Con el fallecimiento de Porfirio Muñoz Ledo y Lazo de la Vega el 9 de julio concluye una generación de viejos políticos mexicanos surgidos durante los sesenta y formados en los gobiernos del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Un PRI que hoy está a punto de la nada y que se mantuvo en el poder político del país por más de setenta años, durante los cuales se gestaron hombres y mujeres de la política con enormes cualidades, pero también muchos otros con grandes defectos; mañosos, abusivos y atrabiliarios. Los resabios de aquello aún persisten en México hoy.
Con todo, lo decía don Luis González y González, el historiador eminente de México, autor de ese lienzo de la historiografía que se llama “Pueblo en vilo”. Parafraseo aquí su dicho: ‘Los que están en la política son hombres de carne y hueso, ni ángeles con alas etéreas ni diablos con cornamenta y cola: son seres humanos con cualidades y defectos’.
Uno de aquellos hombres surgidos bajo la bandera de la revolución institucionalizada fue Porfirio Muñoz Ledo. Político de viejo raigambre, inteligente, con teorías políticas surgidas de su formación académica y de la experiencia de muchos años, con claros defectos de volubilidad y agravios.
El político que nació en el Distrito Federal el 23 de julio de 1933 cruzó todos los mares, ríos, lagunas y pantanos de la política nacional, y a veces incluso se manchó las alas para aceptar hechos que no eran los que la norma política, en su teoría, podría aceptar.
Y no porque en esto de la obediencia Muñoz Ledo hubiera sido la excepción; muchos de quienes por entonces querían mantenerse en el poder y el mando tenían que asumir que eran parte de una forma de gobernar en la que si querían sobrevivir en la función pública o en uno de los poderes de la República, tenían que pasar pruebas de obediencia y de fortaleza para aguantar los embates y cometer embates.
Se lee: “Durante su amplia carrera política, que data de finales de la década de 1960, militó en varios partidos políticos y ocupó numerosos cargos de primer nivel, entre los que están titular de las secretarías del Trabajo y de Educación Pública, líder del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y del Partido de la Revolución Democrática (PRD).
“Senador y diputado federal, en dos ocasiones presidente de la Cámara de Diputados y diplomático representante de México en diversos países y organismos internacionales.” Gestor, junto con Cuauhtémoc Cárdenas de la Corriente Democrática, del PRI a mediados de los ochenta.
Fue un estudioso de las leyes y de la política, de las relaciones internacionales y del derecho internacional: Cursó la licenciatura en Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), posgrado en la misma materia y cursos de doctorado en Ciencia Política y Derecho Constitucional en la Universidad de París. Maestro en distintas instituciones de educación superior.
Era un hombre de palabra fuerte, de ideas firmes y de reprobaciones feroces cuando decidía hacerlas. Fruto de su experiencia a lo largo de más de sesenta años de participación política fue un severo crítico del gobierno de la Cuarta Transformación.
Deploraba el gobierno de un solo hombre y la falta de equilibrios al poder presidencial para garantizar la participación social y la democracia, pero sobre todo reprochaba la militarización del país. El lo dijo así en la última entrevista, con Adela Micha:
“Se le acabó la pista y su concesión al Ejército no es predilección, es temor.” Y: “Andrés creyó que la administración de un país o una sociedad es nada más acumulación y no equilibrios; la sola acumulación de poder para hacer mayorías no da legitimidad; democracia de mayoría no es democracia, es cesarismo, lo más amenazante para la democracia, que es de pesos y contrapesos. Andrés perjuró: no cumplió cumplir y hacer cumplir la Constitución”.
Fueron algunas de las reflexiones con las que se fue Muñoz Ledo, decepcionado del actual gobierno, decepcionado de la izquierda que este gobierno dice representar y decepcionado de sí mismo porque poco o nada pudo hacer ya para contribuir en retomar el camino y seguir el de los equilibrios de poder surgidos de la democracia, lo que era su obsesión.
Era hombre de odios profundos. Sabía hacer escarnio de sus adversarios políticos o de aquellos a los que no daba tregua para salvarse de su palabra, que lo mismo construía ideales como discordias.
En 1991 quiso ser gobernador de Guanajuato invocando su “derecho de sangre” (ius sanguinis) al no haber nacido ahí, pero con antiguos familiares políticos de la entidad. No lo fue, pero hizo hígados en contra de Vicente Fox y de Ramón Aguirre a quienes no perdonó su fracaso electoral.
Como tampoco perdonó, nunca, a Miguel Montes García, a quien denostaba de manera frecuente. Montes lo había callado durante la sesión del 1 de septiembre de 1988 en la que rindió su sexto Informe de Gobierno el presidente Miguel de la Madrid Hurtado y ocurrió la primera interpelación de un legislador –Muñoz Ledo–, acusando fraude electoral. Nunca lo olvidó.
Era un hombre de claroscuros. Producto de su tiempo y de su generación. Pero también supo observar que las nuevas corrientes políticas surgidas desde 2000 y a la fecha, estaban plagadas de intereses mezquinos, de corrupción, de abusos de poder y de traición democrática.
Lo dijo durante los últimos años de su vida. Lo advirtió, pero ya no le quisieron escuchar. El tiempo dirá si tenía razón en sus temores del gobierno de un solo hombre, o no. Sólo el tiempo.