No será un día de campo. La elección presidencial de junio de 2024 será una contienda disputada entre dos bloques partidarios con posibilidades reales de ganar. Eso, al margen de lo que sean capaces de hacer Movimiento Ciudadano y posibles independientes, aunque por ahora se ve muy cuesta arriba que alcancen a los punteros.
Un panorama complicado
Lo que para muchos era un resultado ya decidido, al anticipar en demasía pronósticos sin sustento histórico, se ha convertido en una incertidumbre propiamente democrática. Lejos queda el escenario de una victoria aplastante que pudo otorgar en el imaginario no sólo una renovación del mando ejecutivo sino la mayoría absoluta en el legislativo, que hubiere permitido redefinir normas constitucionales y establecer una hegemonía en el sentido adoptado por Sartori para el término.
Lo viable ahora es que haya un reparto relativamente parejo en curules entre los dos bloques mayores, pudiendo desde luego ocurrir que un tercero se convierta en el dador de mayorías. No es claro cuál de los dos polos obtendrá más asientos, aunque en la medida de que quien lo logre no sea quien gane la Presidencia de la República, la gobernabilidad se verá muy acotada; aunque, es cierto, lo más factible es que el triunfador en la contienda por el Ejecutivo federal sea del bloque que obtenga más posiciones en las Cámaras, como suele ocurrir.
El gobierno por cada bando
En el polo guinda, es posible que existe una concordancia entre quien hoy gobierna y quien lo podría suceder y que los representantes legislativos se mantengan en el redil. Tal vez al inicio se tendría un gabinete concertado, pero paulatinamente se liberaría a quien ejerza el poder para que pueda colocar sus propias fichas. Si cuenta con mayoría legislativa podría caminar su gobierno, aunque el logro de reformas de gran calado dependería de la capacidad de concertación con el bando opuesto.
Del lado opositor las condiciones son distintas. Una candidatura triunfadora que haya sido acorde con los intereses partidarios dejaría una condición de gobernanza similar a la que se daría de ganar el otro lado. Pero la factible victoria de alguien salido de fuera de las estructuras partidistas podría derivar en un “pato cojo” desde el inicio de su administración, al imponerle de antemano un “gobierno de coalición” que limite su capacidad decisoria sobre sus colaboradores y al disponer de un bloque legislativo surgido de los partidos que le habrían apoyado cuyas afinidades y lealtades no estarían necesariamente en línea con quien ejerza el Ejecutivo federal. Luego, quien presida la República deberá ganar en cada paso el respaldo de los pretendidamente suyos en el Congreso, además del de quienes serían formalmente oposición cuando ello se requiriere, por buscarse reformas constitucionales que intentaran revertir lo hecho en el actual sexenio o avanzar una agenda propia.
Panorama complicado que pudiera limitar logros potenciales de quien gobierne a partir de octubre de 2024, si es alguien surgido de la actual oposición. Quien resulte triunfador en todo caso pudiera tener que echar mano de gran imaginación, capacidad negociadora y contar con un amplio respaldo ciudadano. Difícil, pero no imposible.