Realizar la crónica de la celebración del grito de independencia siempre me ha parecido especialmente peculiar; se requiere evitar caer en sesgos de algún tipo. Pero por décadas se realizaron redacciones con distintos matices. Las hubo desde la línea del partido oficial hasta los que se enfocaron en la frivolidad de la marca de ropa que vestían los jefes del ejecutivo, consortes y cortesanos en turno.
En otras palabras, las crónicas de la celebración del grito de independencia cada 15 de septiembre son un crisol que confirman la multiplicidad de visiones que dan forma a nuestro país. Pero en los últimos cinco años este evento mostró una particular singularidad con respecto a otros momentos.
Intentaremos describir dicha peculiaridad a través de la narrativa de distintos momentos de la celebración desde la visión de un mexicano que ha celebrado a ras de piso la festividad. Sin privilegios, ni en la comodidad de los balcones que rodean la plaza central.
La vecindad de mi domicilio con el zócalo, me permitió durante buena parte de mi juventud, tener el privilegio de desplazarme a las festividades del 15 de septiembre con 30 minutos de antelación a la celebración del grito.
Por aquellos años, no era habitual encontrar cercas ni retenes de seguridad para acceder a la plancha del zócalo, lo mismo se podía acceder sin obstáculos por la calle de Argentina, Brasil, Moneda, Corregidora, Cinco de Mayo y Madero.
En esa época, eran pocos los grupos de seguridad en los alrededores de la plancha del zócalo, el evento era una fiesta familiar en donde los confetis y los puestos de antojitos hacían la vida de quienes asistíamos a la celebración.
Mi primer asistencia al grito del 15 de septiembre fue durante el mandato de López Portillo, debió ser su tercer o cuarto año de gobierno. Fue una fiesta en la que los mexicanos celebramos sin importar quién gobernara y lejos de los acarreos para llenar la plaza. La solemnidad de la celebración se centró en vitorear las arengas del presidente que desde el banco central del Palacio Nacional, arengaba el ¡Viva México! Sin reproches, ni rechiflas.
En el sexenio de Miguel de la Madrid, asistí a las festividades cuando menos en tres ocasiones; para entonces, el ánimo de los mexicanos era de molestia por causa de la que se decía era la peor crisis económica de la historia; para el segundo o tercer año de gobierno, la ceremonia del grito estuvo acompañada de arengas y rechiflas contra el gobierno. En particular, por alguna razón, la celebración de 1985 fue atípica y sombría.
La crisis económica duró todo el sexenio y junto con el sismo de 1985 las celebraciones de cada 15 de septiembre derivaron en protestas y rechiflas. Fue entonces que aparecieron los retenes y filtros de seguridad para acceder a la plancha del zócalo; la revisión de bolsas y mochilas era obligada.
Con Carlos Salinas, las arengas y los insultos al ejecutivo fueron parte de la celebración. El país iba saliendo de la crisis económica pero su llegada a la presidencia estaba manchada por el que se consideró en su momento el mayor fraude electoral de la historia.
Las transmisiones televisivas de la ceremonia censuraban las rechiflas cada que Salinas salía al balcón en 15 de septiembre. La seguridad se reforzó y dejó de ser la policía capitalina quien realizará las revisiones para dar paso al ejército.
Durante el sexenio de Zedillo, no acudí en ningún año a la celebración del grito de independencia. Sin embargo por el televisor se percibía la desaprobación de su mandato con las rechiflas que recibía pese a los esfuerzos de censurar el sonido ambiente de la transmisión. La segunda mayor crisis económica de la historia en menos de 15 años y los asesinatos de Colosio y Ruiz Massieu, eran las razones del descontento de los mexicanos.
La llegada del nuevo siglo y el triunfo de Vicente Fox supusieron un cambio.
Su primer 15 de septiembre estaba llenó de expectativas por un cambio de rumbo en el país. Pero antes de la mitad del sexenio, la gente se desangeló y las rechiflas y arengas contra la familia presidencial volvieron aparecer los días del grito de independencia.
