El pasado jueves el gobierno norteamericano solicitó establecer, en el contexto del Tratado de Libre Comercio, TMEC, un panel de controversia sobre la restricción mexicana a la importación de maíz transgénico.
Recordemos que en febrero el gobierno de México emitió un decreto que prohíbe el uso de maíz genéticamente modificado en la masa y la tortilla. Es una restricción limitada que no impide su uso como forraje y, lamentablemente, tampoco para alimentos industrializados.
Estudios realizados por la UNAM y el Instituto de Ecología revelaron que desde hace más de una década la mayor parte de las tortillas en México tienen trazas de transgénicos. Al parecer los industriales de la tortilla han mezclado maíz amarillo importado con maíz blanco producido en México. Eso es lo que el decreto trata de evitar en el principal alimento de la mayoría de la población. Sin embargo, lo seguiremos consumiendo en todo tipo de frituras (botanas, tostadas de diversas marcas) y en los cereales con los que se acostumbra a dar de desayunar a los niños.
La posición norteamericana es que el maíz transgénico no es dañino para la salud y que México el que tendría que demostrar que si causa daños. Pero el verdadero problema se encuentra en otra parte. El maíz fue manipulado genéticamente para resistir un poderoso herbicida, el glifosato, de manera tal que fuera más barato erradicar las yerbas que compiten con este cultivo.
Numerosos países y ciudades norteamericanas han prohibido el uso del glifosato. La Organización Mundial de la Salud ha señalado tímidamente que existe suficiente evidencia de que el glifosato causa cáncer en animales y “evidencia limitada” de que también lo hace en humanos. Concluye que el glifosato es “probablemente” carcinogénico para las personas. En este caso es muy difícil separar lo que es verdaderamente científico de la influencia política, el cabildeo y las investigaciones pagadas por la gran corporación Monsanto, y las organizaciones de productores norteamericanos.
Un estudio del Instituto Nacional del Cáncer norteamericano publicado en enero pasado, realizado por 10 científicos de instituciones oficiales de alto nivel, señaló que existen evidencias de que el herbicida juega un papel en la aparición de canceres hematológicos. Algo que ya era evidente para los juzgados de ese país.
Monsanto, la productora del herbicida, se ha visto obligada a indemnizar con más de 10 mil millones de dólares a más de 95 mil pacientes de cáncer. Otros miles de demandas se encuentran en proceso. Se trata de casos en los que los demandantes hicieron uso intensivo del glifosato; por ejemplo, jardineros que lo aplicaban diariamente. Lo cual convierte este asunto en un problema de cantidades: ¿Qué tanto glifosato es aceptable ingerir sin que cause daños a la salud?
Hay varios hechos a considerar. El glifosato tarda mucho en degradarse. Se ha encontrado que árboles rociados con el herbicida tienen trazas de este doce años después. Se va acumulando, así sea muy lentamente, en todos los organismos. Y todos, todos, ya hemos consumido glifosato. Se le ha encontrado en la leche materna de las madres norteamericanas; en la orina de la mayoría de los norteamericanos y franceses. Aquí nos faltan estudios similares.
Estados Unidos pretende que México “pruebe” que el maíz transgénico es dañino. Es una trampa. Lo que hay que probar es que ese maíz tiene glifosato y que sus propios científicos y jueces ya han decidido que es dañino.
Estados Unidos demanda que el Panel de Controversia se enfoque en decidir si México incumple con las disposiciones del capítulo 9 del TMEC referido a Medidas Sanitarias y Fitosanitarias. Ese capítulo indica que las partes, es decir los firmantes del tratado reconocen la importancia de que sus medidas se basen en principios científicos. Reconocer esa importancia no parece establecer un compromiso efectivo, pero eso hay que dejarlo a los abogados.
Es más importante señalar que el mismo capítulo establece que cada país tiene el derecho de adoptar o mantener las medidas sanitarias necesarias para la protección de la vida y la salud de las personas y de los animales, o para preservar los vegetales. Es decir que incluso si no se puede demostrar que daña a las personas si está claramente establecido que daña a los animales y a las plantas. Proteger a las abejas y a las plantas de este poderoso herbicida de larga vida es, de acuerdo con el tratado, más que suficiente para que el país decida qué nivel de protección que adopta.
Y en cuanto a los humanos hay que pensar que nuestros niños ya lo están acumulando lentamente en el desayuno, y los adultos en las botanas. No hay estudios que señalen el nivel de riesgo en el largo plazo. Este tema no es como en los asuntos criminales en los cuales el acusado es inocente hasta que se demuestre que es culpable. Aquí hay hechos más que suficientes para considerar que el glifosato es culpable y no es aceptable incluso en cantidades ínfimas; cuando menos en la masa y la tortilla. Porque en lo demás México no lo prohíbe.
Sorprende que varios analistas se vayan con la finta y consideren aceptable la exigencia norteamericana de que México abandone su derecho a determinar el nivel de protección a la salud de personas, animales y plantas. Sospecho que no han leído bien a bien todo el capítulo 9 del tratado.
Hay algo peor que parece derivado de la falta de lectura de todo el tratado. En el TMEC existe un capítulo dedicado a la agricultura con un apartado específico sobre el Comercio de Productos de la Biotecnología Agrícola. Es el punto 3.14. cuya clausula número 2 dice con toda claridad que ninguno de los países firmantes está obligado a emitir una autorización de un producto de biotecnología agrícola para que esté en el mercado. No pone condiciones; simple y sencillamente México no está obligado a aceptar la entrada de maíz transgénico.
Algunos analistas y posiblemente incluso los negociadores de nuestro país parecen haber caído en la trampa de aceptar que la controversia sea dirimida de acuerdo con el capítulo 9 y no según el capítulo referido al comercio agrícola, en particular el de productos biotecnológicos. Hay que releer el punto 3.114.
Los productores agrícolas norteamericanos enfrentan el hecho de que China está reorientando sus importaciones hacia Brasil y otros países debido a la creciente animosidad entre los dos países. Los productores norteamericanos pierden su gran mercado oriental y exigen substituirlo con México.
México se encuentra en una posición débil. El peso fuerte favorece las importaciones, incluso el contrabando, y se ha perseverado en el abandono del campo. No se controla adecuadamente a la industria de la masa y la tortilla. Nos hemos convertido en el principal importador de maíz transgénico del mundo, en lugar de avanzar a la prometida autosuficiencia alimentaria.
Llega un momento en el que hay que establecer un “hasta aquí”. Aunque nada más sea en la masa y la tortilla porque no producimos para más.