A veces, la historia nos ofrece paralelismos que, si bien no son idénticos, guardan comparaciones irresistibles. Ese parece ser el caso de Manuel Camacho y Marcelo Ebrard. Ambos, maestro y alumno, anuncian un destino común compartido: quedarse con las ganas de ser candidato de un partido que los pueda llevar a la Presidencia de la República.
En sus rutas de vida, los dos fueron miembros distinguidos del PRI, el primero Secretario General del CEN y el segundo el mismo cargo para el Distrito Federal. Fueron, también, gobernantes de la capital del país, uno por la vía de la Regencia, el otro mediante el voto a un partido de izquierda que cohabitó con un gobierno federal panista. Juntos fundaron el Partido de Centro Democrático (PCD) y, tras su efímera existencia, terminaron en el PRD.
Y en esa ruta, tanto Camacho como Ebrard aspiraron, desde siempre, el deseo mayor de la política mexicana: alcanzar la silla presidencial.
Camacho era, en el proceso de 1994, una de las alternativas fuertes para ser el candidato del PRI. Se le reconocían habilidades políticas y la capacidad de tender puentes con amplios sectores de la sociedad, sobre todo los no tan afines al gobierno. Sin embargo, según las anécdotas y recuentos históricos, Salinas tenía un candidato desde el inicio de su mandato al que arropó e impulso: Luis Donaldo Colosio.
La posibilidad, pues, de que Camacho fuera el favorecido por el todavía vigente mecanismo sucesorio donde el presidente en turno definía a su sucesor, parecía poco probable. Empero, el ex regente nunca rompió en lo que duró el salinato, quizás porque estaba confiado, o lo persuadieron, quizás engañaron, de que sí podría ser el candidato. Mas la nominación de Colosio, y su posterior muerte, selló la última sucesión de continuidad priísta en la historia mexicana y, con ella, la suerte de Camacho.
El tiempo atenuaría la vigencia política del camachismo y, aunque sí contendió por la presidencia en 2000 con el PCD, la votación del 0.6% se convirtió en el adiós a cualquier aspiración presidencial.
En el caso de Marcelo, su gran oportunidad fue la sucesión de 2012. Una Jefe de Gobierno bien aprobado, reconocido y en crecimiento pudo, quizás, tener un mejor desempeño frente a Peña Nieto que el que tuvo entonces López Obrador. Eso nunca lo sabremos. Lo que sí es que, tras años de ausencias, proyectos parisinos y andadas demócratas, el retorno de Ebrard como Canciller lo ponía dentro de la palestra de presidenciables para el 2024.
Pero, ¿ha sido este sexenio realmente una oportunidad de proyección para Marcelo? Mucho se habló de su papel frente a las vacunas durante la pandemia, o la importante y necesaria demanda frente a los productores y traficantes de armas en los Estados Unidos. Empero, es muy difícil destacar como Canciller cuando la política interna es, como ha dicho el presidente, la mejor política exterior.
En contraste, la figura de Claudia Sheinbaum ha tenido mejor encuadre entre la acción federal con la local. A las indiscutibles capacidades de la ex Jefa de Gobierno se le ha sumado, también, la simpatía de Palacio.
Es aquí donde los paralelismos de Camacho y Ebrard parecen más entrelazados que nunca: no ser el favorecido presidencial, ir cuesta arriba en las simpatías del partido, no romper con el movimiento, y quedarse sin alternativa de ir por otro partido. Con todo esto, la historia de Ebrard se convirtió en la historia de Camacho.
Hay que reconocerle al ex Canciller los intentos por definir los términos de la contienda interna de Morena: incidir en las reglas, proponer políticas para salud o seguridad, o buscar (sin éxito) llevar al debate las ideas. Sin embargo, el estancamiento de Ebrard en las encuestas y el despunte de Sheinbaum parecen que no tener marcha atrás.
Si a esto sumamos el efecto Xóchitl, donde el principal damnificado es Ebrard por la atracción de las clases medias, y el portazo que MC le dio al ex Jefe de Gobierno, entonces Ebrard, como Camacho, se quedará con las ganas.