Y fue a peor. En 2006 en la última celebración de su mandato realizado en Dolores Hidalgo, tampoco escapó a las rechiflas pese a ser guanajuatense. Su protagonismo en el desafuero a López Obrador le ganó la antipatía de millones de mexicanos. Ese año, en la ciudad de México, Alejandro Encinas dio el grito desde el balcón del edificio del Ayuntamiento ante un zócalo semi vacío. Con coraje e indignación los asistentes vitorearon el ¡Viva México! como un clamor de justicia ante el abuso del ejecutivo que buscaba dejar fuera de las boletas electorales al entonces de jefe de gobierno (y Xóchitl se queja).
Con Felipe Calderón el ambiente fue más hostil, durante su sexenio, nunca llenó el zócalo en su totalidad en 15 de septiembre. Aún así, siempre habrá un mexicano con sentido patriotero sin que el contexto político le preocupe.
El año que asistí a la celebración del grito en ese sexenio, el ambiente era de desasosiego, desconfianza y malestar; el zócalo lucía semivacío y el desánimo era evidente. Un fuerte aguacero terminó por enmarcar aquella celebración. Pese a ello, Calderón salió al balcón central a dar el grito, pero la lluvia tampoco ahogó las rechiflas e insultos en su contra.
Fue la segunda celebración más sombría de un 15 de septiembre a la que haya asistido. El ambiente era tenso y se notaba en el rostro de los cientos de mexicanos que acudimos a la celebración. México estaba sumido en la violencia en medio de una guerra que todavía justifican muchas voces y que se convertiría en el huevo de la serpiente de la inseguridad que hoy vivimos.
Con Peña Nieto tampoco asistí al zócalo en un 15 de septiembre, pero nuevamente mi cercanía a la plaza central me permitió atestiguar los cientos de camiones de transporte público que las huestes priístas trajeron de distintos puntos del Estado de México para llenar la plancha del zócalo, así desde el principio y hasta el final su mandato cada año que dio el grito. Pese a ello, los pocos asistentes no acarreados se dejaron sentir con rechiflas censuradas por la televisión.
Con la llegada de López Obrador a la presidencia el ambiente cambió, en 2019 la mayoría de los asistentes a la celebración de 15 de septiembre comenzaron a llenar la plancha del zócalo desde temprano. Para las cinco de la tarde, la plancha del zócalo ya estaba colmada y para las once de la noche, no cabía una alma más en todo el perímetro de la plaza central; la entrega de los asistentes a la celebración volvió a ser como no había sido en muchos años, de convivencia y alegría.
La pandemia truncó las festividades que nos obligó por dos años a ver una celebración con la plancha del zócalo vacía en silencio y con el dolor e incertidumbre por el momento que se vivía.
No he vuelto al zócalo desde el 15 de septiembre de 2019, pero por redes se pudo constatar que el pasado viernes la celebración del grito, volvió a ser una fiesta de convivencia familiar en la que desaparecieron las clases sociales. Fue una celebración a la que se unieron migrantes, paisanos venidos de otros estados y extranjeros de diversas nacionalidades. Pero lo que más llamó la atención fue que la gente comenzó a llegar a la plancha central desde las 10 de la mañana, algo nunca visto. Y aunque un fuerte aguacero amago con aguar la fiesta, pasado el diluvio, la gente volvió a abarrotar el zócalo.
El pasado viernes 15 de septiembre, se vivió nuevamente un ambiente de fraternidad, pese a la violencia que persiste en el país y los afanes por mostrar a un México en estado de guerra; la gente cree y confía en el presidente, llora y se entristece porque sabe que el fin de su mandato está cerca, eso es lo que molesta, preocupa y quita el sueño a una oposición sin rumbo, desabrida y descolorida, esa que no ha entendido que México es un poco más que concesiones, de dividendos, de negocios leoninos, de sumisión al capital y de corrupción.
Desde el balcón central del Palacio Nacional, el presidente lo dice claro: ¡Muera la corrupción! ¡muera la avaricia! y ¡muera la discriminación entre mexicanos! ¡Viva México!