NARCISISMO

Las “fases” en la relación con un/a narcisista

El narcisista tiene que ser el centro de atención, a los demás de plegarse; quienes dependen de él saben que la “rebeldía” atrae castigos fulminantes. | María Teresa Priego

Escrito en OPINIÓN el

Veía la película “El hilo fantasma” dirigida por Paul Thomas Anderson. Un modista extremadamente narcisista –y obsesionado con la figura de su madre muerta– que mantiene relaciones breves con mujeres a las que después termina desechando. Su encuentro con una joven sumisa y dulce que está dispuesta a convertirse en su esclava pareciera la repetición de sus relaciones anteriores. Un día ya no la aguanta más. Pero la joven “ingenua” está dispuesta a convertirse en indispensable. ¿Cómo? Encarnada en la madre/malvada-madre/ buena que primero lo envenena y luego lo salva. 

La que se doblega ante sus exigencias pero lo coloca al borde de la muerte para probarle que solo ella puede salvarlo. Y el narcisista se queda porque su madre-esposa tiene sobre él un poder de vida y muerte como al principio de los tiempos. La perversa y tan dulce horma de su zapato. Pero ¿quién querría participar de este juego siniestro de dos personas que se abusan secuencialmente para sostener el único vínculo posible decretado por una madre omnipresente y muerta?

Revisando textos acerca del narcisismo insano me encontré con textos de Prabha Calderón (y con la recomendación de la película), nacida en México y residente en Francia que explican con una contundencia sorprendente los modos y los tiempos de la relación con un/una narcisista: 1- “La fase inicial de idealización y de mutuo maternaje. 2- La fase donde el narcisista instala su ‘fantasma vindicativo compartido’. 3- La fase donde la víctima trata de negociar y el narcisista la rechaza. 4- La fase donde el fantasma compartido del narcisista se destruye. 5- La fase donde la identidad de la víctima se derrumba”. Cada fase responde a la urgencia del narcisista de mantener un dominio absoluto sobre la otra persona. 

Mientras la fantasía de haber encontrado a su dócil alma gemela indiferenciada de sí mismo funcione, la relación “funciona”. Es en el momento en el que la pareja intenta negociar el mínimo de reglas para la convivencia que la total indiferencia del narcisista se desata. Se convierte en un bloque de hielo. La ignora. O su presa se somete o su presa se va. No hay nada que negociar ante la voluntad de dominio del narcisista. Es importante señalar el horror que el narcisista tiene de la intimidad y de las demandas (por justas que sean) de la otra persona. Para él/ella, cualquier manifestación del otro/la otra como persona independiente y con necesidades que le son ajenas se convierte en un intento de devoración. Una madre mala. Muy mala y de cuyo poder se fuga al instante. ¿La persona de la realidad? Apenas existe. Está cumpliendo una función y más le vale que la cumpla con detalle: adorarlo a ciegas. 

El narcisista tiene que ser el centro de atención, a los demás de plegarse. Quienes dependen de él saben que la “rebeldía” atrae castigos fulminantes. “Es necesario saber que las/los narcisistas perciben a los seres que los rodean como si fueran símbolos, dibujos animados, autómatas o representaciones mentales que les pertenecen”, escribe Prabha. De allí la velocidad con la que cualquier opinión que vaya en contra de su idea de magnificencia, el más mínimo intento de desmantelar la asimetría de la relación se convierte en una ofensa imperdonable. ¿Cuál asimetría? Se dice el narcisista. Para entender lo que la otra persona siente se necesita empatía. El narcisista la finge continuamente sobre todo en la fase de la seducción, pero es incapaz de vivirla. Escuchar no se le da. Solo hace como que escucha. Por un tiempo. Hasta hacerlo parecer –en la intimidad– le resulta muy cansado.

