En las próximas semanas dos personas distantes cumplirán 64 años, alcanzando esa cantidad cantada por The Beatles hace casi seis décadas: Marcelo Ebrard y quien suscribe estas líneas.
Primeros encuentros
Fue hace como cuarenta años que tuvimos un primer encuentro en el cubículo de Manuel Camacho en El Colegio de México. El motivo: el equipo académico de Manuel y del que yo formaba parte con César Zazueta en el Centro Nacional de Información y Estadísticas del Trabajo estábamos, por separado, intentando generar datos fehacientes sobre la sindicación en México, ellos recurriendo a los registros del Seguro Social, nosotros a la explotación de archivos administrativos del gobierno. Los dos grupos terminarían publicando los datos, que serían relativamente cercanos entre sí y que servirían para desmentir las peregrinas cifras difundidas por el movimiento obrero oficialista.
Pasó el tiempo y mantuve una proximidad lejana a través de un buen amigo, Mario Carrillo, quien fuera colaborador de Marcelo durante muchos años y a quien apoye directamente en diversas ocasiones. Luego del asesinato de Luis Donaldo Colosio tuve la oportunidad de sostener múltiples entrevistas con un Manuel abandonado de la fortuna, ya sin interlocución con Marcelo.
Mi hija de brazos, hoy en su maestría, se sacó una fotografía con Camacho candidato de un Centro Democrático que al final tuvo escasa relevancia. Y después continúe frecuentando a Manuel, quien nos acompañó en muchas presentaciones de resultados de las encuestas nacionales que hemos producido por un cuarto de siglo con Guillermo Valdés, del Grupo de Economistas y Asociados.
Último encuentro
Por dos décadas se abrió distancia con Marcelo, por meros motivos circunstanciales. Mas apenas hace unos meses hubo ocasión para acompañarlo en un evento discreto en el que era el ponente estelar. Él, un exitoso canciller y eterno aspirante a la Presidencia de la República, y yo, un humilde demóscopo y analista político. Al final de ese encuentro pude intercambiar algunas frases con él, referidas a su labor gubernativa, nada que suponga habrá de recordar.
Entonces, como ahora, me quede con la idea de que Ebrard había asumido como propio un discurso apologético hacia el proyecto de López Obrador, a quien había respaldado en los noventa, acompañado profesionalmente en este siglo y con quien había disputado la candidatura al máximo cargo político en algún momento. Es por eso que puedo compartir la idea de que pensó merecía un mayor respaldo de su jefe y que hoy se encuentra náufrago de padrinazgo, queriendo emular lo hecho por Manuel, sin olvidar la experiencia de Andrés. Pero es muy posible que se pierda en la ruta, a pesar de su notable inteligencia, denodada capacidad y décadas de aprendizaje de cómo jugar en la política mexicana. ¿Será todo ello suficiente para aparecer en la boleta y tener posibilidades de triunfo?