En el México de hoy, el enigma de la violencia se despliega como una tragedia de múltiples actos.
El narcotráfico persiste, una sombra que amenaza todo indicio de paz. La retórica de "abrazos y no balazos" se alza como una "rendición encubierta", una elegía al fracaso.
En números, la bestialidad prevalece. Según Data Cívica e Intersecta, 59.3% de los homicidios bajo el mandato de Andrés López Obrador pertenecen al crimen organizado. Es una cifra que rebasa a sus predecesores, erosionando cualquier ilusión de progreso.
La ambición de la oficialista aspirante presidencial Claudia Sheinbaum reside en defender los supuestos "logros" del todavía presidente de México de cara a las elecciones de 2024.
Pero tales "logros" se desmoronan ante la contundencia de las cifras. El pueblo, entonces, exige más que palabras; anhela respuestas.
La política mexicana se encuentra en un precipicio conceptual. Recuerdos de una guerra fallida contra el narcotráfico colisionan con fantasías de una paz utópica.
El dilema se perpetúa en un tira y afloja entre escepticismo y esperanza, arrastrando al país hacia un destino incierto.
En el tablero numérico, López Obrador supera a sus antecesores: 156,204 homicidios en su periodo, contra 102,594 de Enrique Peña Nieto y 80,686 de Felipe Calderón.
La violencia, así, no solo se mantiene, sino que se intensifica, como si obedeciera a una lógica fatal.
Ante este escenario dantesco, surge un dilema ineludible: Perdernos en ilusiones o enfrentar el problema con estrategias reales y efectivas.
La "rendición encubierta" no es una opción; el problema requiere de un compromiso sólido y estratégico.
En esta danza macabra con el abismo, México debe escoger. Solo al enfrentar la complejidad de la violencia con seriedad y valentía, despejamos el laberinto en que nos encontramos.
En esa decisión yace el futuro, un sendero hacia la paz o la perpetuación de una tragedia sin fin.
Los males de México en materia de inseguridad, generado por la narcoactividad, no se resuelve con la simpleza de los discursos de AMLO y que pretende continuar Sheinbaum.
El narcotráfico sigue siendo la bestia negra, y la política de "abrazos y no balazos" suena más a quimera que a táctica efectiva.
¿Cómo se construye una paz verdadera, cuando los cárteles acechan en cada esquina?
"No representamos la guerra que Calderón declaró", exclama la exjefa de Gobierno de la Ciudad de México. Pero, ¿se puede tratar de paz cuando los cárteles están armados hasta los dientes y el Estado parece caminar sobre vidrios rotos?
La guerra se lucha con armas, pero también con símbolos y discursos. El poder de un discurso que promete paz y amor suena tan atractivo como utópico, y quizás como una rendición encubierta.
La política de "abrazos y no balazos" no ha logrado reducir de manera significativa la violencia del narcotráfico ni la tasa de homicidios en México. Por lo contrario, los cárteles parecen haber cobrado aún más terreno, más poder, más capacidad para desafiar al Estado.
En México hay un estado de excepción perpetuo donde el Estado, con su retórica, parece desarmado ante el poder de fuego del narcotráfico.
Las palabras son la piel del alma, decía alguna vez un filósofo. En la piel de este discurso político que nos ofrece Sheinbaum, late el sueño de una nación unida bajo la bandera de la paz y el amor.
Pero, ¿no es acaso peligroso confundir un sueño con una estrategia? ¿No es preocupante que la promesa de transformación, honestidad y derechos del pueblo se construya sobre una paz que aún no tiene forma ni cara?