Parece que se van del partido, pero no. Nos hacen creer que están peleados, pero a lo mejor tampoco. Tal vez no escuchó lo que le preguntaron a gritos, pero en una de esas, sí. Se dice que son acarreados, pero se asegura que llegaron al evento con sus propios medios. A final de cuentas, todas y todos aparentamos en nuestra vida. En política, es lo cotidiano.
Tratar de proyectar la mejor imagen es normal en cualquier proceso de comunicación. No sólo eso: en la lucha por el poder, es algo absolutamente indispensable. El líder lo sabe. “Eres tan grande como la imagen de poder que encarnas”. Comprende que tener poder no es suficiente. Hay que proyectarlo. La gente lo debe percibir… y sentir.
En la escenificación de la política es preciso crear ilusiones y hacer representaciones. Para eso, hay que tener roles bien definidos —protagónicos o antagónicos— y ser congruentes entre lo que se dice y se hace, aunque la representación no siempre corresponda con la realidad. De lo que se trata, es de crear apariencias con cierta dosis de ficción.
Entérate: Roberto Rock. ¿Qué busca (realmente) Marcelo Ebrard? Opinión La Silla Rota, 21/08/2023.
Otros personajes se lanzan ataques en los debates, pero luego los niegan. En el Congreso se hacen denuncias —mediáticas y legales— pero los conflictos se desvanecen pronto. Se informa de rupturas al interior de los partidos, pero resulta que muy pronto hubo arreglo. Se asegura que no son precampañas, pero todas y todos sabemos que sí lo son.
¿Dónde quedó la bolita? ¿De dónde salió el conejo? ¿De veras guardan las cartas bajo la manga? ¿Cómo se convirtió la varita mágica en pañuelo? En algunas ocasiones, se nos engaña también con la verdad. Se crean conflictos que son noticia, pero que no son fieles a lo que ha sucedido. Descubrir a los ilusionistas no siempre es fácil.
Las representaciones e ilusiones que las acompañan son ingredientes básicos de la comunicación política moderna. Si se realizan con profesionalismo, tienen el potencial de despertar emociones profundas y modificar opiniones. También son capaces de engañar los sentidos de los receptores con conceptos, imágenes o enunciados que nos muestran cosas que parecen, pero que no son.
¿Qué es la realidad? ¿Qué es la verdad? ¿Quién tiene la razón? Se trata de conceptos relativos y a veces ambiguos, sujetos a la interpretación final e incuestionable de autoridades y jueces, de manera particular cuando hay conflictos. Además —y a final de cuentas— las y los ciudadanos dependemos de las interpretaciones y análisis de quienes fueron protagonistas de los hechos o los testificaron.
Desde la publicación de El Príncipe de Maquiavelo, el tema de la apariencia ha ocupado un lugar central en la lucha por el poder. Su análisis y visión permitió comprender de mejor forma la importancia de proyectar al pueblo conceptos como justicia, soberanía, virtud, autoridad y fuerza. En una interpretación libre de su planteamiento, cada atributo debía contener cierta dosis de teatralidad, en el que el subterfugio era el mejor punto de referencia.
Las aportaciones que hizo el padre de la Ciencia Política moderna llevaron a crear la teoría de la apariencia. Y junto con ésta se cobró conciencia plena del uso de los espacios físicos, los cuidados en la imagen personal y la argumentación retórica. Por supuesto que no descubrió el hilo negro, pero sus aportaciones fueron tan sobresalientes que se convirtieron en parteaguas de la ciencia política moderna.
Algunos lloran por las víctimas del crimen organizado, pero no proyectan credibilidad con sus lágrimas. Otros más se muestran indignados y prometen aplicar todo el peso de la ley contra los delincuentes, pero en el fondo no saben o no pueden cumplir. También hay quienes renuncian a ser candidatos al gobierno de sus estados, pero en el fondo —se les nota a leguas— es lo que más desean. Y qué decir de aquéllos que se ven sencillos, nobles y cercanos a la gente, pero que en realidad son machistas y prepotentes.
Si hablamos de “cuidar las apariencias”, en la mayoría de los casos sobran los abrazos entre unos y otros. Es la “cortesía” política. En el multiverso mediático pocas veces se recurre al diálogo directo, claro y asertivo. Aún en momentos de confrontación, son muy pocos los que van de frente y al grano: sin rodeos ni palabras complicadas, confusas, rebuscadas o grandilocuentes. La mayoría de los debates que se han realizado en nuestro país ejemplifican esta situación.
Aún más: las encuestas también forman parte del ilusionismo político. A unos los engrandecen. A otros los minimizan. Lo más frecuente es que nos muestren al león feroz dentro de la jaula, pero luego desaparece. Por fortuna son pocas las empresas que se prestan a este juego. Lo malo es que existen y que poco abonan a la confianza que debe imperar en la política y los procesos electorales.
Cuando se finge en los diversos escenarios de la actividad política, lo común es irse a los extremos. Por un lado, para magnificar los mensajes de poder de los líderes. Por el otro, para resaltar las debilidades de los adversarios. Pero eso no es todo. Los artificios son útiles para desviar la atención, la agenda o confundir al contrincante. También quita reflectores a noticias incómodas o inconvenientes.
Los comunicadores políticos no podemos rechazar las técnicas de la apariencia, la teatralización y el artificio. No está mal participar en las representaciones políticas cuando éstas contribuyen al cumplimiento de objetivos legítimos de poder apegados al marco jurídico vigente. Lo que no sirve es abusar del recurso técnico, de convertirlo en una actividad cotidiana y de utilizarlo para manipular sin límites.
La difusión sin precedente de imágenes grabadas o transmitidas en directo demuestra el enorme poder de las evidencias. Le han dado un sentido nuevo a lo que entendemos por justicia. En contraste, también se utilizan para manipular y hacer daño. Está claro que, para algunos, decir la verdad no siempre resulta lo más conveniente. Ya sea porque no resulta atractiva o no llama la atención de los medios ni de las redes sociales. Y para otros, porque presuponen que su poder se pone en riesgo.
Por lo anterior, el manejo de las apariencias en la comunicación política tiene que ser esporádico, justificado y apegado a criterios éticos: responsables, honestos, apegado a la ley y bien definidos. Que no dañen a nadie ni escondan la esencia de la realidad porque, anteponer la verdad es lo que la sociedad espera y lo que más aporta a una democracia en construcción como la que tenemos.