Marcelo Ebrard emprendió la semana pasada un ciclo de reclamos que parecieron estruendosos ante la cultura de control monolítico en manos del presidente López Obrador, pero que quizá trascenderán como un gesto tardío, superficial e ingenuo en la recta final para decidir la candidatura presidencial del oficialismo, que tiene en Morena su brazo electoral.
Nada en el momento actual indica que Ebrard romperá lanzas con el Presidente y su partido. Tampoco, que no vaya a aceptar el espacio que le sea asignado si resulta perdedor en el proceso. La figura más curtida del gabinete decidió que más allá de Morena está sólo el precipicio, el voladero. Con esa decisión se forjará su lugar en la historia.
Ebrard Casaubón denunció haber “descubierto” que recursos del erario federal y de las arcas de la ciudad de México actúan en favor de la causa de Claudia Sheinbaum. Este “hallazgo” ha sido un hecho conocido por años, documentado en fuentes públicas, sobre cifras millonarias dedicadas a la promoción de la jefa de Gobierno con licencia en la capital del país, así como a la denostación de sus adversarios políticos, entre los cuales Ebrard siempre fue el enemigo a vencer, a denostar y agraviar.
Casi cualquier político mínimamente enterado conoce los expedientes respectivos. Ebrard también, pero no los quiso poner bajo los reflectores de la opinión pública por motivos que solamente él conoce. De ahí que debamos suponer que su apuesta sigue siendo convencer de último momento a López Obrador que debe cambiar su decisión en torno a la estructura con la que ha beneficiado tanto y por tanto tiempo a la doctora Sheinbaum. O que calcula que estirando la liga de las reglas provocará un vuelco en las simpatías ciudadanas al grado de volver insostenible el anuncio en favor de la favorita de Palacio. Ambos escenarios se antojan muy poco probables.
La supuesta “batalla” del excanciller contra el sistema de encuestas diseñado por la dirigencia de Morena, a cargo de Mario Delgado, merece ser entendida como otro fuego de artificio. Cuando en todo el mundo está en crisis el modelo formal de las encuestas –en domicilio, con segmentación geográfica y socioeconómica–, la apuesta de Ebrard fue pedir más de lo mismo. Pero dejó intacto el esquema centralizado del partido oficial, basado en una encuesta interna, que será medida con estudios “espejo” que podrían no ser comparables por muchos motivos.
Si el problema hoy es que el ciudadano no atiende a los encuestadores, mucho menos en casa, la “proeza” fue lograr que vayan acompañados por un representante de cada aspirante. Si el clima de inseguridad y otros fenómenos hacen que la gente no abra la puerta de su hogar a ningún extraño, no es difícil imaginar lo que hará frente a un grupo de ocho gentes.
Sería inverosímil decir que Ebrard supone que la debilidad del esquema radica en el frente meramente técnico, operativo. Que por ingenuidad dejará fuera de sus reclamos que el Consejo Electoral de Morena está en manos de una diputada plurinominal, Ivonne Cisneros, sin formación alguna en la materia ni otro atributo que no sea su sujeción al aparato que tiene su cúspide en el despacho del Presidente.
Las fortalezas de Ebrard como una de las figuras políticas más maduras de la actualidad fueron justo las que decidió no poner en juego, y no sólo en estas horas finales del proceso. Ni durante su desempeño como funcionario ni en la ruta para la sucesión logró colocarse por encima del culto a la personalidad de López Obrador ni de la narrativa populista y provinciana en boga. Mucho menos, ser la voz que pudo haber moderado los excesos o impulsado las razones de Estado. Como fue la voz de Reyes Heroles frente a los arrebatos de Luis Echeverría, o la de Manuel Camacho –tutor político de Ebrard– ante el pragmatismo a ultranza de Salinas de Gortari.
Una vez que esta etapa termine como se espera, seguirá vacante el espacio para voces en forma coherente que nos ofrezcan un futuro como nos merecemos: diverso, tolerante, democrático, donde los asuntos públicos se traten en público. Y la única posibilidad de que entre esas voces esté la de Marcelo Ebrard será que más allá del 2024, este hombre se reinvente. Entonces deberá empezar de nuevo.