Siguiendo las reflexiones de Prabha: “Una vez que el narcisista ha introyectado la representación que se hace de usted, no puede evitar hacer ‘proyecciones’. Al principio hace una ‘proyección positiva’ de la imagen de su madre adorada. Pero a partir de que realiza en usted la transferencia de la mala madre, comienza a atribuirle su traumatismo emocional del pasado... proyecta sobre usted su rabia sin ningún remordimiento. Ese niño le hará cargar con la rabia de su herida narcisista, de su sensación de insuficiencia… de sus miedos de estar solo y vacío”. Aniquilando a su pareja, salva a la madre. La maldad sin límites está en esa mujer que llegó de “afuera”, la que no pertenece al clan. Como sus inseguridades están blindadas por una idea elevadísima de sí mismo, tiene todo el derecho a vengarse de “la ingrata” que no está dispuesta a ofrecerle incondicionalidad absoluta.

El narcisista, escribe Prabha, pone a prueba a su pareja: la niega, la humilla, la desvaloriza. Va lentamente minando su autoestima. La antes “elegida” se desliza cada vez más hacia la confusión. ¿Cómo es posible que él/ella haya cambiado tanto? La “elegida” pasó de una especie de delirio a otro: la mujer “maravillosa” que el narcisista –dentro de sus fantasías– había “elevado hasta sus alturas” pasa a ser la depositaria de todos los defectos y las vilezas. ¿Hay quien pueda quedarse? Sí. Basta con someterse, con dejar de existir. Con conformarse con lo “premios” esporádicos que se reciben cuando tiene un poco de tiempo para prestarle atención a su pareja. Luego vendrá el castigo. Luego “el premio”. Quizá la víctima misma ya está para entonces convencida de que sin él/ella caería en la inexistencia y en el vacío. 

Si la víctima no puede más y se va, para ese momento el narcisista ya hace mucho que se fue y desplegará todo tipo de crueldades como despedida. La difamará, continuará agrediéndola por personas interpuestas: hijas/os, familia, amigos. Se trata de aniquilarla. Todo lo anterior sin demasiada pasión, es solo una manera de constatar su triunfo. Sigue invicto. No agradece nada, no le debe nada a nadie.  La víctima se merecía todo el daño que ha recibido. NO podía ser sino depositaria de su feroz venganza. ¿Cómo pudo atreverse a contradecirlo ¿a intentar negociar? ¿a cuestionar sus reglas?. “Durante la separación, sepa que él le borra como quien suprime de un clic un documento en la computadora.... Está usted confrontada a ese muro de negación y de arrogancia. No hace duelo por nadie... su programa compulsivo y repetitivo comenzará con otra persona”. 

Es importante aclararlo: la dimensión del daño que ha hecho no solo no le inquieta en lo más mínimo, sino que es la medida de su triunfo. Disfrutará intensamente cada dolor que inflija porque es una prueba de su poder. Él es el sano (sobre todo en el caso de lo que Prabha llama “narcisistas cerebrales”), su ex pareja es la loca. ¿La prueba? Usted sufre y él/ella está feliz. Su incapacidad de empatía, su crueldad se convierten para él en virtudes. No está siendo cruel, solo está aplicándole los castigos que la “rebelde” se merece. Ha encontrado en quién proyectar a la madre-malvada. Mantener a la ex pareja en ese lugar no solo lo reconcilia con su madre de la realidad, sino que le permite comenzar una nueva pareja donde todo se jugará de nuevo: la idealización, la confusión, la dinámica premio-castigo, la violencia pasiva que con el tiempo se vuelve más que activa. 

¿Cuánto pueden durar cada una de las fases desde la “intensidad de la dicha” hasta el sometimiento más sádico? Meses. Años. Muchos años si la víctima llega a convencerse de que todo se lo debe, de que “no es nadie sin él”, de que perdería demasiado si lo deja. De que encontrarlo fue la suerte más inmensa de su vida porque no se merece cohabitar con un ser tan superior y tan magnífico. Además, ¿cómo saber qué catástrofes desataría en su contra si lo deja? ¿acaso ella misma no participó –sin la menor empatía– en el intento de aniquilamiento de aquella/aquel ex tan monstruosa/o cuyo envilecimiento sustentó la idealización de su relación en los comienzos? Por lo menos a nivel inconsciente ya sabe lo que seguiría. Tiene más ventajas negarse a sí misma que negociar una relación justa. Hasta un día.