Xóchitl Gálvez había expresado que no tenía intención de participar en la contienda presidencial, ni pintaba para ello. La cierto es que si bien era un personaje carismático no era una política muy conocida fuera de la capital del país, del estado de Hidalgo –del que es originaria–, de zonas rurales indígenas –de los tiempos de su paso por la Comisión y luego Comisión Nacional de Desarrollo de los Pueblos Indígenas– y de ciertos sectores y grupos en el ámbito nacional interesados en las cuestiones políticas. Pero la prepotencia, la obstinación, la arrogancia y la soberbia presidencial fueron sumando agravios en su contra y calando en el ánimo de la senadora hasta que cayó la gota que derramó el vaso: a pesar de contar con una orden judicial para que se le concediera derecho de réplica en el espacio de las conferencias matutinas, López Obrador le negó el acceso, desobedeciendo (como no es raro) al poder judicial y faltando a su propia palabra (lo que hace con frecuencia). Ella solicitó el espacio para responder a dichos que sobre su persona y actuación política que había expresado él en ese mismo foro. Como si sólo dependiera de su voluntad, el presidente le negó el derecho de réplica a la senadora Gálvez, violentando así el artículo sexto de la Constitución Mexicana y la Ley Reglamentaria del mismo artículo.
Cuestionado entonces por los medios de comunicación sobre su ilegal medida expresó que le concedería el acceso si una autoridad lo ordenaba. La senadora se dio a la tarea de seguir un procedimiento judicial y obtuvo un fallo favorable…, pero las puertas de Palacio Nacional permanecieron cerradas. López Obrador violentaba de nuevo la legalidad y el Estado de derecho. Xóchitl, cansada del maltrato político, indignada ante la escarnio en contra de su persona –que simplemente por el hecho de ser una ciudadana mexicana merece el respeto presidencial–, del desprecio ante su investidura como integrante del poder legislativo, pero, sobre todo, de la burla en contra de la ley, tomó la decisión de enfrentar al poder desmedido y autoritario de quien ocupa la silla presidencial: anunció su postulación para competir en el Frente Amplio por México por la candidatura como aspirante a la presidencia. Con su decisión, Xóchitl atenta contra el proyecto del mandatario quien pretende imponer a quien ocupará la silla el siguiente sexenio, inaugurando así el “lopismo”, en franca emulación del callismo.
A la violación sistemática de la legalidad, López Obrador suma su machismo y misoginia, y su megalomanía. Aunque esta última no pareciera relevante en realidad sí lo es, porque está ligada a su confrontación con cualquier autoridad que no sea la suya, a sus ataques a los poderes que no se sometan al suyo, a su creencia de que está por encima de cualquier institución y de cualquier ley. Y estas actitudes han sido, y son, terriblemente dañinas para la vida pública, para los equilibrios políticos, para las relaciones internas tanto como para las relaciones internacionales y un largo etcétera. El ejemplo presidencial dinamita el pacto social pues repercute directamente sobre el comportamiento de las demás autoridades y de la ciudadanía: si el Presidente lo hace, pues yo también. Paradójicamente la megalomanía de López Obrador le jugó a favor a Xóchitl, porque fue una de las razones que la llevaron a lanzarse a la carrera “por la grande”.
El machismo y la misoginia son defectos igualmente significativos de la personalidad del Presidente que terminan también resultando convenientes a la Senadora, por el efecto boomerang. López Obrador presume que es en su sexenio en el que más mujeres han ocupado y ocupan cargos en el servicio público, y es cierto, pero lo que es necesario es hacer el análisis de las condiciones en que esas mujeres han operado y el papel que han desempeñado, las decisiones que han tomado, los logros que han obtenido. Ahí está el gris y oprobioso rol que jugó la secretaria de Gobernación Olga Sánchez Cordero, destruyendo la reputación que había construido, y el que está interpretando ahora Luisa María Alcalde Luján; el oscuro paso de Graciela Márquez Collín por la Secretaría de Economía y el igual de oscuro que ha desempañado al frente del INEGI. Y si hablamos de personajes grises ahí está María Luisa Albores, a quien casi nadie identifica o sabe siquiera de su existencia, a pesar de haber pasado por la Secretaría del Bienestar, desde donde contribuyó a la desaparición de programas sociales que fueron sustituidos por la ayuda directa, y que actualmente ocupa la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales. Casi invisible e igual de desconocida es también Leticia Ramírez Amaya, cuyo principal mérito para ocupar la Secretaría de Educación Pública es su cercanía con López Obrador. Ni qué decir de su predecesora, claro, Delfina Gómez Álvarez, denunciada por imponer cobro de diezmo en su administración en la alcaldía de Texcoco, pero apoyada por el presidente para ocupar la gubernatura del Estado de México. Poco visible también, no podemos olvidarnos de ella, es Alejandra Fraustro, quien en la Secretaría de Cultura ha sido la encargada de arruinar programas y apoyos lentamente consolidados.
