Convocados por el presidente de Francia, Emmanuel Macron, esta semana se reunieron en Paris medio centenar de jefes de estado y de gobierno, además docenas de ministros y más de 300 representantes de las instituciones financieras internacionales, representantes empresariales y de la sociedad civil en la Cumbre para un Nuevo Pacto Financiero Global. Macron, el convocante, señala que la inequidad ha aumentado a la par que la vulnerabilidad climática, y el golpe a las finanzas públicas de muchos países. Al mismo tiempo es necesario invertir mucho más.
Sin embargo, la deuda pública de todos los países, tanto industrializados como pobres, ha alcanzado niveles sin precedentes. Una tercera parte de los países en desarrollo y dos terceras partes de los países pobres enfrentan los riesgos del excesivo endeudamiento. Es decir, la posibilidad de impagos con repercusiones globales.
La Cumbre es sobre todo un encuentro entre países ricos y pobres, donde los primeros hablan de ayudar, es decir prestarles dinero, a los pobres para que puedan avanzar hacia economías ambientalmente sustentables. Lo esencial es que ningún país tenga que elegir entre luchar contra la pobreza o contra el calentamiento global; los dos, la lucha contra la pobreza y contra el calentamiento global, deben ir al parejo.
Al redefinir la ruta para enfrentar el cambio climático los ricos consideran que eso no es posible en las actuales condiciones de pobreza y endeudamiento de los países pobres. Para todos es evidente que lo avanzado, es muy poco, tras múltiples cumbres tan resonantes como la de esta semana. La lumbre ya nos llegó a los aparejos. Los eventos catastróficos son cotidianos: en todo momento en alguna gran región del planeta hay temperaturas extremas; incendios, inundaciones o sequías; ríos y lagos desecados; huracanes y tormentas; pérdida de especies animales; destrucción de cosechas; elevación del nivel del mar; destrucción de los arrecifes, y otras lindezas.
Además, lejos de avanzar hacia la equidad y la disminución de la pobreza, en los últimos tres años 120 millones de personas han aumentado las filas de la pobreza extrema y es evidente que algunos de los países que menos contribuyen al calentamiento global son los más impactados por desastres.
Los cuatro objetivos centrales de la Cumbre son, uno, brindar alivio financiero a los países con dificultades de corto plazo, en particular los más endeudados; dos, promover al sector privado dentro de los países pobres; tres, promover la inversión en infraestructura “verde” para la transición hacia energías limpias y, cuatro, movilizar apoyos financieros a los países que más sufren el cambio climático.
El tercero es la clave. Como, según los ricos los pobres, no cumplen con la parte de responsabilidad que les toca, están dispuestos a otorgar nuevas condiciones de financiamiento sujetado a que desarrollen energías limpias con tecnología y equipos importados de los países más avanzados.
¿De donde saldrían los recursos para el nuevo financiamiento? Esa es la pregunta clave. Algunos proponen nuevos impuestos; por ejemplo, al transporte naviero global y a otras fuentes importantes de emisión de gases de efecto invernadero. Pero nadie quiere nuevos impuestos y cada quien propone que sean los demás los que aporten de su bolsillo.
Una importante ONG, la red de acción climática, criticó que lo viejo se disfraza de nuevo y que, en lugar de refinanciar las deudas de los más pobres, lo necesario es condonarlas. Critica que el cumplimiento de los objetivos planteados depende demasiado de las inversiones privadas y de las grandes instituciones financieras internacionales, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Esas son maneras de reducir el papel de las aportaciones gubernamentales de los países ricos.
El presidente de Brasil, Lula da Silva destacó por un apasionado discurso donde dijo que la lucha contra el calentamiento climático se ha convertido en una broma. ¿Quién ha cumplido con los acuerdos anteriores? El planeta está agobiado por la lógica del dinero y no existe una gobernanza global para conseguir llegar a los objetivos. Su critica a las instituciones financieras fue severa, con estos mecanismos los que son ricos permanecen ricos y los que son pobres seguirán siendo pobres. Los aplausos fueron atronadores.
El hecho es que en esta Cumbre se avanzó poco en la estrategia que proponen los más poderosos: el altruismo financiero, refinanciar deudas, reestructurar intereses y plazos condicionados a la inversión en energías limpias y a mejores condiciones para la inversión privada transnacional. Lo que en contraparte implica reducir el papel que juegan los gobiernos en la regulación de sus economías.
Que los pobres inviertan en energías limpias dicen los poderosos. Pero energías limpias como la solar y la eólica requieren de buenas baterías con alta capacidad de almacenamiento. Pero los ricos se disponen a emplear el escaso litio existente en producir baterías para cambiar su parque vehicular hacia autos eléctricos. Lo cual encarece la transición energética de todos.
Esta cumbre coloca el peso del combate al cambio climático en los países pobres, que son los que menos emisiones tienen de gases de efecto invernadero. Con lo cual se disimula el verdadero gran problema, el consumo extremo de los más ricos, y otros consumos excesivos que involucran a las clases medias de todo el planeta.
El uso de aviones y yates privados para viajes de placer; las mansiones de docenas e incluso, algo difícil de creer, de cientos de millones de dólares; los grandes eventos sociales, como la ceremonia de coronación británica, donde se presumen vestidos, bolsos, zapatos, sombreros de diseñador con valor de decenas de miles de dólares. Toda esta parafernalia del consumo excesivo se sigue mostrando como ilusiones dignas de ejemplo, éticamente aceptables. Nos revela el dispendio de recursos y los extremos de contaminación a los que se asocian.
Se promueve que los pobres transiten hacia a energías limpias con financiamiento y venta de tecnologías de los más ricos. De este modo se da a entender que son ellos los contaminadores, los pobres, los que deben cambiar.
Lo verdaderamente perverso es la pretensión de que las energías limpias pueden encubrir y justificar la enorme contaminación causada por los consumos excesivos. Algunos de ellos, como simple ejemplo, los aditamentos de la moda más lujosa o artículos suntuarios, se fabrican con frecuencia en los países pobres de mano de obra semi esclava.
La respuesta de todos debe ser contundente en la crítica al consumo innecesario para un buen vivir en convivencia con la naturaleza y el resto de la humanidad.