Semanas antes de que el fenómeno Xóchitl Gálvez apareciera para descuadrar todas las previsiones sobre la elección del 2024, la dirigencia potosina ya tenía candidato presidencial: Santiago Creel Miranda.
Que no comunica, tiene la gama emotiva de un nabo y está ligado al sector con historial más habilidoso en el PAN para prosperar a la vez en política y negocios, sean como fueren, no tiene la menor importancia. El compromiso está hecho y tiene una larga data con San Luis.
Fue Creel el de la noche triste de Alejandro Zapata, la de la elección para gobernador de 2009, cuando el candidato panista perdedor se quedó solo, con el festejo puesto a marchitarse en los salones de un hotel del poniente, mientras la cargada y la cobertura noticiosa se iba a cubrir el tapanco victorioso del priista Fernando Toranzo. No es que el exsecretario de Gobernación estuviera en ánimo de acompañar desconsuelos ajenos, es que había intervenido para aplacar la malquerencia que llevó al PAN a la derrota en San Luis, una desavenencia inconveniente y fuera de toda razón entre el gobernador Marcelo de los Santos y el candidato a sucederlo.
Fue el mesurado Creel de la supervivencia durante el regreso del priismo a la Presidencia, el que arropó al candidato perdedor a la alcaldía capitalina por el PAN, Xavier Azuara Zúñiga, y le ayudó con los adeudos y la fría banda del recién derrotado.
De esa escuela de mesura, de no perderse en “batallitas ideológicas” ni arder en discusiones sin rentabilidad, aprendió mucho ese panismo negociador y “dialogante” en el gobierno del priista Peña Nieto: a cada diputado su “bolsa” presupuestal para impulsar obra en sus distritos y municipios, incluida la capital del país. A cada diputado su nubecita de contratistas que después seguirían financiando sus proyectos políticos.
Xavier Azuara Zúñiga se levantó de la derrota y se convirtió en presidente estatal de un PAN desnortado, sin figuras relevantes. El panista creció más con una diputación federal que lo enlazó con la dirigencia nacional y a partir de esa relación, en ese entonces con Ricardo Anaya, se diseñó un feudo no escriturado que mantiene su vigencia a la fecha, con el patrocinio del ahora dirigente Marko Cortés.
La alianza Va por México trajo a ese panismo “business class” prosperidad focalizada en sus capitostes, derrotas previsibles y acusaciones, muchas, de vulgar venta de candidaturas. Su socio el PRI no ha estado mejor. La dirigencia nacional de otro señor feudal, Alejandro “Alito” Moreno, designó dirigencia con una maniobra de cinismo admirable.
Ni priistas ni panistas pueden en San Luis pueden hacer nada opuesto a las dirigencias locales que tienen el incontestable aval de sus jefes nacionales porque resulta que son lo mismo. PRI y PAN no operan como partidos, sino como tramas de expolio, agencias de colocaciones en los gobiernos que todavía tienen y casas de negocios leoninos.
PRI y PAN potosinos además mantienen relaciones nicodémicas con el gobierno de Ricardo Gallardo Cardona: como Nicodemo, el fariseo del Evangelio de Juan que se acercó a dialogar con Jesús de noche y cuando nadie lo veía. Son “oposición” sólo de nombre, porque para todo piden permiso, les da miedo contrariar al jefe de bancada verde en el Congreso, Luis Fernández, y de todo actor se solicita visto bueno. Es un Congreso sin debate, sin ideas, con legisladores de hormigón, todos batidos en la misma revolvedora.
Es ahí donde el proceso para elegir candidato presidencial del Frente Amplio por México tiene más pinta de concurso truqueado de antemano, de boleto sobrevendido que sólo reconocerán para unos, de amaño político. El huracán Xóchitl Gálvez descuadró la idílica pasarela de corcholatas del presidente; descuadró la armonía calculada en Morena para que la ventaja se mantuviera con Claudia Sheinbaum, pero también descuajaringa el proceso prefabricado del panista Marko Cortés, y en San Luis por el diputado Xavier Azuara, para el abogado Creel, para cuya causa ya buscaban equipo de prensa para territorio tunero.
En menos de un par de semanas, el presidente rabia y desatina, los bonos de Ebrard suben, la señora Sheinbaum ha puesto cara permanente de “El grito” de Munch y los opinólogos de la 4T que estaban muy cómodos disertando sobre la supuesta “superioridad moral” de la izquierda, han entrado en la espiral burda y predecible de verter su propia casquería en Twitter, foros televisivos, videoperoratas, perfilitos de red social con subsidio y lo que haya a mano.
Si una mujer que no se dejó de un presidente bocón tiene a montón de jefes y jefas de la política, con sus respectivos juglares, bufones y trompeteros, echando tripas y espumarajos por la boca, desde luego que la ven peligrosa. El consenso ha sido expansivo y transversal entre los ciudadanos que no veían opciones.
Falta mucho y los seguidores y partidarios de la senadora hidalguense tendrán que moverse rápido para hacer estructura territorial, que tienen los barones de los partidos, ya comprometidos. Cada barón o baronesa panista y priista actúa según su interés y las características de los territorios donde pretenden crecer o consolidarse.
El tema es todavía más peculiar en San Luis, donde el control clientelar del gobernador no ha dejado hacer bases políticas y prosperar ni a los grisáceos representantes del partido del presidente. Gallardo no se va a equivocar como aliado político presidencial: estará con quien gane, el o la que sean. Y eso va también para el proyecto Xóchitl Gálvez, si se convierte en un problema para las alianzas, los compromisos y el control del feudo.
Los ayuntamientos son la primera administración a la que acuden los ciudadanos en demanda de ayuda, eso lo sabe el gobernador y ha hecho cambiar a su bando a varios de ellos. Será él quien fije los criterios de la política en esos lugares. Y los barones del PRI y el PAN no le hacen el feo a pedir favores porque lo suyo no es ganar, ni competir, mucho menos incomodar, al contrario. Pelearán sus victorias justitas, de supervivencia rentable y pacífica, y nada más.