En las últimas décadas ha crecido el interés en México por el uso de plantas y hongos psilocybe para realizar “ceremonias de sanación”. Este fenómeno ha llamado la atención de la comunidad científica actual en el país, que alerta de los posibles daños y riesgos a la salud por la falta de regulación, de experiencia y sustento científico por parte de aquellos que ofrecen terapias alternativas “ancestrales”.
Especialistas de la Facultad de Psicología de la UNAM han indicado que el consumo de sustancias psicoactivas naturales para tratar la depresión y ansiedad es ya un hecho en el país, pero debe ser vigilado para que la condición de quienes buscan sanar no empeore. [1] Algunos investigadores de esa casa de estudios hacen un llamado para llevar a cabo estudios y ensayos clínicos en torno al consumo de plantas y hongos como parte de tratamientos psiquiátricos. Sobre todo, porque las investigaciones relacionadas con psicoterapia y sustancias psicoactivas se han realizado en universidades de otros países como Estados Unidos e Inglaterra, mientras que en México no hay estudios que avalen su uso desde la medicina moderna occidental.
Sin embargo, el consumo de plantas y hongos con propiedades psicoactivas no es un fenómeno actual. Su uso por parte del ser humano tiene larga data y ha jugado un papel importante en diversas culturas a través del tiempo. Richard Evan Shultes señalaba que en la época contemporánea la sociedad occidental “descubrió” los llamados “alucinógenos” que ya se usaban en contextos rituales y de sanación en pueblos originarios de América, al norte de Eurasia, en Medio Oriente, Egipto y Asia. [2]
Los primeros estudios farmacológicos y psiquiátricos de los psicoactivos naturales se iniciaron en el siglo XIX. Las investigaciones se enfocaban en tratar enfermedades mentales como la depresión y la esquizofrenia. En 1886 el farmacólogo alemán Ludwig Lewin publicó el primer análisis del peyote y sus efectos psicológicos. En 1919 el químico austriaco Ernst Späth sintetizó la mescalina en el laboratorio de la Universidad de Viena. En 1938 el químico suizo Albert Hofmann logró sintetizar el hongo del centeno al estudiar el ácido lisérgico, pero fue hasta 1943 cuando descubrió el potencial curativo del LSD.
Tras aquellas investigaciones se realizaron experimentos en el campo de la psicología y la psiquiatría en las décadas de 1950 y 1960. El psicólogo estadounidense Timothy Leary fue unos de los investigadores más entusiastas del LSD y su relación con la psicología. Al igual que el psiquiatra Humphry Osmond, quien escribió un artículo sobre la mescalina y la esquizofrenia. Varios estudios psiquiátricos se difundieron en esas décadas a través de publicaciones científicas y el tema convocó a muchos especialistas. Fue hasta que el movimiento contracultural hippie propició un consumo masivo de el LSD, la mariguana y los hongos psilocybe que terminaron por ser prohibidos en Estados Unidos y en América Latina.
En México el uso de plantas como el ololiuhqui, la salvia divinorum o los teonanácatl estaba vinculado a prácticas de sanación indígena. Desde la época colonial los cronistas y evangelizadores identificaron plantas y hongos que usaban las poblaciones nativas en contextos medicinales. Mientras se desarrollaban prácticas y se transmitían saberes dentro de las comunidades indígenas hubo un desarrollo de la investigación científica a nivel nacional en torno a los “alucinógenos” naturales (llamados posteriormente “enteógenos”) y sus relaciones con la medicina tradicional. Sin embargo, en 1919 se dejaron de realizar estudios mexicanos y fueron antropólogos, botánicos y etnomicólogos extranjeros quienes llegaron al país para recabar información en torno a las prácticas indígenas de curación. [3]
En la década de los sesenta hubo una condenación y crítica por el consumo juvenil de hongos y plantas “alucinógenas” en México asociados con el hippismo, la vagancia y la drogadicción. La intolerancia desde las esferas oficiales e internacionales se haría presente con discursos sobre la degeneración moral, así como la higiene social. Con ello, inició una etapa de prohibicionismo en torno al consumo de hongos y plantas consideradas tanto sagradas como medicinales las cuales eran usadas desde siglos atrás por las comunidades indígenas, conocimiento que fue invalidado y tomado por “brujería”.
La prohibición de su uso, además de la construcción de estereotipos, mermó en décadas posteriores las posibilidades de desarrollar investigaciones científicas mexicanas sobre los beneficios de esas plantas y hongos a nivel psicológico, así como su posible uso en las psicoterapias. Sin embargo, en la actualidad hay especialistas en México que abogan por una apertura de mentalidad para la introducción de psicoactivos naturales con fines terapéuticos, pero regulados y controlados con prudencia por la comunidad científica y no desde prácticas occidentales new age. Tema, por demás, que nos invita a seguir el análisis y la reflexión.
[1] Paz, Rafael, “Terapias con alucinógenos: un riesgo por falta de regulación”, Gaceta UNAM, 11 de marzo de 2021 [en línea].
[2] Schultes, Richard Evans, Plantas alucinógenas, ediciones científicas La Prensa Médica Mexicana, traducción Santiago Castro Estrada, 1982, p. 3
[3] Pérez Montfort, Ricardo, “Sustancias alucinógenas durante los años 30 y 40”, Chacruna, 2015
* Úrsula Mares Figueras
Licenciada en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Maestra en Historia Moderna y Contemporánea por el Instituto Mora. Sus líneas de investigación están relacionadas con la fotografía, historia oral e historia sociocultural. Actualmente realiza su investigación de tesis doctoral en Historia en el Instituto Mora sobre los hippies y el consumo de drogas en México y Colombia a través de la fotografía de prensa en la década del sesenta.
