La búsqueda obstinada de la notoriedad a veces ve coronado el esfuerzo de formas muy distintas a lo que se espera conseguir. En plena crisis de agua la capital y área conurbada de San Luis Potosí, el gobernador Ricardo Gallardo Cardona emprendió la construcción no de alguna obra que aporte caudal o potencial de almacenaje a la desvencijada y seca red de abasto de agua, la que fuera, sino de una arena de espectáculos frente a otra ya existente, pero privada, para recibir un evento internacional de charrería en septiembre.
Afecto él mismo a aparecer a caballo, con indumentaria de charro y sombrero en mano, calificó de retrógradas a las primeras voces que cuestionaron su enrevesado orden de prioridades. Un coleadero y espacio de espectáculos no les es urgente a nadie en San Luis, pero él insistió en el tema de la “proyección internacional”.
Y se proyectó a nivel internacional antes siquiera de techar su obra, por el colapso de la estructura de varilla de una columna que costó la vida a un operario. Otro trabajador fue a dar al hospital.
Ese mismo día, el mandatario arremetía contra el Organismo Intermunicipal de Agua Potable del municipio capitalino, al que acusó de “fraude”. La embestida no resultó ninguna novedad porque lleva descalificando al organismo y al alcalde desde inicio de año, un día con un alegato y al otro con una denuncia flamígera.
Al gobernador le enojó que la atención mediática dejara en segundo plano su acusación y se cebara sobre el trágico accidente en su obra “de proyección internacional”. Iracundo, arremetió contra medios por destacar la muerte de un trabajador “que ni de San Luis es”.
Pero exponer una nula empatía con la tragedia de ese obrero muerto no fue suficiente, se fue de corrido con frases muy extrañas que medios de todo el país y fuera de él percibieron como amenazas a la prensa. “Mejor que sigan chingando, si no con qué nos divertimos, necesitamos diversión, lo que no les gusta es que a mí me gusta la sangre, me gusta ver arder el mundo”.
Alarmado, el representante en México del Comité de Protección a Periodistas Jan-Albert Hootsen dedicó un hilo en su cuenta de Twitter al tema: El día de ayer, el gobernador del estado de San Luis Potosí, Ricardo Gallardo (@RGC_Mx), se dirigió a la prensa del estado utilizando un lenguaje violento, claramente con la intención de intimidar al periodismo crítico en la región”.
El activista no dejó ir el triste contexto nacional de la violencia criminal y de Estado contra la prensa: “No es la primera vez que funcionarios de todos los niveles de gobierno en México hacen uso de un lenguaje violento e intimidatorio frente a la prensa. Cabe recordar que México sigue siendo el país más violento para las y los periodistas en el Hemisferio Occidental”.
Pauta nacional en este país es un presidente que hace un uso abusivo e insultante del lenguaje, en general contra todo aquel ser humano que tenga a bien ejercer su libertad de discrepar y hacer saber su discrepancia de palabra, obra u omisión. Cada nueva acusación le sirve a López Obrador para enardecer a sus partidarios y atacar a sus enemigos todos los días, a temprana hora y con nuevos y cada vez más insultantes y falaces argumentos.
Hasta que aparece una valiente Xóchitl Gálvez que consigue un amparo para ejercer su derecho de réplica y se presenta a “La Mañanera” en Palacio Nacional a que la autoridad cumpla, le echan encima una horda de disque “fans” del presidente para insultarla e impedirle el paso a empujones. La hidalguense se abrió paso echando cuerpo y tocó la puerta. El presidente salió con una sarta de pretextos y más descalificativos para negarle su derecho. El incidente confirma que además de boquiflojo, López Obrador le tuvo miedo a que le reviraran en su mismo espacio, como ordena la ley de réplica. Y acabó fabricando con su reacción montonera y cobardica una prometedora “corcholata” opositora donde no la había para la elección presidencial.
Con Gallardo Cardona el insulto y los modos abusivos son también la norma. El modo de despedir a sus colaboradores, con epítetos degradantes a su desempeño, da una idea de la calidad de liderazgo al que se someten sus funcionarios… y también una idea de ellos mismos.
El uso de “malas palabras” no lo es todo, el México profundo las usa a diario, da igual en la redacción de un periódico, una obra en construcción o bajo la presión de vida o muerte en una sala de trauma. Otra cosa es el fin que persigue quien las profiere y las endereza contra otra persona para humillarla, descalificarla o hacerla blanco del desprecio público.
En nuestros gobiernos, insultar sistemáticamente, con frecuencia de las peores maneras, es “hacer política”. En vez de expresar un desacuerdo y proponer alternativas, se opta por denigrar al adversario, montarle defectos inaceptables, delitos infames y conductas reprobables. El mandante bocazas que insulta a diestro y siniestro es el único que tiene la razón, es arca de la verdad absoluta, acapara todas las dignidades y debe ser objeto de obediencia y alabanzas. No es exclusivo de México, los gringos tienen a Trump.
A veces hay insultos tan desproporcionados que son un bumerán y la intención se regresa directo a la jeta de quienes los profieren, en distintas formas. El insultador no solo queda desactivado, queda en ridículo como el niñato matón del recreo, con el berrinche reventando las sienes y los cachetes inflados.
Si buscaba obsesivamente acaparar la atención, ya no se comenta la ofensa, sino la lección.