Las manecillas del reloj daban cuenta del tiempo, se nos iba de las manos sin que pudiéramos detenerle; el cuerpo pesaba más con cada uno de los constantes movimientos oscilantes entre el “tic, tac”; aquella gravedad atraía hacia el repetitivo y embriagante sonido. Mientras la pesadez hundía profundamente en aquel abismo de tiempo muerto, anhelos en agonía y miedos que carcomen, los paisajes cambiaban delante de mí.
Aquella sensación de cansancio posaba ambivalente, manipulaba a placer mis movimientos, a la vez que me arrastraba hacia adentro como un brutal agobio, derrumbando toda posibilidad de escape. Mi cuerpo se despedía de mi alma, que comenzaba a volar sin libertad hacia diversas direcciones, emprendiendo un sublime, pero peligroso viaje con sus oníricos pasos que dejan huella en el camino.
No sabía definir en qué momento había pasado, pero llevaba tiempo sumergido entre vigilias, y aquellas imágenes que impactaban estrepitosamente, arremetiendo contra mí mientras me elevaba cada vez más: estrellas fugaces, nebulosas, colores que contrastaban con la profunda oscuridad.
Te podría interesar
Cerré los ojos y al abrirlos nuevamente, estaba ahí, sobre aquel puente que nunca había visto pero que conocía; bajo aquel cielo y su familiaridad; mientras tanto, personajes aleatorios aparecían, uno a uno, tomando roles diversos, interpretando mis sentimientos más profundos, jugando conmigo. Sin darme cuenta del todo, había comenzado a soñar.
Confieso que he dedicado bastante tiempo a reflexionar sobre los sueños, no tanto como el que he invertido soñando y durmiendo, pero puedo decir que bastante. A mi defensa, es normal que albergue mi curiosidad sobre estos temas oníricos, por mi condición humana, que hace resbalar hacia aquellos lugares comunes donde todos terminamos siendo iguales, pero con distintos matices.
La puerta de los sueños se abre desde un punto biológico, dormir. Aunque estén conectados estos dos hechos –dormir y soñar–, no son lo mismo, ni tienen el mismo propósito.
Dormir sirve para que nuestro cuerpo realice diversas tareas de recuperación orgánica que no puede hacer mientras estamos despiertos, veámoslo como una etapa de “mantenimiento”; soñar en cambio, podríamos decir que funge como un momento propicio para reorganizar el alma.
Según la ciencia, sólo necesitamos tres horas para llevar a cabo ese proceso de regeneración, pero, ¿el resto del tiempo que la pasamos dormidos?, ahí es cuando soñamos.
Estamos dormidos una tercera parte de nuestra vida. Si una persona en promedio vive 75 años, es decir 27 mil 375 días, lo que equivale a 657 mil horas, o 39 millones 420 mil minutos. De esta cuenta parcial, podríamos establecer que permanecemos dormidos cerca de 25 años, ¿qué ocurre mientras estamos en ese mundo onírico?, de vez en cuando, el piso se nos tambalea entre miedo, duda y preocupaciones, pero, en otras ocasiones nuestras ilusiones más grandes aparecen para cobijarnos; volvemos a la vida aquellas personas que ya no están con nosotros, les abrazamos con fuerza para despedirnos, o les susurramos que no se vayan nunca.
Personajes de una función de teatro, que curiosamente sólo se proyecta en nuestro cerebro, vienen y van, mientras somos parte del público, pero también actores y directores de cada escena. Se cierra el telón ante el sueño profundo, aquel que no recordamos del todo, concluye una etapa del sueño y comienza otra, ciclo que se repite una y otra vez mientras dormimos.
En muchas ocasiones sofocamos nuestros sueños, no les dejamos seguir con vida, pausamos su desarrollo o los condenamos prematuramente al olvido; temerosos por lo socialmente establecido, reprimimos todo aquello que no sea acorde, que transgreda aquellas pasiones consideradas como malas según la escala moral en turno; deseos prohibidos que ocultamos, que no queremos reconocer.
La conversación con nosotros mismos tiene lugar dentro de los sueños, y posee un lenguaje propio compuesto de signos y símbolos construidos desde la infancia. Algunos tópicos genéricos los heredamos como humanidad desde el consciente colectivo, pero otros poseen un origen local o personal que les vuelve únicos al momento de interpretar.
Si pasamos tanto tiempo ahí, en el mundo onírico acomodando ideas, tratando de solucionar problemas, vertiendo nuestros miedos, soltando amarras de deseos profundos e innombrables, en teoría deberíamos conocer más sobre la geografía de los sueños, en específico sobre los nuestros y su significado; al contrario, pareciera que cada paso que dimos dentro de ese terreno, lo hicimos sumidos en un completo desinterés o con una ceguera lo suficientemente grave como para no ver lo que sucedía.
Si es un hecho que estaremos tanto tiempo de nuestra vida ahí, lo mejor que podríamos hacer es tomarle la importancia debida, porque no todos los sueños, sueños son.