“Se requiere orden y disciplina para el progreso”, dice la alcaldesa de la Cuauhtémoc –y suspirante a la Secretaría de Seguridad Ciudadana–, Sandra Cuevas; sus convicciones revelan más que un interés electorero.
Quizá porque el nombre de las campañas que lanzó en 2022 –“Limpiando Cuauhtémoc” o “Jornada Integral del Mejoramiento del Entorno Urbano”– dejaba muy a la vista el trasfondo violento y clasista de éstos; en las últimas semanas la alcaldesa Sandra Cuevas ha activado operativos con nombres que remiten a escenarios de fantasía como “luminarias” o “diamante”, de una fantasía distópica, al menos.
Dudo que no exista un cálculo político cuando la señora Cuevas utiliza expresiones como “uniformar y limpiar” o “no es autoritarismo, sino disciplina”. La normalización de discursos neofascistas en la política mundial ha abierto la caja de gusanos del rédito electoral que otorga impulsar un entramado de acciones y proclamas violentas, clasistas, xenófobas, misóginas o lgbt-fóbicas. A Sandra Cuevas le sale a cuenta coquetear con el fascismo, vestida de policía, hostigando a quienes habitan y ocupan la calle, hablando de orden y de “invasión del espacio público”.
La misión de la alcaldesa por “mejorar la imagen urbana” es profundamente racista, incluso para México, un país estructuralmente racista y discriminatorio. Ya hace meses, durante la campaña en la que se borraron los rótulos y arte urbano de los comercios ambulantes, se señaló cómo estas acciones afectan a clases populares y trabajadoras; mientras que en otras zonas de la alcaldía se permitían y promovían facilidades para negocios multinacionales y turismo masificado. Posteriormente, el episodio del enfrentamiento entre sonideros y la Alcaldía dejó al descubierto la ideología clasista, que implica, entre otras cosas, asignar un mayor valor a producciones culturales de las clases altas, estigmatizando costumbres y manifestaciones artísticas “populares”.
Quien vea con más o menos atención las acciones de Sandra Cuevas como alcaldesa y su aspiración a estar a cargo de la seguridad de la CDMX, no podrá evitar recordar al Mundo Feliz que imaginó Aldous Huxley, en el mejor de los casos, y, en el peor, a la violenta “limpieza social” que durante años ha azotado Latinoamérica, fenómeno ampliamente estudiado en Colombia, por ejemplo.
La “limpieza social” es un fenómeno a través del cual la convicción de autoridades y grupos paramilitares sobre quién y cómo tiene derecho que existir en los espacios públicos han facilitado y fomentado el exterminio de aquellas personas que son consideradas –por quienes esgrimen estos discursos– como un mal social, usualmente comunidades e individuos con identidades disidentes: personas en situación de calle, trabajadoras sexuales, jóvenes de comunidades periféricas, etcétera. Varias colectivas y activistas han levantado la voz frente a esto, entre ellas Victoria Sámano.
Si así se hacen las cosas, como diría la propia Cuevas, si así “se pone orden”, prefiero el desorden; prefiero los sonideros, los micrófonos y bailes en los parques, todos los rótulos, todas, todos y todes ocupando el espacio público libre.
Que “mejorar la ciudad” sea hacer frente a la masificación turística, a la gentrificación, a la especulación y mafias inmobiliarias, a los espacios de ocio discriminatorios, a las autoridades corruptas.
No podemos permitir que nuestras ciudades se conviertan en la fantasía autoritaria del poder.