Esta semana falleció el querido Alberto Anaut, fundador del festival de PHotoEspaña, la empresa cultural La Fábrica y ex subdirector del diario El País entre otras aventuras profesionales. Alberto murió a los 68 años de edad por leucemia. Su pérdida es irreparable como gestor cultural, periodista y apasionado de la imagen.
A Alberto lo conocí en Madrid hace más de una década, nos presentó Claude Bussac la directora del festival. Años después, cuando preparaba un nuevo libro le planteamos escribir el prólogo. Y aceptó.
No recuerdo los detalles, pero antes le conté sobre el tema de los editores de foto en México y otros pormenores. Le encantó el tema y lo hicimos. En 2010 se publicó el libro y generosamente él me regaló la introducción.
Lo presentamos en Madrid y en México en el Centro de la Imagen y esto escribió en esa ocasión, aquí su texto íntegro:
“¿Es la guerra? En torno al periodismo hay mucha literatura, excesiva literatura. La epopeya de las noticias, el papel social que en los últimos cien años han jugado los periódicos, ha transformado “la profesión” en un mito. Afortunadamente, la televisión y la radio, con sus tertulias de maleducados quitándose la palabra unos a otros y dando gritos y gesticulando a diestro y siniestro, han puesto en las dos o tres últimas décadas, las cosas en su sitio.
Los periodistas son personas (por si algunos, al escucharles esgrimir la verdad como un patrimonio personal lo dudaran), que manejan (a veces con un cierto descaro) un material no siempre transparente: la realidad (por no usar un término mucho más escurridizo como es el de la verdad). O sea, como los jueces, los fiscales o los políticos. Esto es lo que hay.
El presente libro es un ensayo (más empírico que teórico) sobre una de las subespecies más oprimidas de la profesión: los fotógrafos, reporteros o más modernamente denominados “fotoperiodistas”. De la mano de su experiencia, uno de los más reputados representantes de este grupo, describe, analiza y opina sobre el comportamiento de esta subespecie dentro del conjunto de la manada, su particular idiosincrasia, sus instintos, sus sueños de gloria y su capacidad para influir las tareas colectivas y en el comportamiento general de la especie.
Su evolución desde el testigo mudo de la etapa de su esclavitud a manos de otros elementos más fuertes del grupo, hasta su transformación en un individuo activo que contribuye, con su visión y su trabajo, a lograr los objetivos colectivos. Con la paciencia de un rumiante y las ideas de un depredador, el profesor Ulises Castellanos repasa, a través de su propia trayectoria vital, los tópicos, las carencias propias y ajenas, los sueños, las relaciones de poder y de dominio, las ilusiones, los ideales, el método de trabajo y las frustraciones que se desarrollan en la cabeza de los periodistas y –lo que es más importante– en el interior de ese laboratorio que se denomina “redacción”, en el campo de batalla por el que los hechos se convierten y se publican bajo la forma mágica de “noticias”.
La lectura de este breve ensayo, que Ulises Castellanos ha construido a golpe de experiencias, ha despertado en mí muchos recuerdos que desde mi autoexilio del periodismo activo creí que estaban olvidados. Sus batallas en Proceso, Milenio, El Centro o Excélsior, la descripción de su lucha por conseguir que una noticia tuviera siempre dos caras (que se leyera y además se viera), sus sueños y sus decepciones no son características exclusivas de lo que ha pasado en los últimos treinta años en el periodismo mexicano. Al contrario, es exactamente lo que ocurre dentro de cualquier redacción de un periódico, en cualquier parte del mundo.
Durante treinta años he tenido el privilegio de trabajar en diversos medios de comunicación. Medios especializados en economía como Actualidad Económica, Rapport Económico, Mercado o Cinco Días; agencias de prensa como Multipress; revistas de información general como Actualidad Española; periódicos como Diario 16 o El País y revistas dominicales como El País Semanal o La Revista de El Mundo.
Un panorama bastante amplio, incluso con cabeceras que se consideran enemigos ideológicos. Y en todos los medios he vivido las mismas batallas que forman la experiencia de Ulises Castellanos… desde el otro lado de la contienda, infiltrado en las trincheras propias, defendiendo muchas veces las ideas de los que estaban al otro lado.
Me explico: desde mi punto de vista, el periodismo es una visión global de los hechos y la prensa, una historia de colaboración entre periodistas especializados. Redactores, fotógrafos y diseñadores trabajan con el mismo material: ese mito llamado noticia. Y lo hacen con la única misión de transmitir los hechos con eficacia a los lectores. La prensa moderna tiene unos requerimientos técnicos, un nivel estético y un sentido de la comunicación que hacen imposible que un medio pueda prescindir de cualquiera de las tres patas sobre las que se levanta.
Hoy, en plena era de la imagen, no podemos concebir un periódico o una revista que presente el texto sin imágenes, como tampoco admitiríamos unas imágenes que no nos dieran ninguna información. La dictadura del diseño y de los diseñadores me ahorra cualquier comentario sobre la imposibilidad metafísica de que un medio no mime la maqueta, la tipografía o la interlínea (los premios internacionales del gremio y los lectores pasarían inmediatamente una costosa factura). Un texto mal escrito tampoco es admisible, aunque muchos lectores, tan desacostumbrados a leer en serio, tal vez no lo percibieran.
