Regresé a “Te doy mis ojos”, la película de Icíar Bollaín (2003) sobre la violencia doméstica. Desde que la descubrí hace casi diez años, la memoria de una escena me atrapa con frecuencia: el momento en que Antonio –durante un episodio de ira– sostiene en sus manos el libro de arte de Pilar y comienza a arrancarle las páginas frente a ella. Su soñado libro de arte con todo lo que significa: el juego creativo, la imaginación, apreciar una pintura y narrarla, el oficio de guía de museos, el contenido de los museos, aprender, estudiar. El mundo de afuera. Una relativa independencia. Salirse un poco de ese círculo de tiza –sin más allá– que Antonio fue dibujando alrededor suyo con su demanda de amor absoluto.
Esa demanda tan excesiva, tan imposible de satisfacer. ¿Qué nivel de sometimiento sería suficiente? ¿Qué punto de negación de sí misma le permitiría a Pilar encontrarse en paz con su amado? Ninguno. El vacío de Antonio no se calma con nada. Pero Pilar supone que sí. Que con el tiempo. Que quizá un día. La película comienza cuando Pilar huye con su hijito en la noche. Sabemos que Antonio la golpea. Que ya le provocó un daño serio en un ojo. No lo vemos, nos lo cuentan. Sabemos de los celos de Antonio, de su posesividad.
Pero extrañamente es esa escena feroz de la destrucción del libro lo que nos hace entender de golpe de una manera más específica: Antonio rompe el libro porque quiere romperla. Porque quiere destruir todo lo que ella ama. Lo que a él le es ajeno. Cada mirada de Pilar hacia cualquier sitio que no sea él. Antonio es iracundo, sí, es violento, también, pero además: la odia. Dado que odia todo lo que ella es que no tenga que ver con él. ¿En qué se sostendría entonces, su amor por Pilar? Esa codependencia que se da en el poder, en el deseo de someterla. Entre más desposeída, más suya. Entre más aislada y dependiente, más su presa; en los dos sentidos de la palabra: su prisionera y su presa de caza.
Cuando le preguntaron a Icíar Bollaín qué deseaba indagar y mostrar con su película ella respondió: “¿Por qué una mujer aguanta una media de diez años junto a un hombre que la machaca? ¿Por qué no se va? ¿Por qué no sólo no se va sino que incluso algunas aseguran seguir enamoradas?” Y concluye: “porque piensa que va a cambiar”. Hay una empatía en la víctima que su verdugo desconoce, que no siente en lo más mínimo por ella. El cazador no empatiza con su presa. Ella sí que intenta entender: “vivió una vida muy difícil”, “tuvo una infancia desgraciada”, “ha estado tan solo”. Conclusión: “mi amor dedicado, leal, constante lo va a cambiar, le va a probar que merece ser amado”.
No podrían dos personas estar colocadas en circunstancias más opuestas. La dadora y el que toma. Mezclado claro, con escenas románticas, encuentros apasionados, arrepentimientos de Antonio que nunca más va a volver a lastimarla. Pero ¿cómo podría contenerse? Para que los límites existan tendría que considerar a Pilar como una persona. No se le da. Pilar es una prótesis. Un anexo. Una prolongación suya cuya existencia en sí misma no tiene valor alguno. Jugaban en la cama: “Dame tus ojos”, “te doy mis ojos”. Jugaban a que ella le cedía partes de su cuerpo. Y él se las apropiaba. Un “juego amoroso”. Un “juego erótico”. Pensaba ella.
La dadora un día se reconoce saqueada. Como un limón exprimido. ¿Qué le quedaría ya por dar? Alguna vez escuché a un psicoanalista decir en una conferencia: “quien se degrada, se degrada hasta la muerte”. Me pareció un exceso. Ya no lo creo. Claro que Antonio es tan codependiente de Pilar como Pilar de él, solo que en una codependencia más que asimétrica que para él consiste en una lucha de poder imparable. Nada va a ser suficiente. La exigencia de “niégate por mí” va en aumento. También el odio. Cuando se constata que la alteridad por sometida que sea continua siendo alteridad, ¿qué sigue? Arrancarle la vida. ¿Acaso no es por definición el ejercicio de poder más absoluto?
La escena de su amado destruyendo su libro. El libro como su cuerpa golpeada. No hay nada más por inventar. Un día su depredador no va a soportar más que camine, que respire, que exista. Pilar logra entender y se salva.