nivel o legisladores, la mayoría de ellos caminan sin rumbo y siempre respondiendo a sus propias ambiciones y a sus intereses, aunque con ello pierdan la decencia, el respeto a sí mismos y la confianza social.

Lo dicho, Morena se identifica a sí mismo como un movimiento social. Un movimiento que –dice– tiene que ver con el beneficio de los pobres de este país: “Primero los pobres” dice el retintín reiterado de sus políticos que siguen la línea trazada por el ex presidente López Obrador. 

Y se autodefine como un movimiento de izquierda política, aunque muchos de sus integrantes no sean ni por asomo de izquierda o miles de sus militantes no sepan en qué consiste eso de ser de “izquierda”.

Y sí. La izquierda ideológica es la solución a los desajustes sociales, a los abusos de poder, a la corrupción, a la antidemocracia, a la lucha de clases, a la confrontación per se. Quiere eso precisamente: justicia social, igualdad de condiciones de vida… 

Satisfactores suficientes para que los habitantes del país, todos, cuenten con casa, comida, sustento, educación, salud, justicia jurídica, trabajo y salarios justos para que cada uno y su familia viva con la holgura propia del resultado de su esfuerzo. Cero ricos abusivos y aprovechados de las deficiencias estructurales de gobierno.

Una izquierda por la que lucharon Heberto Castillo, Gilberto Rincón Gallardo, Adolfo Sánchez Rebolledo… tantísimos más, ilustres y de una pieza. Se los impidió un régimen y otro y otro para, luego, transformar aquello en un remedo de izquierda mimetizada con los preceptos de una Revolución Mexicana que fueron traicionados. 

Hoy tenemos a una clase política sin respeto por sí misma, ni en lo individual ni en lo grupal o partidario. Son hombres y mujeres que en su mayoría reaccionan a mandatos supremos de un solo todopoderoso que les dio lo que tienen, sus puestos y sus posibilidades de supervivencia futura, o la tabla de salvación para ocultar sus tropelías previas, como ocurre con gobernadores que entregaron, como Fausto, su voluntad al maligno y que hoy son horondos legisladores o embajadores representantes de Morena, no de los mexicanos. 

Hoy tenemos a una clase política que no tiene clase. Que defiende lo indefendible. Que vota por leyes que violaran las leyes; que votan por reformas constitucionales que atentan en contra de la Constitución. Que sacrifican sus propias ideas –si las tuvieran– por “un plato de lentejas”. 

Los ciudadanos mexicanos están adormecidos, somnolientos, sin ánimos para defender en ley y en democracia lo que les corresponde. En el fondo quieren políticos que lleguen al poder sin chanchullos cibernéticos, ni mentiras malévolas, sin engaños o traiciones. Tenemos legisladores mendaces que ocultan la verdad en su retórica, esa sí magisterial. 

La descomposición de la política en México es evidente. Y evidentes son sus resultados; un México de confrontación, de ingobernabilidad, polarizado, violento, de grupos criminales inhumanos, de corrupción e impunidad. 

Estos políticos embusteros quieren más. Ahí está la Reforma Judicial y la Ley de Supremacía Constitucional, sin opciones para los mexicanos y sin la voz “del pueblo” aunque se invoque al pueblo como garante de estas aberraciones legislativas y jurídicas. 

La crisis de México es profunda y pasará mucho tiempo antes de que consigamos, para nuestro país, ese gobierno de izquierda cierta, veraz, honda en sus transformaciones, y justa. ¿Lo veremos esta generación?

Joel Hernández Santiago

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