VIOLENCIA SEXUAL

La violencia sexual

“Mira a esa chica” de Cristina Araújo es una obra excelente, en una entrevista con Bel Carrasco la autora explica: “Mi objetivo era contar el después de una tragedia”. | María Teresa Priego

Escrito en OPINIÓN el

Recién leí “Mira a esa chica” de la escritora y filóloga Cristina Araújo Gamir inspirada en el caso de “la manada”, los violadores de una joven de 18 años en la fiesta de los San Fermínes. Una obra excelente. En una entrevista con Bel Carrasco la autora explica: “Mi objetivo era contar el después de una tragedia”. El terrible “después” que puede durar meses, años, antes de abrirse de nuevo hacia la posibilidad de construir futuro. Si sucede. La culpa. La vergüenza. La rabia. El miedo, siempre el miedo. Ese “después” escrito por la artista española Jana Leo en su libro autobiográfico “Violación Nueva York”, por Virgine Despentes en “Teoría King Kong”. 

El “después” desgarrado de la protagonista de la película “La vida secreta de las palabras” dirigida por Isabel Coixet, víctima de las violaciones repetidas durante la guerra en la ex Yugoslavia.Sabemos que la violación de niñas, adolescentes y mujeres ha sido históricamente utilizada como un arma guerra. Sucede entre hombres: desde los imaginarios culturales en los que las feminidades son propiedad de los varones, violar a las mujeres del enemigo es degradarlos en su virilidad. Sí, a ellos. Hay hombres que viven en guerra. Su propia guerra interior que actúan contra las mujeres de su familia o cercanas, la mayoría de las personas violadas lo han sido por alguien a quien conocen. 

Hay –también– hombres que salen a la calle a la caza de una mujer como si fuera una presa. La absurda explicación del ��irrefrenable deseo sexual masculino” como motor de una violación ha intentado justificar lo injustificable: la voluntad de dominio propia a las personalidades depredadoras. 

La prueba más rotunda de que el “deseo irrefrenable” no existe, es que hay hombres que se relacionan emocional y sexualmente con una mujer a la que entienden como su par, y hay depredadores. Entre unos y otros existe un abismo. Pero entre más una cultura insista en reproducir la idea de las feminidades como propiedad de los hombres, lo que comienza con la educación en la familia, más probable es que la violación sea considerada por quien la perpetra, como un derecho, como un daño menor.

La antropóloga Rita Segato hizo una investigación que partió de entrevistas a los violadores en la cárcel. La constante de las respuestas fue la necesidad de dominar y someter. En las cuerpas el depredador ejecuta una suerte de venganza de lo que no tiene. Cosificando a su víctima se reivindica –en su imaginario– como el macho digno de pertenecer a la manada de los machos. a la que aspira. Rita Segato: “Entre más conflicto le cree a un hombre el no responder a los mandatos, entre más vulnerable se sienta, entre más fragilizado, más recurrirá a la violencia contra las/los niñas/os adolescentes y mujeres como una forma de ganar poder y de afirmarse… Ante la impotencia de no ser ese «machoalfa», solo les queda extraer el tributo de los cuerpos femeninos”. 

Virginie Despentes lo explica con exactitud cuando narra ese momento en que su amiga y ella subieron a un carro con tres jóvenes “muy simpáticos” quienes les ofrecieron un aventón y ella comenzó a percibir que estaban en peligro: “Nunca iguales, nuestros cuerpos de mujer. Nunca seguras, nunca como ellos. Somos el sexo del miedo, de la humillación, el sexo extranjero. Su virilidad, su famosa solidaridad masculina, se construye a partir de esta exclusión de nuestros cuerpos, se teje en esos momentos. Es un pacto que reposa sobre nuestra inferioridad”. Sus análisis coinciden con los de Segato: el pacto de virilidad que se sella en el imaginario de los depredadores. 

Los violentadores de “La manada” –como casi todos los violadores-– no entienden de qué se les acusa. Lo escuchamos hasta la náusea: “ella me/nos provocó”, “ella quería”. “Le gustó”. En la película “Los acusados”, dirigida por Jonathan Kaplan y con Jodie Foster en el papel protagónico –inspirada en una violación grupal ocurrida en 1981 y el juicio que tuvo lugar en el que los abogados de la defensa acosaron a la víctima para culparla-– el entero juicio está plagado de “la inocencia” de esos hombres que no pudieron controlarse ante la “descarada” invitación de la víctima.

Virgine Despentes escribe, mucho después, de la violencia que padecieron su amiga y ella: “Como en la mayoría de las violaciones, imagino que, después, ninguno de esos tres tipos se identifica como violador. Puesto que lo que han hecho es otra cosa. Tres con un fusil contra dos chicas a las que han pegado hasta hacerlas sangrar: no es una violación. La prueba: si verdaderamente hubiéramos querido que no nos violaran, habríamos preferido morir, o habríamos conseguido matarlos. Desde el punto de vista de los agresores, se las arreglan para creer que si ellas sobreviven es que la cosa no les disgustaba tanto”.

El tan mediático caso de “La manada” sucedió en 2019 y el primer juicio fue aún de una inimaginable complacencia hacia los violadores. A pesar de la fuerza de los movimientos feministas en el mundo, a pesar del #MeToo, la violación sigue siendo una realidad con demasiada frecuencia silenciada, sobre todo, cuando sucede hacia adentro de la familia y en el entorno más cercano. ¿Quién querría ser revictimizada una y otra vez?  Las denuncias del #MeToo, los juicios y el  “amiga yo te creo” han marcado, sin embargo, un parteaguas. El derecho de las víctimas a las palabras, a ser escuchadas y respetadas en su testimonio. El derecho a la justicia. Leer “Mira a esa chica” y aprehender –cada vez, cada vez– todo lo que nos falta por cambiar.