La situación que se está presentando en las últimas horas en Venezuela no es inédita. Lo que sí es inédito es el descaro con que se ha anunciado el propósito de destruir a la oposición democrática venezolana; es inédito el descaro con que la operación -en rigor, terrorismo de Estado- se está ejecutando; e inédito el descaro con que el poder exhibe su objetivo, que no es otro que obstaculizar e impedir las elecciones presidenciales previstas para este año.
¿Qué ha cambiado para que el descaro, la puesta en escena carezca en esta oportunidad, de toda forma de disimulo? Esencialmente esto: que el régimen de Maduro, finalmente, le ha visto la cara al más grande de sus miedos: el de una sociedad que, en una indiscutible mayoría, le ha dado la espalda de forma tajante. Sin regreso. Hasta ahora, el rompimiento entre régimen y sociedad, que comenzó a acentuarse en 2016, y que desde entonces no ha cesado de extenderse, dejaba alguna rendija para alguna posible reconsideración. Pero ahora es distinto. Radicalmente distinto. La catástrofe del referéndum sobre el territorio Esequibo, el pasado 3 de diciembre, mostró, sin que hayan podido ocultarlo, que el chavismo-madurismo se ha quedado sin bases.
Esta afirmación no se refiere exclusivamente a la sociedad venezolana en su conjunto. El deterioro tiene un alcance mayor y más amenazante, porque ha llegado y penetrado a las bases chavistas. Hablo de los empleados del sector gubernamental en todos sus niveles, hablo nada menos que de la estructura del PSUV en la totalidad de las regiones, hablo de dirigentes sindicales y sociales, hablo de los responsables de los CLAP, hablo de las redes de contratistas e, inevitablemente, hablo de cómo esta marea que se desplaza en todas las direcciones, ha terminado por colarse en los cuarteles, por alcanzar a los uniformados de todos los niveles. Es decir, se ha extendido por los más diversos estratos de la sociedad venezolana, incluso en aquellos que han sido enchufados crónicos, destinatarios de prebendas.
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¿Y qué tienen en común ciudadanos tan diversos, en realidad distintos unos de otros, que están distribuidos en todas las regiones de Venezuela? La respuesta: tienen tres cosas en común. La primera: perdieron cualquier forma de esperanza en Maduro y sus socios. Luego de haberles concedido un sinnúmero de oportunidades, han entendido que es Maduro y su gobierno, el responsable, sin atenuantes, del estado de cosas en Venezuela. La segunda: han llegado a la conclusión de que el cambio no puede esperar, que es urgente el establecimiento de un nuevo gobierno. Y tercera: han entendido que las elecciones internas de la oposición democrática han arrojado a María Corina Machado como una candidata legítima, que viene a enfrentar a Maduro o a cualquier otro candidato del PSUV, en las elecciones presidenciales a las que el gobierno se comprometió internacionalmente.
Este escenario, sin que sea necesario agregar otros elementos, es aterrador para el régimen. Es la amenaza de una derrota inminente. Por eso la desesperación de Maduro, Cabello y demás socios. Esta voluntad política de cambio, cada vez más extendida en todos los estratos sociales, no solo explica la desesperación, también nos advierte de que un poder históricamente peligroso, puede serlo más todavía. Puede empeorar, tal como está sucediendo ahora mismo.
Puesto que la jugarreta del referéndum sobre el territorio Esequibo resultó un fracaso y sucumbió sin remedio, se ha dado inicio a una primera etapa de hostigamiento -invención de conspiraciones; detención arbitraria y violatoria de las leyes, de dirigentes del partido Vente Venezuela; detención de dirigentes sindicales; detención de militares a los que, además, han sido degradados; formulación de acusaciones a personas de impecable trayectoria como Tamara Suju y Sebastiana Barráez; esfuerzos diversos para crear un ambiente de inestabilidad e incertidumbre en el país, cuya hoja de ruta -esto es evidente- no es otra que imponer un ambiente de terror. El gobierno de Maduro está decidido a enlodar la atmósfera venezolana. Terrorismo de Estado para impedir el cambio político.
Se trata de un obvio esfuerzo por desactivar el interés por los asuntos públicos, que ha vuelto a despertar en Venezuela. Lo que Maduro y Cabello y Padrino López quieren es aniquilar el optimismo, rodear la candidatura de María Corina Machado de hechos conflictivos, propagar el miedo, de modo tal que las movilizaciones se reduzcan, que los activistas se inhiban, que los miembros de los partidos políticos se queden en sus casas.
A todo esto se agregarán un sinnúmero de dificultades, trampas y obstáculos que el régimen creará o multiplicará para intensificar la desconfianza -más que fundamentada- que la sociedad tiene en el CNE. Basta con volver a la patética jornada del 3 de diciembre, en la que de acuerdo a observadores expertos la participación no alcanzó ni siquiera los 800 mil votantes, y que con descaro evidente, convirtieron en una participación simplemente fantasiosa de más de 10 millones de votantes.
Este es el camino que los venezolanos enfrentamos en los esfuerzos por lograr un cambio político: violencia en las calles; uso de los poderes públicos para castigar a la oposición; creación de falsos expedientes y delitos para aislar a María Corina Machado del resto de la sociedad. Vienen días donde el SEBIN, la DGCIM, los colectivos, la Policía Nacional Bolivariana y otros enmascarados arremeterán contra los ciudadanos indefensos e inocentes.
No solo toca cuidarse de estos peligros, mantener con pulso firme el camino electoral, también toca luchar por la liberación de todos los presos políticos que hay en el país: los de días recientes y los que llevan años sometidos a la injusticia.