En cambio, bien visible fue la flamante Irma Eréndira Sandoval en la Secretaría de la Función Pública, desde donde estuvo situada durante algún tiempo bajo los reflectores hasta que provocó el enojo presidencial y fue borrada del mapa político, quedando sólo en el recuerdo público que durante su gestión exoneró a Bartlett Díaz. Y no olvidemos la denigrante forma en que impuso a Rosario de la Piedra Ibarra en la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, quien ha tenido uno de los papeles más lamentables defendiendo los intereses del régimen y dejando en la indefensión a las víctimas. Claro, en el tema de papeles vergonzosos el primer lugar es para la ministra plagiaria Yasmín Esquivel Mossa, cuyos títulos son fraudulentos pero quien permanece en el cargo por el respaldo presidencial, votando a favor de cada una de las propuestas del Ejecutivo; por supuesto, tampoco “canta mal las rancheras” Loretta Ortiz Ahlf, quien ha pulverizado su trayectoria sirviendo a los intereses presidenciales. Y ni qué decir de la polémica “no primera dama” Beatriz Gutiérrez Müller, ¿qué Andy no es machista?, pues nada más hay que ver cómo borró a su esposa de la vida pública por asuntos que oficialmente se desconocen y que sólo han trascendido como rumor. En fin, la lista es larga y no hay espacio para la enumeración, pero no puedo dejar de anotar el caso más patético de todos que es el de la aspirante presidencial Claudia Sheinbaum, a quien López Obrador alzara la mano hace un par de años y de entonces a la fecha ella ha venido transformándose, en todos los sentidos, en una mala copia de su promotor.
Frente a este escenario de féminas sumisas al poder de López Obrador destacan especialmente, entre otras, dos mujeres que no sólo no se han sometido sino que se han revelado y que lo enfrentan y lo cuestionan públicamente, ya con sus acciones ya con sus palabras Norma Lucia Piña Hernández, ministra presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y la senadora Xóchitl Gálvez. ¿Qué Andy no es misógino? Pues sólo hay que escuchar o leer sus ofensivas declaraciones sobre ambas, incluyendo entre las muchas agresiones y descalificaciones el señalamiento de que llegaron a donde están por el apoyo de algún señor titiritero, en lo que toca a Piña, primero por Enrique Peña Nieto y luego por él mismo (“Está por mí de presidenta”) y a Gálvez la acusa de estar bajo la férula de Carlos Salinas y Vicente Fox y de ser sólo una marioneta de Claudio X. González.
Con el anunció de sus aspiraciones, Xóchitl Gálvez ha generado un fenómeno muy interesante dentro del movimiento morenista, o habría que decir lopezobradorista, porque cuando se les acabe Andrés Manuel es casi seguro que los cuatroteistas desaparecerán con él. Apenas dio a conocer sus intenciones de competir, las huestes oficiales y oficialistas, espontáneas y pagadas, convencidas y convenencieras, se lanzaron en su contra en una campaña que ha dejado al descubierto lo peor del morenismo: clasismo, racismo y misoginia. Lo mismo de lo que acusaban a sus oponentes políticos, y que les ha servido de bandera protectora de sus “altos ideales”, es hoy su talón de Aquiles.
*Fausta Gantús
Escritora. Profesora e Investigadora del Instituto Mora (CONACYT). Especialista en historia política, electoral, de la prensa y de las imágenes en Ciudad de México y en Campeche. Autora del libro “Caricatura y poder político. Crítica, censura y represión en la Ciudad de México, 1867-1888”. Coautora de “La toma de las calles. Movilización social frente a la campaña presidencial. Ciudad de México, 1892”. Ha coordinado trabajos sobre prensa, varias obras sobre las elecciones en el México del siglo XIX y de cuestiones políticas siendo el más reciente el libro “El miedo, la más política de las pasiones”. En lo que toca la creación literaria es autora de “Herencias. Habitar la mirada/Miradas habitadas” (2020) y más recientemente del poemario “Dos Tiempos” (2022).