Ulises Castellanos nos cuenta las batallas que ha librado en los distintos medios para hacer valer los derechos (y las oportunidades) de la imagen. De la lectura de su narración, uno sale agotado. Parecería que la dinámica de los medios exige que los distintos contendientes sean auténticos gladiadores. ¿Una épica impuesta por las exageraciones de las majors o una lamentable realidad? Yo ya soy un viejo ex periodista (¡como me gusta esta expresión!) y aunque algunos de mis antiguos colegas puedan pensar que hablo del pasado, puedo asegurar que todo lo que Ulises cuenta como actual, yo lo he vivido exactamente igual con quince, veinte, veinticinco años… de antelación.
¿El túnel del tiempo? No, la contumacia de los hechos y la impermeabilidad de las mentes. En contra de lo que la propaganda sectorial afirma, los periódicos son productos enormemente conservadores. Algunos datos avalan mi afirmación. Los mayores periódicos españoles están todos dirigidos por hombres. Desde siempre. Eso no impide, naturalmente, que esos mismos diarios (o revistas, aunque de éstas apenas ya quedan) lancen campañas en pro de la igualdad de sexos en todas las escalas laborales.
Siguiendo con los directores, una inmensa mayoría de los que ganan la oposición vienen de la información política; las únicas excepciones proceden de ese nuevo poder que se llama economía (Miguel Delibes fue director de El Norte de Castilla, pero El Norte no era un periódico grande, sino un gran periódico, así que de ese caso no hablamos). Tercer dato: yo no he conocido a un solo director de periódico que no fuera previamente un redactor, un escritor. Hasta tal punto es así, que los redactores se han apropiado del genérico de la profesión y se han quedado con el nombre de periodistas en exclusiva. Como si los fotógrafos o los diseñadores de periódicos no fueran tan periodistas como ellos. De modo que en un periódico mandan los periodistas, es decir los redactores. Y ése es precisamente el meollo de la cuestión que nos ocupa.
En una redacción, en un equipo organizado según unos conocimientos, la clase dominante impone siempre sus criterios. Y si esa clase dominante es generalmente una gran inculta visual, el resultado es que las redacciones de los periódicos, y en consecuencia los propios periódicos, siempre dan prioridad al texto frente a la imagen y cuando esto no ocurre así es porque algunos locos como Ulises Castellanos convierten la batalla contra la evidencia en una cuestión personal. Sé de lo que hablo, porque lo he vivido.
Y recuerdo mis tiempos en El País peleando porque Jesús Ceberio –que por otra parte era un director excelente– no empezara a recortar cada fotografía que tenía que ir en portada hasta convertirla en un auténtico bonsái que en nada se parecía al original.Y recuerdo también a un nefasto responsable del mismo periódico (al que por respeto a la profesión prefiero no señalar), que un domingo, estando los dos de guardia, me preguntó si hacíamos una gamberrada y dábamos una fotografía grande, muy grande.
Como si The Guardian, The Times o The Independent no llevaran décadas dando las fotografías de portada del tamaño que cada una se merece. Son sólo dos ejemplos. Hay algunos más. Todo esto lo digo desde mi perspectiva: un periodista genuino, es decir un redactor, que es lo que yo he sido toda mi vida. Pero también desde el punto de vista de alguien que, por cultura o por malas compañías (la verdad es que desde pequeñito siempre me ha dado por andar con fotógrafos y diseñadores y mirar estas cosas), ha estado permanentemente atento al hecho de que lo que hacen los periódicos tiene mucho que ver con la capacidad de trabajar juntos, respetándose y complementándose, de los tres colectivos que conforman una redacción.
Frente a la realidad cotidiana de que una redacción es una guerra entre los distintos poderes o, más bien, una sublevación permanente o una sumisión de fotógrafos y diseñadores contra los poderes establecidos (y también una guerra entre las dos castas oprimidas), yo creo lo contrario. Y creo que una noticia, los hechos, los acontecimientos, la historia… o como queramos llamarla, es una joya con muchos prismas y que solamente cuando todas las partes juegan juntos, se gana el partido. Nada más. Tan solo un apunte escéptico para terminar: mi duda de si estas reflexiones de Ulises Castellanos, y las mías que le apostillan, tienen sentido en estos tiempos de final de la prensa y dominio de Internet. Y no por motivos nostálgicos, si no por la triste realidad de que (desde mi punto de vista), Internet es lo contrario que el periodismo, ya que el medio ha cogido la información, le ha metido dentro mucho gas, y se la ofrece a los lectores totalmente deconstruida: los textos por aquí, las fotos por allí, los videos por aquel lado, la opinión en medio de la información y todo vía Google. Como si se tratara de un cocinero catalán de última generación.
O sea, que tengo la duda de si estamos hablando del periodismo y de la prensa como si habláramos del sexo de los ángeles. De algo que está a punto de dejar de existir.”
En paz descanse Alberto. Lo vamos extrañar.
Alberto Anaut (1955). Madrid, España. Periodista y gestor cultural. Redactor-jefe de Diario 16 (1981-83), director de la revista Mercado (1983-88), redactor jefe de El País Semanal (1988-1993), subdirector de El País (1993-94), puesto que abandona para fundar la empresa de proyectos culturales La Fábrica (1994), desde la que se han puesto en marcha numerosas actividades como PHotoEspaña, las revistas Matador, Eñe y Ojo de Pez y una editorial que publica cerca de cincuenta títulos de fotografía al año. Durante dos años (1995-97) volvió al periodismo como director de La Revista de El Mundo.