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¿Políticos groseros o majaderos?

En la comunicación política no está mal decir groserías; lo que resulta inaceptable es el insulto, la majadería y la violencia verbal. | José Antonio Sosa Plata

Escrito en OPINIÓN el

La decisión de Xóchitl Gálvez de aderezar con “malas palabras” algunos de sus mensajes no es algo preocupante. Tampoco debería ser objeto de censura. Lo cierto es que decir groserías le está sirviendo para llamar la atención de algunos medios de comunicación y mostrarla con una naturalidad poco vista en los personajes políticos tradicionales.

El lenguaje directo, claro, sencillo, con fuerte carga emocional y sin tapujos es parte de la disrupción que hasta ahora le ha funcionado a la senadora. Tanto, que otros personajes dentro y fuera del frente opositor tratan de emularla, pero con una eficacia mucho menor. La espontaneidad y elocuencia para conectar fácilmente con la gente es una habilidad muy difícil de copiar.

La ventaja que Xóchitl tiene hasta ahora es que ha podido separar la grosería del insulto. Comprender la frontera es importante, porque no todas las malas palabras se pueden considerar un insulto, y el insulto no siempre requiere del uso de groserías. La diferencia está en los significantes, en ciertos códigos culturales preestablecidos y en la intención con que se utilizan.

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Las malas palabras forman parte del lenguaje cotidiano. Pero como consecuencia de los códigos morales y éticos que se han venido imponiendo, existen límites y restricciones a las que nos tenemos que adaptar. No solo están relacionados con el respeto, sino con criterios educativos que buscan reducir los riesgos que conlleva la violencia verbal.

En contraste, el insulto siempre va acompañado de una carga agresiva que puede desencadenar otros tipos de violencia. Lleva explícita, además, una ofensa o provocación. Entre otras características, se le vincula con la injuria, la difamación, la calumnia, la mentira y el engaño. Lo que pretende el insulto es hacer un daño específico a una persona o grupo. Acentúa la desigualdad, la inequidad, el mal trato y la discriminación.

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Otro concepto asociado con las groserías es la majadería. Sin embargo, ésta implica, además de las malas palabras, acciones que denotan necedad, ofensa, falta de respeto o hacer cosas que se alejan de los valores más elementales. Desafortunadamente, en política se recurre a este tipo de mensajes con frecuencia, a tal grado que ya las vemos como parte de la normalidad.

Por si fuera poco, la polarización cataliza las expresiones basadas en las malas palabras y en las acciones violentas. Asimismo, en el nuevo ecosistema de comunicación los liderazgos fuertes influyen tanto en algunos grupos de la sociedad con su mal ejemplo, que hasta parece que no se dan cuenta de los daños profundos que los abusos o excesos pueden provocar.

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¿Cómo identificar los límites entre groserías, majaderías e insultos? En principio, es necesario reconocer que los problemas principales no surgen por decir groserías en los actos públicos, medios de comunicación o en las redes sociales. Entonces, ¿las groserías podrían ser un mal ejemplo y/o afectar la sensibilidad de algunas personas? Sí, pero no siempre. ¿Dañan o no la reputación de los líderes? No necesariamente.

Lo cierto es que quien recurre a la grosería, el insulto o a la majadería no está exento de riesgos. En cualquier caso, siempre será preferible omitir las malas palabras porque un gran número de éstas denotan violencia verbal y una pobre capacidad para argumentar. En el mismo sentido, pueden ser detonantes de agresiones físicas, como ha sucedido en diversas ocasiones.

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Para llamar la atención de la ciudadanía y lograr mayores niveles de posicionamiento, no es estrictamente necesario recurrir a las malas palabras. Una auténtica cultura de diálogo y debate es el mejor antídoto. De igual forma, es inaceptable que los personajes políticos se escuden en la libertad de expresión cuando deciden utilizarlas. Con el cambio cultural que hemos vivido desde que inició el proceso de transición a la democracia, se derribaron muchas barreras que había en los medios de comunicación.

Hoy, todas y todos los personajes públicos, y los líderes de opinión, locutores, actores, actrices o cualquier persona que tenga acceso a cualquier medio o red social se puede expresar con mayor libertad, sin temor a la censura. Lo más que puede llegar a suceder es que sobre las malas palabras se encimen los “bips”, como muestra de la inconformidad o intolerancia que todavía tienen algunas personas.

Consulta: Pablo Hirshmann. "El insulto y la política". Mensaje en la sesión privada del Instituto de Política Constitucional, Buenos Aires, Argentina: 19/08/2015.

Por supuesto que aún existen algunas restricciones, relacionadas con las ofensas, insultos, injurias o difamaciones. Sin embargo, es preciso recordar que la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) emitió una tesis aislada en mayo de 2018, en la que se concluye que “propiciar” desde la autoridad pública un “uso correcto del lenguaje” es inconstitucional, “porque pretende que el Estado se erija en una autoridad lingüística y determine el uso correcto de las palabras en los medios de comunicación”.

Sin considerar que se ampliaron los márgenes de libertad, también debemos reconocer que varios problemas persisten. Por un lado, debido a la confusión que surge por los propios conceptos y las interpretaciones que se pueden dar de éstos en el espacio jurídico. A este punto se tendría que agregar el de la autocensura. Por el otro, por los impactos negativos que puede adquirir una campaña negra en la que se utilicen las malas palabras, en cualesquiera de sus sentidos, intenciones o interpretaciones.

Lee más: Gabriel Sosa Plata. "¿Derecho a decir groserías en radio y tv?", en Revista Etcétera, 12/09/2018.

A pesar de los obstáculos referidos, lo primero que debemos reconocer es que en nuestra democracia ya no exista el temor a ser sancionados por decir groserías. Esta libertad es para todas y todos los personajes públicos. También incluye a los políticos. Lo que sí valdría la pena revisar son los riesgos que surgen por las acciones, premeditadas o no, de cruzar los umbrales que existen hacia el insulto y cualquier otra expresión de violencia verbal.

En el contexto actual, por lo tanto, no debemos permitir que se siga “normalizando” impunemente la violencia verbal contra las mujeres en los medios de comunicación ni la violencia política en razón de género, como sigue sucediendo. Tampoco las expresiones de racismo, xenofobia, discriminación o intolerancia so pretexto de que existe una mayor libertad para decir groserías a través de cualquier medio de comunicación.

Recomendación editorial: Ana Soledad Montero (compiladora). El análisis del discurso polémico. Disputas, querellas y controversias. Buenos Aires, Argentina: Editorial Prometeo, 2016.