Viajar es un vértigo. Vicente Leñero decía que se viajaba por viajar, por experimentar por emocionarse y que uno traía en la mochila sólo lo indispensable. Y tenía razón. Entre todas las cosas que podemos hacer los seres humanos, quizá la de viajar sea la más intensa, y la de mayor aprendizaje. Hoy les escribo desde un lugar muy remoto, Kuala Lumpur en Malasia, a más de 20 mil kilómetros de distancia y con una diferencia de horario de más de 14 horas con respecto a México.
Cómo saben, anoche di una conferencia para la asociación internacional de Latin Woman sobre fotografía, redes sociales e inteligencia artificial; pero esta noche presentaré la exposición “Memoria” en la embajada de México aquí en Malasia. Viajar siempre es un intercambio intenso de habilidades, hábitos y miedo a lo desconocido, yo traigo algunas imágenes que recogen la memoria de lo vivido en los últimos 40 años como fotógrafo documental.
Esta noche se expondrá una de mis primeras fotografías tomadas en 1983. Malasia es un país multicultural donde coexisten incluso al menos tres religiones que conviven con absoluta armonía la musulmana, la hindú y el budismo representado por la comunidad china que habita este archipiélago.
La fotografía me lo ha dado todo: amistades y adversarios; amores y desamores; alegrías y tristezas; bienes materiales y dinero. Hoy la fotografía me ha permitido conocer a fondo nuestro país y una parte considerable del resto del planeta.
Alguna vez hace muchos años una mujer me dijo: a ti lo que más te emociona es tomar tu pasaporte y salir por esa puerta sin importar el destino y es verdad, viajar revitaliza el alma, nos permite confrontarnos con nosotros mismos y con los demás, te da serenidad, sabiduría, conocimiento y un infinito abanico de emociones que difícilmente pueden experimentar en casa.
Pero viajar también nos enseña nuestras limitaciones, nos marca claramente nuestros niveles de tolerancia o intolerancia, nada nos confronta más que la presencia del otro y si ese otro es un extranjero o una ciudad desconocida, el reto se multiplica.
Tengo 55 años y como ya dije, la fotografía me lo ha dado todo, incluso el privilegio de viajar a tierras lejanas para compartir lo vivido, y ya eso en sí mismo, es un doble privilegio. Mi trabajo como fotoperiodista representa quizá una de las últimas generaciones que vivió y experimentó en medios nacionales e internacionales la relevancia de ser periodista cuando lo que importaba eran los hechos, la palabra, la imagen y la fuerza de nuestra credibilidad.
Hoy en día las audiencias se han fragmentado, el mosaico de canales para comunicarse se ha multiplicado, la posibilidad de comunicar “algo” con los demás a distancia ya no tiene mérito, (en Tik Tok hay 1000 millones de ejemplos, literalmente 1000 millones) hoy el mérito está en nuestro contenido, en nuestra honestidad, en el manejo de los datos,la imagen y la palabra, hoy en día hacer fotografía no es exclusivo de nadie, pero hacer una buena fotografía sigue siendo reflejo del enorme talento de unos cuantos. Así las cosas, el impacto de nuestro quehacer profesional en términos de comunicación, se basa en el qué y no en el cómo.
En la actualidad ya es irrelevante viajar para decir: así son las cosas, no, hoy se trabaja y se viaja para decir así lo viví, y en esa particularidad está lo extraordinario, es ahí donde no hay competencia, es ahí donde todo lo aprendido o desaprendido estalla frente a la cámara. Incluso da lo mismo si se trae una cámara profesional, una de medio pelo o un teléfono celular, el método cómo se consigue una buena imagen resulta irrelevante, y eso a la gente ya no le dice nada, lo que atrapa su atención es lo insólito, las historias, los personajes, los paisajes extraños, las experiencias ajenas y nuestra capacidad de asombro, frente a lo desconocido.
En el contexto actual, acechados por la inteligencia artificial, quizá lo más importante sea volver a lo básico, al correcto manejo de la inteligencia emocional. siempre el corazón por delante, antes que el ego y la banalidad.
Es por todo lo anterior y algunas cosas que se me escapan, que hoy les escribo a la distancia con el enorme orgullo de mirar hacia atrás y a pesar de los errores, sentirse satisfecho con los resultados.
“Memoria”, la exposición fotográfica que hoy se inaugura en Malasia representa un pedacito de las cicatrices que marcan nuestra piel, en la mayoría de las imágenes aquí presentadas están ya bajo resguardo del Estado mexicano, derivado de la donación que hice hace cinco años a la fototeca nacional. Por ahí esa memoria ya no me pertenece, ya forma parte de nuestra memoria colectiva.
Obviamente nada de esto hubiese sido posible sin el apoyo original de mis padres, de mi familia, de mis amores, de mis hijos, de los amigos y de los extraños que uno va coleccionando en el camino.
Agradezco profundamente la invitación del embajador Edmundo Font radicado aquí en Kuala Lumpur por la generosidad de su invitación y al personal de la embajada que ayudaron a su montaje y difusión. Agradecimiento aparte merece una querida amiga mexicana radicada aquí en Malasia de nombre Diana Lecorné, sin ellos y mis amores en México nada de esto sería posible, gracias por acompañarme en este viaje, mil gracias de corazón. Viajar es vértigo. Es adicción. Aquí seguimos.