Una de las asignaturas pendientes es sin duda la enorme desigualdad que padecemos históricamente en nuestro país, a la que por décadas no se le ha dado la debida atención ya que incluso se le llega a considerar como algo natural e inevitable, por lo que los esfuerzos se han enfocado -de manera notoriamente insuficiente- en la reducción de la pobreza, y sobre todo en generar crecimiento económico bajo la idea de que los beneficios se derramarían en automático para todos incluyendo a las personas menos favorecidas (más empleos, mejores salarios y por tanto menos pobreza), pero en realidad esto no ha sido así y generalmente resultan beneficiados los de siempre y no quienes más necesitan.
En días pasados tuve la oportunidad de descubrir el libro “Desigualdades, por qué nos beneficia un país más igualitario” de Raymundo Campos, que explica en forma objetiva y con un lenguaje sencillo las causas y efectos de la desigualdad a partir de diversos estudios realizados por el autor y otros reconocidos especialistas, que me parece debería ser de lectura obligada sobre todo para quienes desempeñan o aspiran a ocupar cargos públicos. Dadas las limitaciones de espacio, compartiré sólo algunas de sus múltiples aportaciones que considero importantes.
Raymundo Campos parte de la premisa que la desigualdad no sólo afecta a quienes cuentan con menos herramientas para enfrentarse a la vida, sino que esta es nociva para toda la sociedad ya que además de ser un obstáculo para el desarrollo incluyente, afecta la manera en que nos relacionamos entre las y los mexicanos así como nuestra forma de pensar e incluso puede poner en riesgo la estabilidad del país, y sostiene que es falsa la disyuntiva entre apostar por el crecimiento económico o buscar disminuir la desigualdad pues de lo que se trata es de empatar ambos esfuerzos.
Campos clasifica la desigualdad en cuatro tipos: de ingresos, riqueza, oportunidades y de trato. En cuanto a la desigualdad de ingresos que se entiende como la diferencia entre lo que reciben distintos miembros de la sociedad, la concentración de ingresos en muy pocas manos es sumamente alta ya que 1% de las personas más ricas tienen el 25% del ingreso nacional (lo que duplica y hasta triplica lo que ocurre en países europeos), y se estima que casi el 50% de la población percibe un ingreso por debajo del mínimo necesario. La desigualdad de riqueza se refiere a los activos con que cuentan las personas como inmuebles, coches, cuentas bancarias, inversiones, y aunque en México no se ha medido esta desigualdad, se considera que es aún mayor a la de ingresos ya que los ricos pueden acumular mayor riqueza con más facilidad.
La desigualdad de oportunidades consiste en todas las ventajas o carencias que tienen las personas como hospitales o escuelas cercanas al lugar donde viven con una infraestructura adecuada, así como transporte público o acceso a espacios recreativos, lo que puede condicionar nuestra vida desde la primera edad hasta la vejez, en tanto que la desigualdad de trato se refiere al género, color de piel u otras características físicas como obesidad, que pueden ser causa de discriminación para obtener un trabajo, un crédito o recibir servicios públicos. Estas desigualdades no sólo inciden en el ingreso o situación económica, sino que tocan cada aspecto de la vida de las personas.
En nuestro país, el lugar y la familia en que se nace, así como el género o aspecto físico determinan en buena medida las posibilidades de movilidad social e incluso la esperanza de vida, por lo que urge que busquemos una mucho mejor distribución de las oportunidades. Es un hecho que a mayor desigualdad menor movilidad social, por lo que 3 de cada 4 mexicanos que nacen en pobreza no saldrán nunca de ella -se estima que únicamente 3% logran acceder al grupo con mayores recursos-, mientras que 4 de cada 5 personas que nacen en riqueza morirán así.
Otro ejemplo está en la mortandad infantil por diarrea que es prevenible si se cuenta con agua potable y condiciones de higiene. Partiendo de las enormes desigualdades regionales, encontramos que Chiapas tiene una tasa de muertes por diarrea 30 veces mayor a la de Nuevo León en donde prácticamente es inexistente. En el mismo sentido, un estudio comparativo entre distintas colonias en la Ciudad de México y su área metropolitana encontró que en Neza, Ecatepec e Iztacalco la esperanza de vida es de 60 años para los hombres, mientras que en colonias de Cuajimalpa y Huixquilucan es 20 años mayor.
Como se puede apreciar, el reto es enorme y para poder salir del laberinto de desigualdades necesitamos de un Estado más fuerte, con más capacidad y recursos que sean mejor utilizados a través de una burocracia apartidista para proporcionar mejores servicios públicos como educación, salud, seguridad y transporte. Este es un tema que debe estar en un lugar preponderante de la agenda pública, esperemos que en los próximos meses las y los aspirantes lo aborden con la seriedad que amerita.