Porfirio Muñoz Ledo fue un hombre apasionado. Era capaz de hablar de temas diversos con tanta profundidad que siempre sorprendía y, cada charla, era un aprendizaje. Me llamaba la atención la memoria fotográfica que poseía, recordaba datos y fechas con precisión; pero, cuando se trataba del mundo obrero, lograba abrir más sus ojos para enfatizar el control político que han sufrido los trabajadores y las repercusiones en sus condiciones de trabajo.
En varias ocasiones estuve en su casa, que se convirtió en un estudio televisivo. Deambulaban políticos de diversas corrientes para hablar de todos los temas inimaginables. Se había vuelto una costumbre llegar a su programa de televisión y, desde la sala de su hogar, escuchar sus reflexiones mientras esperaba mi turno.
Escuchaba a sus entrevistados, pero cuando no coincidía o existía algún punto que le interesara, interrumpía para decir: “¡No estoy de acuerdo contigo!” o “espera, explica más”. Al sentir que era momento para acentuar sus experiencias que tuvo como funcionario, embajador, legislador o dirigente de partidos políticos, así lo hacía.
Al principio parecía que iba a tratar generalidades, pero no era así. Analizaba, reflexionaba como si fuera una biblioteca ambulante. Comentaba su estancia en diversos países o se refería a los dichos y diálogos que había tenido con estadistas con los que trató en su carrera diplomática.
El pasado 9 de julio en que corrió la noticia de la muerte de Muñoz Ledo pude intercambiar mensajes de condolencias con María Xelhuantzi López, una de sus más cercanas colaboradoras en el estudio del mundo obrero. Ella ha sabido desenredar los entuertos de control de los que han sido y siguen siendo sujetos los trabajadores y sus organizaciones sindicales.
María me expresaba su profunda tristeza por la pérdida de su gran amigo, con el que construyó numerosos proyectos de análisis y alternativas en favor de los trabajadores.
En la última etapa de vida parlamentaria de Porfirio Muñoz, cuando terminó su carrera de legislador, el 3 de marzo de 2021, me llamó para pedirme que fuera personalmente a su casa al día siguiente.
Al llegar ahí, me recibió con gran fraternidad y me pidió construir una propuesta integral de reforma al artículo 123 Constitucional que adoptara medidas de protección en favor de los trabajadores, que ahora se encuentran en desventaja ante las duras exigencias del mercado internacional.
Me decía con vehemencia que habían pasado más de 100 años desde que se había concebido en Querétaro esa norma constitucional, en la que se enraizaban los derechos obreros fundamentales en nuestro país, y que se debía actualizar.
Me pidió trabajar en ese proyecto con María Xelhuantzi, y analizar la manera de proteger a aquellos trabajadores de las plataformas digitales que no se les reconoce como asalariados. Estudiar la forma de romper con la figura de la subordinación tradicional que protege sólo a una minoría, y no a los que tienen dependencia económica con las empresas sin el reconocimiento de sus derechos laborales, estabilidad en el empleo y seguridad social.
Hacía énfasis en su preocupación por la figura de la subcontratación que permeaba en el mundo del trabajo, ya que precipitaba hacia abajo las condiciones de trabajo y los derechos colectivos, en un entorno que fomentaba el sindicalismo blanco, a pesar de la reciente reforma laboral. Me decía levantando la voz: “¡Tenemos que proteger a los trabajadores de la simulación en este nuevo artículo 123 constitucional!”.
Porfirio decía que la prioridad era democratizar el mundo obrero para lograr dignificar el trabajo. Hablaba de su paso como titular de la Secretaría del Trabajo, periodo en el que se pudieron alcanzar incrementos salariales históricos. Me comentaba sus diferencias con Fidel Velázquez, líder de la CTM, porque su propósito era romper con el corporativismo que permeaba en esos años.
El proyecto de un nuevo artículo 123 constitucional trabajado con la investigadora María Xelhuantzi quedó en un borrador muy avanzado, para la aprobación de Porfirio, que se interrumpió con su muerte.
Sus ideas estaban enfocadas en romper un modelo sindical construido desde la cúspide del poder que ha dañado históricamente a los trabajadores.
Me refería la importancia de las coaliciones obreras que no requerían permiso legal para su existencia, y donde los trabajadores puedan ejercer sus derechos sin limitaciones.
Bernardo Méndez Lugo, diplomático de carrera y quien fuera mi maestro en Ciencias Políticas en el Instituto Nacional para el Estudio de los Problemas de México (INESPROME), resaltó que Muñoz Ledo, siendo Secretario de Trabajo, creó el Centro de Estudios Históricos del Movimiento Obrero. Su creación fue para que la clase obrera conociera su historia y aprender de los errores para no repetirlos.
Manifestaba no estar de acuerdo con la Toma de Nota para reconocer legalmente a los sindicatos y a su directiva, porque era y sigue siendo una manera abierta del control del Estado hacia las organizaciones sindicales.
Criticó abiertamente la existencia del Centro Federal de Conciliación y Registro Laboral creado en febrero de 2017 durante el régimen de Peña Nieto, y que se materializó en tiempos de López Obrador. Me decía, mientras se levantaba de su asiento: “Es una patraña monumental para controlar a los trabajadores”.
Queda el legado de nuestro amigo Porfirio que seguirá abriendo caminos en los que nunca estará ausente.
De otros avatares
El pasado viernes 7 de julio acudí a la inauguración de un Seminario de Derecho Colectivo impulsado ni más ni menos por los señores del poder judicial, en el que estuvo presente Alfredo Domínguez Marrufo, titular del Centro Federal de Conciliación y Registro Laboral.
El magistrado Juan Manuel Vega Tapia, titular de la Unidad de Implementación de la Reforma en Materia de la Justicia Laboral, se atrevió asertivamente a invitar a representantes sindicales, de patrones y funcionarios de gobiernos para escuchar a los jueces sobre su visión del mundo sindical.
Me gustó la crítica que realizaron los magistrados Sergio Molina y el propio Vega Tapia respecto del corporativismo, la globalización y la afectación que produce a los trabajadores. La intervención de Carlos Pelayo que hizo con gran maestría sobre las sentencias de la Corte Interamericana y sus repercusiones en el trabajo; el análisis muy general de las normas internacionales laborales de la jueza Cristel Solorio y el estudio profundo y analítico del voto obrero a cargo del magistrado Héctor Orduña Sosa.
Me alegró que los jueces salieran de sus escondites y pudiesen compartir su visión sobre los sindicatos que están atrapados en los enredos de las leyes y de las jurisprudencias torcidas (en su mayoría). Falta el debate.